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Tras un primer artículo en el que pudimos tomar contacto, y ponernos en situación, de la gravedad que a corto (ya se han vistos las primeras reacciones cutáneas alérgicas y lipotimias o mareos por falta de oxígeno en niños y ancianos que han causado la muerte en unos pocos casos) a medio (el pasado 14M se cumplió un año de que se declarase el confinamiento domiciliario impuesto por ley y sin el respaldo médico de expertos, y con él la progresiva obligación a llevar mascarillas que ya ha cumplido 9 meses) y sobre todo a largo plazo (a partir del tercer año en adelante empezaremos a ver agravadas y aumentadas en número las patologías y anomalías anteriores y otras como enfermedades pulmonares y respiratorias, enfermedades coronarias, nerviosas y sanguíneas por acidosis) supone la imposición gubernativa, ilegal e ilegítima, del uso prolongado y permanente de las mascarillas, y de un segundo artículo en el que vimos en detalle los efectos fisiológicos de dicha imposición; en este tercer artículo de la Tetralogía sobre “Efectos del uso prolongado de las mascarillas” vamos a ver, en esta ocasión, los efectos psicológico-emocionales de la imposición de llevar permanentemente las mascarillas durante la mayor parte de nuestras relaciones sociales humanas.

Uno de los primeros efectos psicológicos desestabilizadores que provoca el uso prologado de las mascarillas es la tensión causada por la atención adicional que exige tener sobre la cara la mascarilla, lo cual afecta no sólo a la capacidad de concentración y atención, sino también a la creatividad, al rendimiento laboral y escolar, y al descanso nocturno. Además de ser acumulativo y provocar otras patologías más graves que no están directamente relacionadas con el ámbito psicológico: enfermedades psicosomáticas.

La interposición de la mascarilla, en la emisión de mensajes orales que siempre van acompañados de comunicación gestual o no verbal, dificulta la articulación de estos mensajes, con mayor motivo en personas en edades escolares o ancianos a los que les cuesta comunicar de forma integral y plenamente humana.

La hipoxia o falta de oxígeno generada por el menor ingreso de este gas vital puede resultar en sensaciones subjetivas y reales de ahogo o asfixia que limitan la capacidad de pensar, de razonar con lucidez y comunicar de forma oral o escrita de manera inteligente.

La incomodidad, y esencia antihumana, que supone expresarse con mascarilla, delante de la boca y sobre la cara, limita la expresión de las completas emociones pudiendo influir en la no canalización adecuada de las mismas y en un aumento de tensión o de agresividad.

La incomodidad que supone para el cuerpo estar pendiente de que no se caiga la mascarilla y el

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impedimento que supone respirar libremente con ella, conlleva una reducción de movilidad física y corporal que puede llegar a afectar al desarrollo de su psicomotricidad.

La obligatoriedad del uso permanente, en el tiempo y en la forma, de la mascarilla, para cumplir las expectativas de los padres, es una demanda demasiado ambiciosa a la que muchos niños no pueden responder exitosamente, lo que genera en ellos una sensación de fracaso y de falta de responsabilidad personal. El deseo de complacer a sus profesores y padres, y cumplir con la norma impuesta va en contradicción con su naturaleza espontánea y expresiva, que se ve limitada por el uso de la mascarilla, generando un sentimiento de culpa, e influyendo en su autoestima y seguridad personal. Esta es una vivencia presente que los niños experimentan a diario si no se adaptan a la nueva norma impuesta por parte de los adultos (padres, maestros, vecinos).

La asociación del uso permanente de mascarilla con la evitación de un peligro invisible (y que para muchos es considerado real y potencialmente mortífero) puede producir mucha ansiedad, estrés o depresión, y que lógicamente aumentarán de frecuencia con la prolongación permanente, y en muchos casos compulsiva (cada vez más se observa personas con dos mascarillas, con guantes, haciendo uso de geles incluso tras tocar el botón del bus o al tomar un simple desayuno) de los considerados “aportes supletorios necesarios para la salud”.

Otro aspecto que cabe considerar en esta afectación es la frecuencia con que se observan en la clínica relaciones entre estados de depresión y enfermedades degenerativas de etiología poco conocida, como la fibromialgia y otras patologías psicomotrices.

La comunicación interpersonal expresiva se ve limitada en una etapa (infantil y senectud) en la que el desarrollo relacional y social es de vital importancia para la sociabilización e integración en la comunidad.

La mascarilla recuerda la distancia obligatoria y el riesgo que conlleva una cercanía física con otras personas generando un miedo al contacto social. Al no poder comunicarse sin obstáculos físicos, ni expresar con sus gestos sus emociones de alegría, miedo, sorpresa… sus relaciones pierden significado. El otro pasa a ser menos receptivo en la interacción establecida y se corre el riesgo de que se disminuya el interés en la relación con otros fomentándose el aislamiento.

Al no poder recibir respuesta gestual expresiva en nuestras relaciones cuando interaccionamos con otros, disminuye la autoestima que se configura cuando el otro da significado a nuestros

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comportamientos y comunicaciones haciéndonos sentir válidos y subrayando su interés por nosotros.

El tener permanentemente presente, a través de la presencia en el rostro de la mascarilla, la amenaza de la enfermedad o la muerte, y la responsabilidad, como posibles portadores de la misma, acentúa y condiciona nuestro momento presente, impidiendo conectar con los

valores que la confianza y el amor aportan al desarrollo. La sensación de falta de seguridad y vulnerabilidad que conlleva el recordatorio permanente del uso de la mascarilla, y de lo que implica, hace que se produzca una falta de seguridad personal que se manifiesta en una ampliación de miedos en otros ámbitos. Valores como la amabilidad, que se expresa al sonreír, al compartir y en la cercanía, están siendo cercenados en la situación actual, y la mascarilla contribuye con su presencia a acentuar esta incongruencia.

Los escolares no pueden extraer información de la observación de las expresiones faciales de sus compañeros y de las personas adultas. Una persona que desde niña haya vivido frecuentes episodios de uso compelido de mascarillas, como estado habitual o semi habitual de vida, tiene muchas probabilidades de convertirse en adulta poco sociable, poco empática, poco interesada por el mundo que le rodea, poco confiada en sí misma y, por tanto, con poca iniciativa y poco resolutiva.

Como conclusión, planteamos la pregunta, ¿es esta herencia la que queremos dejar para nuestros hijos, seres queridos y para las próximas generaciones, y que esté en nuestra “mochila” a la hora del Juicio de Dios? Muchos de los que promueven, amparan y permanecen pasivos ante este Plan Satánico del Nuevo Orden Mundial, con su Agenda Trans-Humana de Género, saben que su Fin está cerca y es seguro: La Muerte. De esta cuestión, trataremos, Dios mediante, en un próximo artículo en este Digital Católico, Nacional, Patriota.

Autor

Daniel Ponce Alegre