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El 90% de los que se ha escrito en los últimos 40 años sobre el franquismo tiene muy poco que ver con la realidad histórica. ¿A qué se debe, entonces, ese empeño tenaz en desvirtuar la realidad? Tiene una evidente función política de tipo neofrentepopular. Pero hay que entender su origen. Como he intentado explicar en Por qué el Frente Popular perdió la guerra, el único de aquel magma de partidos que elaboró una política y estrategia inteligentes (bien que inspiradas por Moscú), fue el comunista. De no ser por ello, los nacionales habrían ganado en medio año. Al terminar la guerra europea, parecía segura la caída del régimen, y los comunistas, muy adecuadamente, diseñaron la estrategia del maquis: serían ellos quienes dispusieran de fuerza militar propia cuando el franquismo se hundiera, y por tanto podrían decidir el rumbo del país. Inverosímilmente, el maquis fracasó,  lo que obligó a cambiar la estrategia de la confrontación por la de la infiltración en los propios sindicatos y universidad del régimen.  En los sindicatos, con paciencia, obtuvieron algunos éxitos, pero casi nunca lograron pasar del nivel sindical al político, que era su gran objetivo. Sería en la universidad, muy pacientemente, donde cosecharían el éxito, traducido en estos cuarenta años de falsificación impositiva.

El franquismo estaba mal preparado ideológicamente para afrontar el marxismo, del que sus dirigentes sabían muy poco. Teoría a la vez muy coherente y  movilizadora, una vez se aceptan ciertas premisas, como la lucha de clases, que los soviéticos, desde Lenin, desarrollaron con gran eficacia intelectual y política. Frente a ello, las elaboraciones de las distintas familias del régimen parecían toscas y pesadas disquisiciones escolásticas al servicio de una “reacción” de banqueros, terratenientes, obispos y generales. “Reacción” apestada internacionalmente y condenada por la historia a pesar de sus éxitos momentáneos. Obsérvese que este discurso, en sus líneas generales,  ha sido aceptado por la propia derecha, liberal y no liberal, que, en cualquier caso, no ha sabido teorizar aquel régimen más allá de como una salida pasajera a una situación histórica de gravedad  excepcional, y sin distinguir siquiera entre república y frente popular, confusión políticamente nefasta. Para colmo, el Vaticano II dio impulso renovado tanto  los comunistas como a los separatistas. Desde entonces el país ha venido retrocediendo  política e intelectualmente, inmerso en la falsedad permanente. 

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Por ello, para sanear una democracia que ya no es tal, es imprescindible recuperar, no el franquismo sino la verdad sobre él. Creo haber avanzado algo en, por ejemplo La guerra civil y los problemas de la democracia, o en Los mitos del franquismo. Pero ciertamente queda mucho por hacer.

Autor

REDACCIÓN