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En las actuales elecciones de Estados Unidos se juegan cosas demasiado importantes para el propio país y para el resto del mundo como para que Donald Trump -pleno conocedor de la trascendencia histórica de su posible derrota y de las malas intenciones de sus adversarios- no haya desarrollado con la debida antelación un plan metódicamente calculado con la colaboración de las mejores mentes del país afines a su persona dentro del mundo político, jurídico, económico, militar, policial, informático y de inteligencia para asegurarse la obtención de pruebas del fraude que ya tenía previsto que se iba a producir para derrocarlo. Como hombre inmensamente rico y como presidente del país más poderoso del mundo debía de tener medios más que suficientes para conseguir su objetivo. Por otra parte, y saliéndonos del marco legal, los mejores jaqueadores de sistemas informáticos del mundo podrían ponerse fácilmente a su servicio y obtener pruebas para su causa, que aun siendo ilegales en sí mismas bien pudieran servir como medio para conseguir otras que fueran perfectamente admisibles en un juicio. La CIA sabe muy bien de lo que hablo, y también cualquier aprendiz de espía recién salido de una academia. Todo ello implica una de dos: o tanto esfuerzo no ha merecido la pena y el fraude denunciado ha sido irrelevante, o Trump se guarda un as bajo la manga –el llamado “kraken”- que soltará en el último momento, cuando todas las demás vías hayan fracasado, y que mostrará abiertamente y con todo tipo de evidencias el gran fraude electoral perpetrado por el Partido Demócrata basado en la manipulación del sistema informático utilizado en los estados decisivos.
Pero hay algo que no encaja para que admitamos fácilmente la primera hipótesis: si el equipo de Trump no ha encontrado más que pequeños flecos de un fraude no invalidante de los resultados (los testimonios y vídeos ya difundidos por las redes) ¿cómo pueden dos de los mejores abogados del país como Lin Wood y Sidney Powell echar a perder su inmenso prestigio profesional afirmando que tienen pruebas de calado suficiente como para revertir los resultados electorales e incluso meter en la cárcel a Biden, si luego todo resultan meras bravuconadas y el gran litigio que anuncian se queda en agua de borrajas?. Ninguna retribución económica que recibieran podría compensar semejante descrédito. Y en cuanto a los millones de dólares recaudados para la contratación y coordinación de los cientos de abogados implicados en el exhaustivo trabajo de recopilación y clasificación de los indicios de manipulación y engaño que al parecer existen ¿cómo justificarlos ante sus aportantes sin quedar como estafadores?.
Hasta ahora todos los tribunales inferiores que han intervenido en las demandas interpuestas las han rechazado categóricamente. Esto podría ser no solo comprensible sino también esperado por Trump, cuyo verdadero interés es que el asunto final se decida en la Corte Suprema, en la que hay mayoría de magistrados conservadores frente a demócratas (seis contra tres, o -en el peor de los casos- cinco contra cuatro si su presidente, John Roberts, se pasa al bando contrario como suele hacer). Pero la reciente inadmisión a trámite por este Alto Tribunal de una gran demanda interpuesta por varios estados, y que la prensa califica como la última posibilidad de revertir los resultados de las elecciones, me da mucho que pensar. Porque esta demanda no se fundamentaba en motivos de fondo (las pruebas sobre la manipulación a gran escala) sino en una cuestión meramente formal: si la legislación de cuatro estados que regula el voto por correo era o no constitucional. En otras palabras: el kraken, si es que existe, sigue encerrado en su acuario del famoso Batallón de Inteligencia Militar 305 y no sabemos si se les ha muerto o si aún lo siguen cebando para soltarlo en su momento oportuno. ¿Se han agotado de verdad todas las vías de acceso al Tribunal Supremo?…¡Quién entendiera este galimatías!
Pero razonemos un poco: Si yo fuera Trump lo primero que habría hecho antes de anunciar a bombo y platillo el proceso de impugnación de los resultados electorales habría sido hablar con estos jueces conservadores de la Corte Suprema en privado para tantearles no solo su predisposición a intervenir a mi favor sino también la manera correcta de plantear la demanda para no ser inadmitida a trámite o desestimada por cuestiones de fondo, contándoles las averiguaciones que ya hubiera hecho o las que hipotéticamente pudiera hacer. Y si esos jueces leales a mi persona me dijeran que me olvidara del asunto solo me ocuparía de hacer las maletas para preparar el regreso a mi casa de Florida. Así que el hecho de que Trump no ceje en su empeño de acudir a la vía judicial debe tener una poderosa razón, que lógicamente no puede desvelar, porque estas relaciones entre jueces y políticos se quedan siempre en el secreto más recóndito, que se oculta en el fondo de la tumba de sus protagonistas.
Por ello es posible que el presidente esté moviendo sus fichas de ajedrez según lo acordado, dejándose perder sus torres, sus caballos y hasta sus alfiles, para al finar dar un jaque mate al rey enemigo con sus últimas piezas y de un modo magistral. Porque si sus jueces –teniendo en cuenta que él nombró a tres- admitieran a trámite una demanda cuya resolución le fuera favorable solo por disposición de su mayoría conservadora, retorciendo al máximo la legalidad, la sentencia sería objeto de una polémica política y social de tal envergadura que haría tambalear los cimientos del propio tribunal y echaría a perder todo el prestigio profesional de esos jueces.
Lamento no conocer el Derecho procesal norteamericano ni tener un contacto entre los abogados de Trump que me pudiera filtrar su estrategia; y como los grandes medios de comunicación –que son los que tienen recursos económicos para hacerlo- se niegan a informar con rigor y de manera profusa sobre este tema jurídico, no me queda más remedio que guiarme por mi intuición. Y basándome exclusivamente en ella afirmo rotundamente que una de dos: o Trump soltará su kraken cuando menos lo esperemos y como resultado seguirá siendo presidente de Estados Unidos durante la próxima legislatura o yo soy tonto de remate.
Y no me gustaría vivir avergonzado el resto de mis días.
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