21/11/2024 14:53
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Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro «Coronavirus. Tras la vacuna» ISBN 978-84-9946-745-0

Usted antes que hablar de los efectos adversos de las llamadas vacunas sostiene la tesis de que no son necesarias. ¿En qué se basa para poder afirmarlo?

Las tres características esenciales que debemos analizar a la hora de plantearnos cualquier actuación farmacológica para un paciente son: necesidad, eficacia y seguridad. Aunque todas son importantes, el análisis de la eficacia o la seguridad es poco relevante si previamente vemos que no es una medida necesaria. La necesidad surge de la gravedad de la situación, de considerar que hay una gran diferencia entre hacer o dejar de hacer algo. Es necesario apagar un incendio que, de no hacerlo, quemaría viviendas, mientras que es poco necesario si está terminando de consumir unos rastrojos. En la aplicación de una medida preventiva frente a una enfermedad infecciosa es muy importante el análisis de la letalidad. Letalidad en una enfermedad se define como el número de los que fallecen a consecuencia de una enfermedad en relación a todos los que se ven afectados por ella. En el fenómeno COVID que hemos vivido, la letalidad global se ha estimado inferior al 2 por mil. Es decir, de cada 1000 personas que enfermaron, murieron 2 y 998 sobrevivieron. Y estos que sobrevivieron quedaron inmunizados. Esto de inmunizarse por pasar una enfermedad no es algo nuevo con el COVID: es un fenómeno común y habitual en las enfermedades infectocontagiosas, presente desde siempre, antes de la existencia de las vacunas, donde se sabe que la mejor inmunización es pasar el proceso infeccioso. Forma parte de lo que llamamos inmunidad natural adquirida. En este proceso con una letalidad tan baja, que además es mucho menor en los grupos de edades jóvenes (hay que recordar que alrededor del 85% del total de fallecidos tenía más de 70 años) es epidemiológicamente cuestionable plantear estrategias de vacunación masiva, porque para la mayoría de la población ninguna vacuna para este proceso es necesaria. Sobre todo en niños, en quienes esta enfermedad no ha tenido repercusión.

Tampoco incide en si pueden estar falseados los datos, pues los propios datos oficiales bastan para poderlo afirmar.

En esta guerra de información se han esgrimido datos a diestra y siniestra que diferían notablemente según las fuentes que se consultasen. El caos de cifras ha sido una nota característica de este experimento social. Cada postura aducía datos que avalaban sus tesis y no ha habido acuerdo sobre las cifras reales de afectados. En medio de todo este contubernio, los ciudadanos no sabían de quién fiarse, qué autoridad o intereses podía haber detrás de unas u otras informaciones. Por ello, aparte de pertrecharme de la información recabada de docenas de colegas que trabajan en otros centros asistenciales repartidos por España, me centré en el análisis de los datos oficiales, los que ofrecían tanto las autoridades nacionales como las autonómicas. Y es en la observación de esos datos donde se aprecian reiteradas incongruencias. Por citar algunas, los datos referidos a las llamadas «incidencias acumuladas» que servían para anunciar las conocidas «olas», se han basado en el número de pruebas PCR (reacción en cadena de la polimerasa de muestras obtenidas de exudados nasales) que se recogían como positivas. Siempre se ha visto relación directa entre el número de pruebas que se hacen y cantidad de positivos que se obtienen: a más pruebas que se hacen (con independencia de que se hagan o procesen bien o mal) más positivos se encuentran. Por ello, si queremos hacer una ola y crear una alarma social, hacemos más pruebas en la población general. De este modo las autoridades sanitarias notificaban más positivos, más «contagios», incrementando el miedo en la población, cuando los médicos sabemos que una prueba PCR positiva no equivale a tener un paciente. Y, lo que es peor, no solo lo sabemos los médicos sino que las autoridades han reconocido que la prueba PCR per se no es una prueba diagnóstica de enfermedad COVID… y pese a saberlo la siguen empleando como sinónimo de número de pacientes y así hacer las curvas de incidencia acumulada. Con una herramienta ineficaz, los datos que se recogen son erróneos. En definitiva, las curvas de incidencia que nos iban ofreciendo, no eran de pacientes reales sino de PCRs positivas que se aumentaban más o menos según el número de pruebas que se llevaban a cabo.

Sin embargo los políticos, los medios insisten en la necesidad, incluso en la obligatoriedad de la supuesta vacuna.

Quizás esto sea, desde mi punto de vista, lo más grave en cuanto al manejo de la situación. Con unos datos falsos o inexactos de afectación de la sociedad, se ha hipertrofiado la importancia de este proceso de manera que durante meses, y todavía ahora, sigue copando la atención de los medios de información cuando de suyo es una entidad de poco calado, tanto desde el punto de vista médico como asistencial. Para la insignificancia real del proceso desde el punto de vista clínico y sanitario, está condicionando la vida social hasta el enfrentamiento entre ciudadanos, con mayor apasionamiento que la rivalidad en el ámbito futbolístico. Los medios de comunicación generalistas y subvencionados por las autoridades nacionales y autonómicas han estado machacando de manera reiterada a los consumidores de esos productos (prensa, radio y televisión) creando una corriente de opinión de extrema gravedad, cuando la realidad está por otra parte. Como fruto del reiterado enfoque alarmista, a la población se le ha infundido un miedo irracional, un pánico a enfermar por este proceso. Se ha acrecentado la hipocondria colectiva. Se ha llevado a la calle un debate maniqueo y fanático acerca de la necesidad de las vacunas, e incluso, como dice, de imponerlas por obligación, cuando no existen, insisto, razones médicas para ello. El hipocondríaco vive en medio de una enfermedad de la que huye.

¿Cuál es a su juicio la verdadera razón de esta imposición global y quienes están realmente detrás de todo?

Puesto que está fuera de toda duda que esta medida de vacunación global no tiene sentido médico, se abre un debate acerca de cuál puede ser el motivo de este empeño de las autoridades en que todo el mundo, sin excepción, se pinche estos productos. Algunos consideran que el interés de las multinacionales farmacéuticas, su afán por vender sus vacunas y ganar dinero, es la razón que subyace a este empeño por parte de las autoridades. Según esta consideración, los laboratorios estarían sobornando a las autoridades para que se estipulen medidas coercitivas orientadas a consumir más vacunas. Otros creen que los intereses están más allá del mero ganar dinero, que existe un plan preconcebido y bien trazado por las élites financieras mundiales para llevar a cabo una drástica reducción poblacional mundial con sometimiento de la población remanente. Esto, aunque suene a conspiranoico, no lo es en absoluto porque hay entrevistas recogidas con declaraciones de magnates en este sentido: es propiamente un plan, no es una conspiración, una intención declarada y en absoluto escondida. Y para eso se han ido dictando normas que han calado en todos los países. Resulta curioso que el modus operandi de todos los países occidentales frente al manejo de la crisis ha sido muy similar, todos han actuado de una manera semejante, como si las órdenes de lo que había que hacer fuesen dictadas desde fuera de nuestras fronteras. Y en la organización de este montaje hay unas mentes urdidoras y pensantes a quienes les interesa el poder, el control, no tanto el dinero porque tienen la máquina de hacer los billetes, y unos brazos ejecutores más zafios y a los que les gusta el dinero y que se dedican a la política o a copar las instituciones sociales, profesionales o científicas y que no tienen escrúpulos para vender a los ciudadanos a los que supuestamente sirven. En el mundo de la política, a nivel nacional y mundial predominan los zotes venales, faltos de ética y con los ojos desencajados ante los papelitos de colores que les ponen delante los que realmente manejan los destinos de la economía.

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Por cierto, no es realmente una vacuna, aunque según la nueva definición de vacuna que han inventado han hecho que lo sea.

Entre las muchas curiosidades que ha tenido este experimento social se incluye la tergiversación de los términos. Para ayudar a que reine el caos, hay que cambiar el significado de las palabras. Como decían los estrategas de los ataques a la doctrina católica, no hay que atacar el dogma sino vaciarlo de contenido. En un mundo de relativismo cultural donde con frecuencia oímos eso de «es que para mí esto significa…» es fácil que se pueda llegar a acuerdos falsos: todos podemos estar «de acuerdo» en algo con unos términos que significan cosas distintas para cada uno. En realidad, en esas circunstancias, no habríamos llegado a ningún acuerdo. El término «vacuna» no fue escogido por casualidad. Es un término cálido que evoca en la mente algo bueno, provechoso, ventajoso, deseable,… Es una protección, un escudo, es como un billete de 50 euros que le viene bien a todo el mundo.

¿Quién no puede querer una vacuna en ese sentido? Mira que son irracionales los «antivacunas». Por eso lo llamaron «vacuna» y no «quimioterapia». Pero efectivamente, estos productos que se han comercializado para «prevenir» (que no previenen nada) algo que no tiene gran necesidad de ser prevenido, se han denominado «vacunas» para meterlas en el paraguas conceptual de «algo deseable», incluso imprescindible porque te previene «de una muerte segura si te llega el COVID». Como de inicio no entraban en el concepto que teníamos clásicamente para definir una vacuna, se ha ampliado la definición… y entonces ya podemos decir que son vacunas. Realmente no lo son porque no generan inmunidad según su ficha técnica, y si acaso tienen algún efecto positivo es disminuir la gravedad de la infección de un porcentaje muy bajo de los vacunados (estimado en 0,7%) en el caso de que se tenga contagio y se desarrolle la enfermedad. Pero al no comunicar inmunidad al que se la pone, por ende tampoco contribuye a generar lo que se llama inmunidad de grupo. ¿Quién no ha oído a los políticos emplear de manera sinónima en esta batalla «vacunado igual a inmunizado» o poner por delante el objetivo de lograr una «inmunidad de rebaño», cuando son imposibles conceptualmente?

Sin embargo una vez ha quedado demostrado que no es necesaria, sin embargo los efectos para la salud si que pueden ser letales, no solo a medio y largo plazo, sino ya están habiendo muertes…

Ahí está el análisis de los otros dos factores a tener en cuenta amén de la necesidad: la eficacia y la seguridad. La eficacia de estas vacunas queda cuestionada a tenor de la reiteración de dosis que se van poniendo porque se ve que «pierden eficacia» ¿Habrá que pincharse cada 2-3 meses para sentirse protegido? ¿Protegido de qué? Porque lo que estamos viendo en los hospitales son los efectos secundarios que surgen con la aplicación de estos pinchazos. La mortalidad está aumentando y resulta curioso que la OMS cerrase 2020, año de la pandemia y sin vacunas, con una cifra de fallecidos en el mundo de 1,8 millones mientras que el año 2021, sin pandemia y con vacunas, los muertos por COVID rondan los 6 millones. Estos datos llevan a preguntarnos qué están haciendo realmente las vacunas. Cuando algunas voces agoreras señalan la posibilidad de que estas vacunas dejen estéril a los jóvenes en unos años o se incremente de manera importante la aparición de tumores… yo prefiero pensar que no va a ser así. Pero el tiempo lo dirá. Los efectos secundarios de estos pinchazos pueden ser inmediatos, a medio plazo o a largo plazo. Los inmediatos ya los hemos visto con las reacciones que han aparecido al poco de administrarlas.

Ha habido desde el clásico dolor por los pinchazos o el malestar o fiebre postvacunal típicas de otras vacunas ya conocidas hasta casos de muerte inmediata. No se puede negar por más que las autoridades no quieran recoger esos datos. Pero a pesar de esas reticencias, en España son ya cientos de fallecidos reconocidos a consecuencia de estas vacunas, muchísimos más que todos los fallecidos por todas las vacunas administradas en España en los últimos 25 años. Para algunos, motivo más que suficiente, solo por eso, para suspender de inmediato la comercialización y administración de estos productos, máxime teniendo en cuenta la NO NECESIDAD. Pero no son los efectos secundarios inmediatos, con ser graves, lo que nos preocupa desde el punto de vista sanitario: son los que vamos viendo que aparecen a medio plazo referidos a deterioros en el sistema inmunológico y neurológico, así como los trastornos trombóticos que afectan a toda la economía del cuerpo o los procesos inflamatorios locales, como en el miocardio. Esos son los que estamos viendo ahora. ¿Habrá más esterilidad o más tumores en un par de años? Habrá que esperar, lo iremos descubriendo, pero de ser así… ¿habrá quien lo relacione con las vacunas que se están poniendo ahora?

Estos efectos adversos suelen ser totalmente silenciados. Incluso dicen que la llamada vacuna es totalmente segura.

No es nada sencillo notificar efectos secundarios. Los programas informáticos para hacerlo ofrecen cuestionarios farragosos que echan para atrás a la hora de rellenarlos. Y si al final se rellenan y se envían para notificar un efecto adverso, un validador puede darlo por bueno o malo a la hora de computarlo. Así, entre la desidia de los médicos o el recelo de los verificadores menos de un 10% de los efectos adversos se notifica. Y resulta triste decirlo, pero muchos médicos ante un posible efecto adverso por las vacunas, prefieren mirar para otro lado, ignorándolo o negándolo. Pero el caso es que el paciente está ahí, con su dolencia o tara que considera vinculada a que se le puso una vacuna para COVID. Cuando oigo hablar de manera insistente y machacona en los medios de comunicación acerca de que las vacunas para COVID son seguras, me parece una afirmación desacertada.

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En medicina, la seguridad de un producto farmacéutico lo da inexorablemente el paso del tiempo: un fármaco es seguro si a lo largo de los años no ha dado ningún problema serio con su empleo habiéndose empleado con fruición. En el caso de las vacunas que nos ocupa, hablar de que son seguras cuando no llevamos ni un año empleándolas, me parece un disparate. Están en fase de completar un estudio de farmacovigilancia y eso necesita tiempo. El tiempo no se compra con dinero. Acaso lo que el dinero puede comprar es alguien que diga que son seguras.

¿Qué soluciones propone usted para luchar contra imposición?

La información, el contacto físico, el diálogo, el agrupamiento social, la alegría y el optimismo. Un pueblo informado, conocedor de la dinámica social que se ha impuesto con el miedo, podrá recordar a sus autoridades que el Estado emana del pueblo para regir al pueblo y no para subyugarlo y recortarle libertades con la excusa de un miedo que no tiene justificación médica. Habrá que identificar a quienes estando al frente de la comunidad se han desentendido de ella, han vendido a sus conciudadanos y, como recordaba el evangelio (Cfr. Mat 23,4), han cargado pesados fardos sobre las espaldas de los demás sin mover ellos ni un dedo para llevarlas, han pedido sacrificios a los demás aprovechándose y lucrándose de ese meter miedo a la gente.

Los documentos audiovisuales que quedan para la posteridad, los titulares de la prensa, las declaraciones que cada uno ha pronunciado serán las pruebas de carga para señalar a los acusados. Cada cual ha quedado retratado en sus palabras y también en sus silencios, porque también se peca por omisión. De las escandalosas declaraciones que hemos oído en los medios de comunicación por parte de personas indocumentadas se pedirá cuenta por las graves consecuencias que van a derivar de ellas. Y muchas autoridades de hoy pasarán por el banquillo de los acusados en breve. Porque la sociedad está despertando de su miedo y el clamor e indignación están creciendo en todas las ciudades, en todos los puntos del planeta.

Hasta que punto cree que serán capaces de llegar persiguiendo a los no vacunados.

Bastante persecución se sufre hoy con los intentos de marginación. Un nuevo absurdo social que atenta contra los principios elementales de libertad del ser humano. Los organismos europeos, también en manos de los urdidores de este programa mundial de miedo, dan una de cal y otra de arena acerca de la obligatoriedad de las vacunas. A veces salen noticias de que sí se va a obligar, y algunos países se aplican en serio en ese absurdo y descabellado fin. Pero como la legislación de cada país es diferente, a menudo se topan con que es muy complicado obligar a una determinada población porque sus leyes son muy conservadoras respecto a los derechos fundamentales de la persona.

En España, aparte de la ley General de Sanidad o la Ley de Autonomía del Paciente o del Código de Deontología Médica (que tristemente parece olvidado por las propias comisiones de deontología de los Colegios de Médicos) tenemos una Carta Magna, la Constitución, que habría que modificar para poder obligar legalmente a los ciudadanos a vacunarse contra su voluntad. No obstante, y pese a esas garantías legales que de alguna manera nos deberían defender de esa persecución, de sobra sabemos y hemos visto que el Gobierno no ha tenido ningún reparo en actuar contra la Constitución declarando Estados de Alarma que han sido ratificados como inconstitucionales, advirtiendo, para más inri, que volvería a hacerlo. Un Gobierno que no respeta ya las leyes con las que buscamos mejorar nuestra convivencia, parece que está avisando de que en su ánimo está modificarlas para incrementar su control y dominio sobre los individuos.

¿Ha recibido presiones y amenazas por defender su postura?

Naturalmente que sí, es lógico cuando expresas un parecer que disiente ante un gobierno totalitario. Han sido avisos desde el Colegio de Médicos y otras instituciones con llamadas al orden o con intentos de extorsión aparte de las clásicas amenazas. Todo ello, señal de que vas por el buen camino, que estás poniendo el dedo en la llaga, denunciando la esencia del problema, su verdadera gravedad. Es mucho lo que está en juego, esto va más allá de un virus que se escapó y causó estragos y bla, bla, bla. Me preocupa una democracia en la que la gente no se atreve a opinar para no granjearse enemistades. En mi quehacer profesional no tengo absolutamente ninguna duda de que el problema del coronavirus no es médico, y por eso no va a plantearse ningún debate en este sentido: desde la ciencia está claro que no hay justificación para tanto miedo. La vacuna que hace falta de manera universal es contra el miedo que se ha generado a través del bombardeo informativo.

El empeño que tengo como médico por reiterar esta información deriva del compromiso ético que tengo con la salud de los pacientes y hoy en día la principal pandemia es de miedo y desesperación, amén de los efectos secundarios devastadores que estamos afrontando en tanta gente vacunada. Yo, por mi profesión, no puedo permanecer en silencio. Si la sociedad no vuelve a recuperar los seres humanos libres, felices, respetuosos y alegres que perfeccionan nuestra naturaleza, no merece la pena luchar por las siguientes generaciones. Como médico recuerdo cada día las palabras de C.S. Lewis que decía que ninguna ayuda, ninguna labor social puede tener otro sentido que ayudar a los hombres a descubrir que vale la pena vivir, porque se dan condiciones de vida en las que ese descubrimiento es casi imposible. No podemos dejar de luchar para que las generaciones venideras continúen siendo libres.

Autor

Doctor Luis M. Benito
Doctor Luis M. Benito
Luis Miguel Benito de Benito, médico especialista de Aparato Digestivo desde 2000 y Doctor en Biología Celular. Licenciado en Filosofía. Máster en Dirección Médica y Gestión Clínica por el Instituto de Salud Carlos III y Experto Universitario en Derecho Sanitario y Ciencias Forenses por la UNED. Facultativo Especialista de Área del Hospital Universitario de El Escorial y Director Médico de la Clínica Dr. Benito de Benito desde 2011. Autor del libro "Coronavirus. Tras la vacuna" ISBN 978-84-9946-745-0
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