22/08/2024 00:38

El reciente atentado contra Trump no es sino un acontecimiento más de los escándalos y catástrofes con las que nos desayunamos cada día. Un hecho gravísimo que entre la confusión occidental pasa casi sin pena ni gloria, que hace olvidar el desenfreno, los tumultos y los asesinatos de ayer y que se olvidará sin duda con las barahúndas y las provocaciones y crímenes de mañana. Occidente se ha dejado dominar por los pervertidos y por los rojos, es decir, por los psicópatas, y con esta tropa no valen los diálogos, sólo la guerra. Por desgracia.

El caso es que el Occidente de finales del siglo XX y comienzos del XXI ha terminado siendo de todo menos sensato y tranquilo. Por una parte, el fraccionamiento de la unidad en la fe provocado por la revisión conciliar de la última década de los 60, el largo período de desgaste posterior con la excusa de abordar las relaciones de la Iglesia con el mundo moderno, en el que se dio la degradación católica encabezada por numerosas jerarquías eclesiales progresistas y consumada finalmente por el papa Francisco I, han colocado al hombre occidental en una situación moral inédita.

Por otro lado, el surgimiento de los grandes poderes multinacionales y su fortalecimiento como líderes globalistas los está llevando a una incesante lucha contra la sociedad para alcanzar una hegemonía despótica a través de los proyectos relativistas y desnaturalizadores recogidos en sus agendas. Los desmesurados intereses universales puestos en juego han obligado a los grandes financieros, con la ayuda de sus políticos lacayos, a dictar unas líneas de actuación tendentes a forjar estructuras rígidas de indudable eficacia y rápido y completo control.

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Se puede resumir la situación occidental contemporánea como una unificación de sus Estados bajo el dominio de las elites cambistas -los nuevos demiurgos- decididas a transformar el mundo tal como lo hemos conocido. Esto nos lleva al establecimiento de un poder insólito hasta ahora, por su decidida apuesta por la liquidación de las soberanías nacionales. Dicha problemática nos conduce a la unificación de los tres poderes ecuménicos (moral, económico y nacional), que funcionaban con mayor o menor equilibrio entre ellos, por un singular e irreemplazable poder inversionista que, más allá de sus fines crematísticos, pretende adquirir categoría demiúrgica, de creador o artífice divino.

La Iglesia Católica que desde el Concilio de Trento no ha dejado de renunciar a la primacía frente a las naciones protestantes, finalmente ha decidido apostar en este sentido por el sincretismo religioso. Y no sólo esta simbiosis se busca con la doctrina luterana, también se pretende con el resto de doctrinas que en nuestro planeta se practican, por primarias que éstas sean. Esta realidad, que va a suplantar a las ideas de verdad, justicia y belleza del mundo clásico, humanista y cristiano, reduce sus iconografías a unos temas o límites que no demandan ningún misterio, es decir, ninguna interpretación por parte del creyente, el cual recibirá todo hecho e incluso masticado.

Pero, eso sí, las descripciones, justificaciones y enseñanzas se le darán con una teatralidad o imposición mediática tan deslumbrante que no podrá dudar jamás de lo que se le ofrece, salvo riesgo de estigmatización. Algo similar está ocurriendo respecto a los otrora Estados soberanos, en los cuales, sobre todo en los de poder real más fuerte o históricamente más significativo, los monarcas o las máximas autoridades pertinentes, lejos de actuar con el pueblo, le impondrán la más ciega obediencia en cuanto al cumplimiento de las agendas pergeñadas por los amos del Imperio Profundo, lo que está haciendo aparecer un nuevo tipo de ciudad, de Estado y de poder, es decir de sociedad y de convivencia.

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Y, por supuesto, el absolutismo global traerá como consecuencia el establecimiento de una Corte y una administración inmensa y estructurada con habilidad, en la que habrá una masa productora férreamente oprimida, bajo la inflexible mirada de un funcionariado apto, metódico y servil. Un mundo, en definitiva, mugriento, inhabitable, cuya solución -o disolución- sólo cabe con una guerra extensible a la totalidad del planeta. Porque de aquellos polvos, estos lodos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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