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Contemplar la Cruz de Cuelgamuros me trasmite una sensación de seguridad inevitable.  Cuando siento el cansancio de los años y de la lucha, –cada vez más intensamente–, me levanta el ánimo el recuerdo esa impresionante Cruz que vi de cerca cuando aún no estaba inaugurado el Valle de los Caídos. En  una viaje a Europa iniciado en verano de 1957 y  concluido en abril del año siguiente, me recibió,  un primo que había hecho la guerra — acababa de ganar unas oposiciones a catedrático—y, luego,  quiso hacerme visitar el “Valle”,  antes de regresar a Cuba. Su amor a España era tan sentido que – a pesar de ser un “hombre duro”– visitando el Alcázar  vi cómo no pudo aguantar las lágrimas al leer el diálogo del hijo del Coronel Moscardó con su padre, grabado en la pared donde estaba el teléfono que la sustentó.  (Ignoró si con la “democratización” de los militares, sigue hoy como yo lo vi)

Esa maravilla del mundo  coronada por el signo por antonomasia de nuestra Fe, en dimensiones gigantescas, se me grabó ya en la retina y, luego, se reforzó la imagen  con las estancias en el Valle, con  motivo de la convención –y otras citas– de Fuerza Nueva en la Hospedería, a finales de los años sesenta e inicio de los setenta.

Luego,  los acontecimientos y el significado de los mismos fueron asociando ese complejo monumento al Catolicismo y al Heroísmo, como fruto del espíritu del Caudillo, realmente cristiano y reconciliador. Pensaba él, que nunca más los españoles se volverían a dividir en bando irreconciliables, puesto que los vencedores habían sido benévolos con los vencidos y movidos mayormente,  por el sentido del perdón. (Aunque los “de siempre” han logrado crear la imagen contraria,  muy bien “digerida” por los cobardicas de la derechita)

Desgraciadamente, el Generalísimo, fue excesivamente ingenuo, y de haber podido vivir lo que nos toca aguantas a nosotros –“¡los vencedores!”— de parte  de los “vencidos”.–, ¡chulos y engreídos!–, probablemente, hubiera reconocido su equivocación al no haber aprendido de Israel, como se trata a los criminales y asesinos. Y se hubiese arrepentido de no haber creado un “Mossad”, inteligentemente adiestrado. 

De vuelta a mi Patria –julio de 1959 — tardé muy poco, en darme cuenta de esa realidad y de las consecuencias de semejante equivocación. En mi opinión – ¡de poco peso, evidentemente!–,  D  Francisco Franco Bahamonde, es el mejor estadista mundial de los últimos quinientos años (¡la prueba incontestable es: “haber sido el único capaz de pisarle en el cuello a la “Sinagoga de Satanás”…, logrando la única Victoria sobre la misma de la que hay constancia!, desde Felipe II a nuestros días). Pero, hasta los hombres más geniales cometen errores garrafales, y el Caudillo cometió varios, –todos con la mejor intención y convencido de que era lo mejor para España–, cuyas consecuencia sufrimos nosotros. Espero tener ocasión de comentar alguno.

Vuelvo a repetir la afirmación del inicio de este artículo: “la Cruz de Cuelgamuros me levanta el ánimo y me da seguridad”. La razón es obvia. Dios Nuestro Señor, le permite moverse a Lucifer, pero hasta ciertos límites, y la sangre de quienes han unido la suya a la del Cordero es una muralla inexpugnable. Y en eso, nuestra Patria tiene un tesoro inigualable… (En la persecución  religiosa, durante la Cruzada, los hijos de Satanás martirizaron a más santos que en las “Diez persecuciones del Imperio Romano”, es la base del “HISPANIA MARTYR”.)

Me unió una gran amistad y afecto al Hermano Federico Plumed, uno de los pilares de la asociación que lleva ese nombre. Pasé muchos ratos con él en la oficina de la calle Aragón de Barcelona, encima de la capilla de la adoración al Santísimo (rama femenina) donde colaboraba –y ahora es el responsable máximo– otro viejo amigo – el abogado, Javier Echave-Sustaeta– a quien conocí cuando,  a pesar de su juventud,  dirigía el “Pensamiento Navarro” ´–gracias a él,  disfruté por primera vez de los San Fermines–. El Hermano Federico, era una excelente representante de los Maristas y,  consecuentemente,  sus charlas eran modélicas, amenas y pedagógicas en sumo grado,  lo mismo que la  visita anual,  a la “checa de San Elías”… Sentía la satisfacción y el orgullo de ser el único que tenía el historial de todos los mártires de nuestra historia reciente. Se le notaba, a los diez minutos de hablar con él. Parecía llevar dentro toda la fuerza de los mártires que él exaltaba.

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Y, es que sin duda alguna, la única esperanza que le queda a España es la omnipotencia de sus mártires. De ahí la inmensa tristeza que invade el alma de los católicos cuando ven a una Jerarquía acobardada, incapaz de plantarle cara a los hijos de Satanás que nos gobiernan (aclaremos que “mayoritariamente” son “hijas”)…y es oportuno recordar que –según la Biblia–, Jezabel es el “paradigma de la maldad”. En contra peso, nuestra madre, María Santísima, es el insuperable modelo de todas las virtudes, Pero sobre todo, la elegida por Dios para aplastar la cabeza a Lucifer… El Creador mismo nos lo dejó muy claro y por escrito,  en el Génesis.

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.