10/05/2024 14:22
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Reproduzco hoy el artículo que escribí tras el Referéndum que aprobó la Constitución en 1978 y que todavía está en vigor. Varias veces después lo he vuelto a publicar, porque creo que es bueno saber dónde estaban algunos de los que hoy defienden a ultranza la Constitución y dónde estábamos y estamos otros. Pasen y lean:

¿Por qué he votado negativamente el proyecto de Constitución en el Congreso y recomiendo esa actitud a mis compatriotas? No por las numerosas deficiencias opinables del texto, sino por discrepancias esenciales, como la definición de la familia, las limitaciones a la libertad de enseñanza y la ambigüedad de un modelo económico que puede desembocar en una economía marxista. Pero la razón fundamental de mi «no» es que la Constitución consagra, por primera vez en nuestra historia jurídica, el principio de que España es un conjunto de «nacionalidades», o sea, de naciones diferentes. Esto es extraordinariamente grave porque la doctrina y la experiencia demuestran que cuando un grupo afirma que es una nación, es que aspira a transformarse en un Estado independiente. Si esto no fuera así, no se habría insistido tan desesperadamente en el término «nacionalidades», y se habría proclamado, simplemente, que nuestra patria se compone de diferentes regiones autónomas, pero que forman parte de esa nación única que es España.

La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos. Esos separatismos, que se manifestaron trágicamente en el pasado, están cada día más a la vista y, en algunas provincias, ya han desencadenado un clima de odios y de guerra civil. No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera. Estimular la disolución de la conciencia de patria y de la unidad nacional es algo que se podrá intentar, pero sin mi voto y sin que mi voz, por modesta que sea, arrastre un solo «sí» más o menos ingenuo.

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Ni la familia, ni la enseñanza, ni la libertad empresarial, ni mucho menos todavía la unidad nacional, son cuestiones secundarias que puedan ser despechadas con un simple «pero». Son los puntos que han sido más discutidos, y son tan esenciales y graves que descartan rotundamente el voto afirmativo. Yo voté en contra de la Constitución. Yo voté en contra de las “nacionalidades”. Yo voté en contra de las ratas.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Fue Guz

Enhorabuena, yo aria lo mismo. La Constitución se hizo para que los parásitos de la monarquía y los políticos vivan a cuerpo de rey, mientras el ciudadano de a pie vive en la miseria.

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