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El pasado miércoles, día 10 de marzo, los medios de comunicación nos asaltaron con una noticia que por otra parte, era previsible: la “traición” –una más en su larga lista– de CIUDADANOS al PP, en Murcia a órdenes y planificación expresa de los “gurús” de La Moncloa, encabezados por el abyecto sin escrúpulos, Pedro Sánchez. Y con Murcia, su verdadero objetivo que no es otro, que humillar a su banda complementaria –el PP– y asaltar la Comunidad de Madrid y perpetuarse en una especie de autocracia al más puro estilo de Venezuela, Cuba o Corea del Norte.
Como gusanos que se revuelven en la gusanera, la presidenta madrileña Ayuso no dispuesta a entregar su feudo con la pasmosa facilidad con la que el pusilánime, cobarde Mariano Rajoy entregó el gobierno de España, se adelantó a toda maniobra y disuelve el parlamento de Madrid y convoca elecciones.
En una España tan ignorante y teledirigida, en donde se ha impostado la falsa y ridícula teoría de la “dos españas” y por ende del “voto útil” –de derechas y de izquierdas, claro, porque si no, no es útil– Díaz Ayuso se erige como la gran heroína a lo “Agustina de Aragón”, que salva a Madrid de la vesania roja. Con lo que Pedro Sánchez queda un poco menos canalla de como lo que es al dejar que los “protagonistas” sean otros, CIUDADANOS que es un partido a todas luces, incómodo para el Club Bilderberg del que Albert Rivera era el “chico de los recados”, firma su acta de suicidio. Y por parte de esta derecha traidora, la “gesta” de Ayuso bien podría servir para finiquitar a Casado; otro personaje, inepto y felón donde los hubiere –a imagen y semejanza de Rajoy–.
Todo muy idílico, dentro de la supuesta “tormenta”. Todo muy democrático y molón.
El “moñas”, también incómodo, ve peligrar el poder desmesurado que se le ha prodigado durante estos últimos tiempos.
Después de la susodicha “borrasca” viene la calma. Otras caras, otras formas y maneras, pero los mismos propósitos.
Pero los números no cuadran.
El PP con Díaz Ayuso, a pesar de ganar por goleada presumiblemente podría no alcanzar la mayoría absoluta en las elecciones convocadas para el próximo 4 de mayo.
Para evitar ese desastre, están los palmeros. Los tontos útiles, de la “unidad” del voto al PP, dentro del apotegma del “voto útil”, para que el comunismo no emponzoñe Madrid y se sienten los precedentes necesarios para expulsar a Sánchez, de la presidencia del gobierno junto a sus pilares separatistas y filo terroristas y con ello además, defender a la Monarquía y a la Iglesia.
Sofismas y mentiras, una tras otra.
Yo no vivo en Madrid y por tanto, no voy a votar en esas elecciones. Pero como español, que algún día tendrá que elegir representantes al Congreso y Senado, no estoy por la labor de caer en tanta falacia.
José Antonio Primo de Rivera daba libertad a los falangistas, para votar a quienes consideraran “menos malo”. Lo siento, jefe: no te puedo obedecer. Yo no quiero a los “menos malos”, porque estoy firmemente convencido de que España se merece lo mejor. La excelencia de gobernantes comprometidos con su Patria, su Pueblo y su Historia. Y no una caterva de indocumentados crápulas que acuden a la política “a hacer carrera”.
Yo no voy a defender a una España en donde los publicistas de la derecha me reclaman una especia de “unión liberal” que como en siglo XIX, no era más que un conciliábulo entre masones y sus disputas, tan sólo una trifulca entre facciones de la secta.
Igual que ocurre actualmente: derechas e izquierdas son ambas, facciones del mismo mundialismo masónico custodiado por esas organizaciones pantalla, que son la ONU y la Unión Europea. Dos caminos que llevan al mismo final, como entendía José Antonio.
Yo defiendo aquella España que tomó conciencia de su destino, tras el III Concilio de Toledo en que Recaredo hace profesión de fe católica y consagra su Reino y el de sus sucesores, a “devolver a Dios lo que es de Dios”, reconociendo a nuestro Padre Eterno, como Rey y Señor de todas las cosas. De Cielo y de Tierra. De lo visible y lo invisible.
Yo defiendo aquella España en donde los reyes eran emperadores y no avergonzándose de su fe, la defendían con la palabra, las acciones y con la espada si era necesario en la seguridad de que hacían lo correcto. El Reino de Dios en la tierra, encarnado en la Hispanidad. No reyes bañados en el amaneramiento de formas versallescas, más preocupados por la satisfacción de sus placeres mundanos, a menudo inconfesables.
Ahora lo “correcto” se confunde con lo “políticamente correcto”; sentimientos y propósitos ocultos, aliñados con un lenguaje ambiguo y por ende, engañoso.
Defender a España no es el saludo masónico de la mano en el corazón, que tanto se prodiga últimamente. Internet está lleno de ejemplos de este tipo de saludo en varios grados de la masonería, desde Obama o Bush, a Arnaldo Otegi. Parece que ya no tienen miedo a descubrir lo que son y con ello, sus intenciones que todos vemos día a día.
Defender a España no es contemporizar con quienes nos toman el pelo en nuestro propio solar patrio o en instituciones internacionales.
Defender a España no es educar a nuestros hijos en colegios en donde la instrucción tiene carácter liberal y relativista. Y por tanto, contraria a lo que España ha proclamado en el mundo.
Defender a España va mucho más lejos que ampararse en una constitución, para permitir que en nombre de una libertad mal entendida, se insulte a la fe católica que profesamos más de 85% de los españoles. A la fe, a la Historia, a nuestras tradiciones católicas –las supuestas tradiciones paganas anteriores al cristianismo, sí se respetan. ¡Qué curioso! –.
Defender a España no es entregarse al primer cantamañanas con pulserita de los colores nacionales, que por muchas alharacas patrioteras que haga, se humilla a los intereses de unos “mercados” que ahogan a los españoles y a muchos les condenan a la pobreza o a los intereses cicateros de especuladores internacionales.
Defender a España no es olvidar que, como dice Pablo Eduardo Vitoria, “España hizo redondo al mundo”. Un mundo que era plano, hasta que España con su arrojo y decisión, le dio una tercera dimensión. Esa España que supo demostrar que teniendo la Cruz como guía, siempre hay un camino más allá del horizonte.
Defender a España no es entregar la custodia y guía de nuestras almas, al peor enemigo del bien y la Verdad Revelada, dejándonos en manos de laicistas, abortistas, en nombre de una tolerancia que mantienen con todos, menos con los que somos precisamente católicos. Hay que respetar a los musulmanes, a los laicos, a los indigenistas, a los protestantes…. ¿Y a los católicos, que se nos quiere condenar a vivir nuestra fe en el cuarto más oscuro de nuestras casas?
No es defender a España soslayar las encíclicas de los más preclaros Santos Padres, que supieron ver la inspiración del diablo en sectas escondidas en oscuras logias o en doctrinas modernistas, como el liberalismo –Quanta Cura y el Syllabus, de Pío IX por ejemplo–.
No. Yo no apoyo a esa derecha miope, que deslumbrada por el vellocino de oro que nuestros “socios” europeos nos echan al suelo cual migajas, se olvida que España es la madre de más de la mitad de la tierra gracias a que su norte estaba nítidamente marcado por el símbolo del sacrificio salvador de Nuestro Señor Jesucristo.
La economía no lo es todo. No hay nación más pobre, que aquella que sólo se preocupa por el dinero.
Fuimos el Imperio más rico sobre la faz de la tierra, porque llevamos la Luz a los más recónditos rincones. Y de hecho, nuestra economía y la de toda la Hispanidad, podría estar mucho mejor si se mantuviera lejos de normas impuestas por quienes pescan en río revuelto. Si estuviéramos mucho más cerca de aquella España que quedó al otro lado del Océano Atlántico por culpa precisamente, de la traición de liberales.
Y masones…. ¡Qué casualidad!
La derecha no nos engañó ni siquiera en tiempos de Fraga, porque nuestro espíritu estaba forjado al albur de los fuegos de campamento, en que nuestros mayores nos enseñaron la grandeza de ser caballeros españoles, poetas, soldados y monjes.
No nos engañará ahora.
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