22/11/2024 03:09
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España ha sido, está siendo, y me desespera pensar que será, víctima durante mucho tiempo de esa maldita obsesión por la imperante democracia, por la que se ha olvidado la razón de ser y misión histórica de la Patria, ensimismando al pueblo en el reflejo de sus malditas urnas.

     La democracia que tenemos en España, no de uso sino de abuso, por sí misma, dicen que no es ni buena ni mala, que todo depende de sus logros y servicios, es decir, es un medio, solamente un medio, una herramienta que según se use dará lugar a éxitos o fracasos, pero lo malo es cuando la democracia, como realmente ocurre desde su implantación, se convierte en un fin en sí misma y por sí misma que solamente da corrupción.

     Como todo el mundo sabe la democracia es el vulgar sistema político que defiende la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes. Soberanía que aquí usamos cada cuatro años y termina en esos mismos cuatro años con la última papeleta depositada en las urnas, privando de todo ese ejercicio de control gubernamental. No recuerdo que, durante estos años democráticos, haya existido control alguno de los daños causados por los gobiernos o sus gobernantes. Recordemos que el poder político, como dirección del Estado, debe utilizarse para el beneficio de la sociedad y para el cumplimiento de los fines colectivos, respetando las reglas y parámetros establecidos para ello. Pero cuando este poder se utiliza para el sólo beneficio de quienes lo detentan, y/o se le ejerce contrariando las referidas reglas, no solamente nos encontramos ante un mal gobierno sino también ante la degeneración y mal ejercicio del poder político. ¿Y qué soberanía del pueblo lo controla?

     Insisto en citar que la democracia en España es un vulgar método para elegir cada cuatro años a una serie de personas portadoras del mandato de su partido político, para que, a su vez, elijan a gobernantes alejados por completo de la justicia y de las necesidades vitales del resto de las personas. De esta manera se ha convertido en una ideología totalitaria que cuando pasa a ser gobierno y legislatura se afianza en el positivismo, sustituyendo lo justo por lo oportuno, alejándose de la verdad y entrando en lo relativo. Y así nos va.

      Hay que dejar claro que la Constitución y las normas necesitan de la ayuda del Poder Público para hacer efectivas sus líneas trazadas, y que estos poderes, para cumplir con ello, deben restringir sus actuaciones dentro del mismo marco establecido y permitido por la propia norma, y de la manera que ésta lo manda, porque de lo contrario todos los actos que cometieran serían ilegales, carecerían de legitimad alguna y por lo tanto no serían otra cosa más que un abuso de poder, simple y llanamente, porque el Poder solamente dentro del Derecho es autoridad, fuera de él es tiranía.

    Efectivamente, la democracia política no es otra cosa que la tiranía de los leguleyos al servicio del poder económico, desentendiéndose de la ley natural de las personas, esclavizándolas al servicio de las plutocracias. Ni que decir tiene que aquel que se define por encima de todo como demócrata, no es otra cosa que un hipócrita que se ampara en leyes y sufragios de mayorías para disimular su indiferencia entre el bien y el mal.

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    Otra cosa que se escapa en esta democracia y que en la actualidad es condición imprescindible para los regímenes constitucionales, el respeto de los derechos de las minorías, y el asegurar la participación de éstas en el proceso del poder, porque son ellas las que garantizarán la transparencia dentro del mismo, mediante el control y la fiscalización de las fuerzas oficialistas que detentan circunstancialmente el Poder Político.

     Cuando en el año 1978 se aprobó la actual Constitución por mayoría aplastante se declaró a los cuatro vientos que España apartaba la dictadura y se convertía en un Estado Constitucional. Y tras estos años trascurridos ¿podemos afirmar que España es verdaderamente un Estado Constitucional?  Pienso que no es suficiente el simple hecho de tener una Constitución formalmente legalizada y promulgada, sino que ésta no contener o no usa de los mecanismos necesarios para limitar y controlar al Poder, para que de esa manera se garantice la vigencia de los derechos de las personas. Además, obviamente, esa Constitución debería ser plenamente respetada y cumplida. En caso de que no se den estas dos condiciones básicas y fundamentales, la Constitución es una simple carta orgánica, programática y fundacional, si se quiere, pero de ninguna manera será una verdadera Constitución, y por ende el Estado no será más que un Estado Pseudoconstitucional, regido por una autocracia encubierta. ¿Les suena?

    Quiero recordar que siempre he prevenido a los españoles que a los gobiernos democráticos se les escapan la situación de las manos. Y me fundamento en la fatiga de los elementos, en la falta de despensa ideológica de la mayoría gubernamental y en los motivos económicos que son, a mi entender, la imposibilidad de hacer frente a los gastos de Mutualidad y Seguros Sociales, espiral inflacionista, disminución de horas de trabajo en progresión, ruina de todos los sectores industriales, separatismo delirante y los gastos de 17 gobiernos autonómicos. De cuanto he dicho y previne, ¿qué es lo que falta por cumplirse para que nuestra Patria esté a punto de desaparecer?  Ni los más optimistas en el nuevo Frentepopulista de las próximas elecciones podrían esperar tanto de las fuerzas destructoras a quienes encomendaron, tácita o erxplicitamente, la tarea de romper España en mil fragmentos.

    Las causas económicas se van desgarrando poco a poco. No podemos hablar de Gobierno porque éste, prácticamente, no existe. No podemos hablar de Constitución, porque ésta con la falta de Dios y la sobra de las Autonomías es un puro disparate. Las realidades de hoy, de ahora, del momento, están bien claras: El pueblo a la desbandada, quebrado, desunido y en bancarrota, el separatismo campando a su antojo, la insolidaridad entre los partidos es el reflejo de la situación en funciones en la que nos hallamos, y es que ya se sabe lo partidos no unen, sino que dividen, el rencor entre españoles, partidos de fútbol jugados con banderas espúreas, cada día un caso nuevo de corrupción y la gran preocupación del pueblo español.

    Todo lo cual ha suscitado, que las cosas se tienen que poner mucho peor para que se arreglen y pongan bien.

    Perfecto. Lo único que preguntamos es quién sucumbe cuando las cosas están peor, quién es el pobre que va a caer mañana por una consigna comunista o por estar inmerso, simplemente, en la atmósfera degradante que una política machaconamente estúpida está creando. Mientras tanto, los llamados sindicatos, que no existen como tales, están empeñados en una lucha sorda y desfavorecen al trabajador, en lugar de favorecerle. La caída en vertical de nuestros recursos es fehaciente. En medio de este caos… ¿Qué podemos hacer? Hay que intentar otra fórmula. Yo puedo, perfectamente, como ciudadano, acusar al sistema de incapacidad política, de falta de autoridad, de nulidad económica y, por lo tanto, exigirle que, tras la dimisión masiva de Gobernantes, diputados, senadores alcaldes y concejales se arbitre una nueva forma o fórmula de gobierno sin cobrar abusivamente. No nos sirven, ni nos han servido nunca, los disparates de las libertades democráticas, que generan entre nosotros un despiezamiento de la nacionalidad española. La democracia no sirve porque no contempla lo que es el hombre español, el carácter español y las formas de comportarse de los españoles.

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    La democracia no es que no la entendamos es que no sirve. Yo soy de los que creen que está en crisis todo el mundo democrático, pero eso no es justificable para la crisis española.   Ni tolero que me cuenten chistes morunos de que estamos viviendo las lógicas consecuencias del franquismo, entre el llamado autoritarismo y la democracia, porque un Gobierno que lo es, no permite esta ausencia absoluta de honradez con desórdenes acumulados día a día, con un camino de revancha y desunión como la que se está liando. Me carcajeo de los que hablan de coherencia, regeneración, cambio y moderación cuando la crisis es el pan nuestro de cada día. No señores demócratas, de lo que se trata es que esto no funciona. No funciona esta democracia, no funciona este sistema. Por adelantado: no hay líderes, ni existen políticos capaces de conjugar entusiasmos. Se me dirá que esto es bueno para la democracia y yo añado que esto es trágico para los españoles.

     Y que sepan los demócratas de toda la vida que no voy a señalar con el dedo más ineptitudes de las que el pueblo conoce. Lo que quiero que quede bien a las claras es el fallo desastroso y monumental del sistema. Lo que quiero que se comprenda es que aquí entendemos la democracia colocando banderas que no son las de la Patria en lugares oficiales, que entendemos la democracia por no trabajar, que entendemos la democracia porque las señoras y los caballeros se desnuden en plena calle, y que entendemos la democracia como la creación de clubs de “vaivén”, en donde el intercambio de parejas y orgullos mariconcillas rozan los límites de lo delirante. Señores: esto se ha acabado. Ni un día más de crédito al sistema. Lo de la libertad sin ira no ha sido sino un camelo.

Autor

REDACCIÓN