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La de isla Flores no fue ciertamente una lucha épica a sangre y fuego, como mandaban los cánones de la época. Sin embargo, si fue una batalla que les costaría mucho olvidar a los corsarios, activados constantemente por los ingleses contra los intereses españoles.

Cuando desde las Azores vieron, aquel 9 de septiembre de 1591, como una flota española ponía en fuga a los ultrajantes corsarios de su Graciosísima Majestad que, en esta ocasión, sucumbieron con estrépito en su acostumbrado intento de saquear hasta la última moneda de oro que los navíos españoles pudieran traer de las Américas en sus bodegas.

Aquellos tiempos no eran precisamente buenos para la corona española, encabezada por Felipe II, a finales del s.XVI. Porque, por entonces, la corona hispánica trataba de hacer frente a una creciente deuda nacional que, por falta de liquidez en sus arcas, debían atender con las siempre insuficientes monedas traídas desde las Américas. Por otra parte, España combatía en aquellos días contra su Graciosa Majestad la reina Isabel I, quien no dudaba en recurrir y pagar a piratas para realizar el trabajo sucio: los corsarios, como eran conocidos estos sanguinarios mercenarios, habían sido contratados para que saquearan y enviaran al fondo del mar a los navíos españoles que cruzaban el Atlántico cargados de tesoros, al decir de la época.

Así prepararon la batalla

Así que, entre sable y mosquete, fueron pasando los años hasta que, en 1591, los ingleses se enteraron de una interesante noticia: los españoles pensaban echar a la mar sus buques para que, desde América, llevaran a la metrópoli una cantidad considerable de oro y joyas por las rutas habituales que conducían a los puertos de la Península Ibérica. Sin tiempo que perder, los oficiales británicos se pusieron manos a la obra para que, en nombre de la Reina Isabel I, armar de urgencia una flota con la que interceptar el codiciado cargamento.

Con este propósito, organizaron una flota compuesta de unos veinte navíos, entre ellos varios de ellos piratas, cuyo mando fue otorgado al afamado marino Thomas Howard, un viejo conocido por su participación en varios asaltos y batallas contra los navíos españoles. Además, entre los expedicionarios, destacaría, ni más ni menos, que el bucanero Richard Grenville, capitán del galeón inglés «Revenge», barco que, durante años, había navegado a las órdenes del cruel pirata Francis Drake.

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Realizados los preparativos para iniciar la interceptación de los barcos hispanos, la Royal Navy se preparó poniendo rumbo hacia las Azores, donde intentarían sorprender a los marinos del rey Felipe II. Pero, lo que no sabía la pérfida flota de Inglaterra, que los españoles, hartos de la piratería corsaria, había dispuesto una flota de 55 barcos al mando del marino Alonso de Bazán, con la pretensión de dar un escarmiento, de una vez por todas, a los saqueadores comandados por los ingleses.

Y empieza la contienda

El 9 de septiembre, las dos flotas se avistaron en la lejanía, para sorpresa e incredulidad de los ingleses y sus corsarios. Preparado para la batalla naval, Bazán ordenó que los navíos hispanos formaran dos columnas de asalto para neutralizar al enemigo desde todos los frentes posibles.

Sin embargo, este plan no tuvo la eficacia esperada debido al mal estado de uno de los buques. Así lo narró la crónica del encuentro: «Aviéndose navegado algunas leguas en esta conformidad, el general Sancho Pardo envío a dezir a don Alonso que llevaba rendido el bauprés de su galeón, que es uno de los de Santander, y no podía hazer fuerza de vela; y así conbino templar todas las de la armada, por hazerle buena compañía y no dexarle solo donde andavan cruzando de una parte y otra navíos de enemigos, que fue causa de no poder amanecer sobre las Islas», según aparece reflejado en un documento de la época de la colección «González-Aller», ubicado en el archivo del Museo Naval y recogido por la «Revista de Historia Naval».

Pese a que el asalto no se produjo con toda la celeridad que Bazán pretendía, los ingleses no tuvieron el valor de plantar orden de combate en mar abierto y, para sorpresa de los españoles, la mayoría de la flota de la Royal Navy inició la huida a toda vela.

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El «Revenge» mantiene la posición

Aquella retirada de urgencia fue demasiado deshonrosa para Grenville que, desoyendo las órdenes, decidió mantener la posición y, junto a otros dos navíos ingleses más, plantar batalla a los españoles. Por su parte, y mientras se sucedía un inmenso fuego de mosquetería y cañón, Bazán ordenó a parte de sus fuerzas acabar con el «Revenge», al tiempo que varios buques españoles persiguieron en su huida a los otros barcos ingleses.

La contienda no fue demasiado prolongada. A las pocas horas, los buques que escoltaban a Grenville habían abandonado sus posiciones y sólo el «Revenge» se enfrentaba valientemente a los navíos españoles, ahora al completo tras haber vuelto de la fallida persecución. No hubo victoria para los ingleses que, asediados como estaban por todos los flancos, cayeron bajo el control de las tropas españolas.

Termina el combate

Ya al anochecer, el «Revenge», buque insignia de Francis Drake, había caído en manos españolas. «El almirante, de los mayores marineros y corsario de Inglaterra, gran hereje y perseguidor de católicos, hízole traer don Alonso de Bazán a su capitana, donde por venir herido de un arcabuzazo en la cabeza le hizo curar y regalar, haciéndose buen tratamyento y consolándose de su pérdida; mas la herida era tan peligrosa que murió a otro día. De 250 hombres que traía el navío quedaron 100, los más de ellos heridos», se añade en el antiguo escrito, ya citado.

Por parte española murieron unos 100 soldados y marineros, a causa del hundimiento de varios buques durante la batalla naval. De todas formas, aquel día España demostró a su Graciosa Majestad Isabel I, que no estaba dispuesta a sufrir más el pillaje de sus sanguinarios corsarios.