17/05/2024 02:25
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Continuamos con los extractos de Los que perdimos. Las partes anteriores están aquí.

Capítulo VII. … quebrados y sin saliva / en la boca, con los huesos…

 

El humor, que nunca se pierde:

 

—La Pepa, ¿verdad?

  —Sí —respondía el infortunado queriendo, no obstante, aparentar estoicismo o indiferencia—. La tenía tragada.

  —Bueno, pero no hay que apurarse, hombre.

  —Si no me apuro. Tú verás: de treinta, sólo nueve han escapado con penas de años. Es lo que yo digo: cuantas más Pepas, mejor. Lo malo sería que sólo nos tocara a unos pocos.

  Algunos gritaban al llegar a su sala:

  —¡Aquí me tenéis, muchachos!

  —¿Qué?

  —¡Treinta años! A ver si aprendéis.

  Otros trataban de disimular hipócritamente su emoción:

  —Me da vergüenza decirlo, compañeros. Me han tomado por una hermana de la caridad. ¡Doce años!

  —¡Facha, más que facha! —le embromaban entre risas quienes bajo su estrépito trataban tal vez de encubrir sus íntimos e inquietantes temores.

  —Que te digo yo que nunca se ha visto nada igual, hombre. Si quisieran hacer un escarmiento de esa categoría, de miles y miles de tíos apiolados, ¿crees tú que se iban a molestar con tanto papeleo y tantas idas y venidas y, sobre todo, con tanto ruido? Ni hablar. Buena gana de complicarse la vida sin necesidad. Con unas cuantas horas de hacerse el loco hubiera sido suficiente. Y con lamentarlo después… Primero, cuatro tiros y, luego, pues mire usted, no sabíamos nada, los incontrolados… y ya está.

Y yo no es que diga que sí ni que no, pero me parece que se trata de simples paseos a fulanos que pertenecieron al SIM. Es que los del SIM… ¿Qué podían esperar, digo yo?

  —A lo mejor, rosquillas.

  —El que les den el paseo no tiene nada de particular. Es la forma de que no se les escapen con vida, de ajustarles la cuenta antes de que llegue la amnistía. Luego ya no podrían hacerles nada, ¿no te parece?

  La larga lista de cárceles abarrotadas sugería asimismo la idea de la improrrogabilidad de la situación.

  —¿Cómo van a funcionar los ferrocarriles si están en la cárcel todos los ferroviarios?

 

Un cura “rojo”:

 

El éxito de la catequesis era cada día mayor. La recluta de asistentes a las lecciones del padre Basilio era espontánea y se realizaba por contagio. En cuanto se tenía noticia de que el robusto cura asturiano se disponía a hablar en el patio, subido en un cajón, numerosos reclusos corrían a escucharle.

  —Parece un buen hombre.

  —Vamos a ver qué nos dice hoy el padre Basilio.

  Explicaba brevemente cualquier punto de la fe católica y luego atacaba su tema favorito:

  —Debéis tener un poco de paciencia, un poco de paciencia nada más, y sobrellevar esta prueba con resignación y sin desesperaros, porque ya falta poco, muy poco, para que volváis al seno de vuestras familias…

Al llegar aquí en su perorata, el auditorio aplaudía clamorosamente, y el padre Basilio se enardecía:

  —El campo y la fábrica están esperando vuestros brazos, porque vosotros sois la energía que mueve la maquinaria de la nación. Vosotros sois la fuerza, el trabajo, el músculo y el cerebro. ¿Hay algo tan hermoso como la aldea donde uno nació?

  —¡No! —le contestaban.

Solían asistir los guardianes Von Papen, Conde Ciano y otros que no disimulaban su total desacuerdo con las palabras del cura, mediante gestos despectivos, encogimientos de hombros, risitas burlonas e, incluso, actitudes desafiantes. Ello provocaba un mayor ardimiento en los reclusos que, a cada súrsum corda!, del padre Basilio, atronaban la prisión con sus aplausos, como si estallase en el patio una traca valenciana.

  —¡Esto es un mitin, compañero!

  —Como que yo me temo que un día no dejen salir de aquí al padre Basilio.

  —¡Ca! Tanto como eso, no. Menudos son estos tíos. Cuando un cura se atreve a hablar así es porque tiene permiso, no lo dudes. Algo buscan, porque todavía está por ver que un cura dé un paso de balde. Y no hay quien se meta con ellos. Salen como los hongos. Quién iba a decir que después de la limpieza que aquí se hizo, que nos veríamos otra vez comidos por los curas. A lo mejor, lo que ellos pretenden es que les agradezcamos después la amnistía. No te lo pierdas de vista, muchacho.

 

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Lamentos de los perdedores:

 

  —Si hubiéramos luchado sólo españoles contra españoles… —insinuó el representante de Unión Republicana—. Es lo que siempre decía don Diego:

Que dijera esto un jefe masón al servicio de Francia o de Inglaterra tiene su qué.

 

Más escenas:

 

De cuando en cuando, el ordenanza voceaba los nombres de los llamados a comunicar, los cuales corrían a su encuentro y formaban espontáneamente en dos hileras, y, de cuando en cuando también, irrumpía entre los corros alguien que volvía de comunicar y empezaba a lanzar noticias que, al pasar de boca en boca, se hinchaban como irisadas y gigantescas pompas de jabón. Ello hacía que en el patio hirvieran mil rumores distintos que formaban entre todos un vasto clamor de mar alborotado. Se veían presos que ostentaban en la pechera cartoncitos con frases como «No me hables de la guerra» o «No me cuentes tu caso». Algunos iban de grupo en grupo escuchando ávidamente lo que en ellos se decía. No faltaban los solitarios, los retraídos, a quienes deprimía la excitación de los demás, ni los precavidos que hablaban mirando antes alrededor, ni los que se hacían escuchar como oráculos, ni los que pretendían sostener a todo trance su superioridad, ni los que estaban dispuestos a creer lo que fuese, ni los sempiternos discrepantes, ni los que se divertían burlándose de otros, ni los que respondían con gestos serviles a las humillaciones, ni los que hacían gala de estar en el secreto de todo, ni los que demostraban no haberse dado cuenta todavía de nada, ni los bromistas, ni los chistosos, ni los juguetones, ni los graves y asentados, ni los frívolos y atolondrados, ni los vestidos con esmero, ni los andrajosos, ni los bien nutridos, ni los caquécticos, ni los que fumaban rollizos cigarros o comían ostentosamente alguna golosina, ni los que husmeaban a la caza de una colilla o de un desperdicio.

Olivares tiene visita de su madre y hermana, que habían quedado en zona nacional. La hermana puede concertar una entrevista con él en el despacho de un jefe, don Félix, falangista, que hace la vista gorda. Hablan ellos dos:

 

  —¿De qué le acusaron en el consejo de guerra?

  —Pues de haberme pasado voluntariamente de la zona nacional a la roja y de haber llegado a ser comisario y capitán.

  —¿Y por eso quiere el fiscal que le condenen a muerte?

  —Sí, señor.

  —¿Sólo por eso?

  —Sí, señor.

  —Pues también es increíble.

  El gesto de asombro de don Félix y su comportamiento animaron a Federico a decir:

  —Uno perdió y tiene que pagar, ¿no le parece?

  Don Félix se le quedó mirando a los ojos mientras chupaba su cigarrillo. Se volvió luego de espaldas, lentamente, anduvo unos pasos y murmuró:

  —Lo que habría que aclarar es quiénes son los que han ganado.

  —Mi padre [de don Félix] estuvo encerrado en esta misma prisión y lo asesinaron después. Yo me pasé a los míos, combatí dos años en primera línea y ahora estoy aquí de carcelero. ¿Es esto ganar?

Antolín es otro falangista, del pueblo de Olivares, que también está de vigilante en la prisión, y también desengañado de cualquier ilusión falangista:

 

No creas que para nosotros todo es coser y cantar. ¡Ni hablar! La guerra nos ha hecho polvo a los de nuestra edad, a unos más y a otros menos, pero a todos nos ha buscado la ruina. Claro que a ti te ha tocado lo peor, Federico, pero como no te van a matar ni te van a tener preso mucho tiempo, pronto nos encontraremos por ahí y a lo mejor tienes tú más suerte que yo, que todo puede ser. Mira, el que pega tiros no va a ninguna parte. Los que ganan de verdad son los cuatro de siempre, los que ven los toros desde la barrera… Si no hubiera sido por la guerra, yo estaría ya bien colocado, y éste igual, ¿no es verdad, Félix?

 

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Capítulo VIII. … roídos por las escarchas, / por el hambre y por el hierro…

La hermana se va a buscar avales para su hermano. Una parte de la familia los rechaza. Los más meapilas, por supuesto, para no desmentir el tópico. Más de lo mismo:

 

Y ya ves tú… Cuando hemos necesitado ayuda han sido esas personas las únicas que nos han tendido la mano, tanto durante la guerra como ahora, mientras que las de nuestra clase nos han vuelto la espalda, incluida la propia familia, por miedo y por egoísmo. Ha sido una gran lección para mí, te lo aseguro. Claro que tienen sus defectos, ¿y quién está libre de ellos?, pero les sobra corazón y comprenden el dolor ajeno, quizá porque están acostumbrados a sufrir. Los otros, en cambio, siempre tienen a mano una excusa, acompañada de una sonrisa y de muy buenas maneras, para negarse y quedar tan bien.

Por cierto, el otro día [Rosario] llegó a casa muy disgustada. Había ido a El Escorial a visitar a un fraile agustino que Molina empleó, sabiendo quién era, en la biblioteca de vuestro partido, con el fin de protegerle contra todos los peligros que entonces amenazaban a las personas de su condición. Prácticamente le debe la vida. Pues bien, después de hacerla esperar más de una hora, el fraile la recibió de pie para decirle que, sintiéndolo mucho, no podía hacer nada en favor de Molina.

… Los que tienen la sartén por el mango son los curas, y al decir curas me refiero también a los frailes y a las monjas. Son los amos. Una sotana puede más que un espadín. Ante una sotana se abren todas las puertas y todo el mundo se inclina. En el tranvía o en el metro, cuando aparece un hábito religioso, hay verdaderos pugilatos por hacerle sitio y dejarle un asiento. Y es que la gente sabe la influencia que tienen. Por eso se llenan las iglesias. Por eso todo son procesiones y manifestaciones religiosas. Te encuentras en todas partes con frailes y monjas, hasta en los cafés; se te acercan a pedirte una limosna y ¿quién es el guapo que se resiste y dice que no? Nadie. El que más y el que menos tiene miedo de ser tachado de ateo y de desafecto al Régimen y da y da, aunque le escueza por dentro…

Si los curas quisieran, se acabaría rápidamente la persecución contra vosotros y entonces sí habría un indulto general. Pero no quieren. Está claro que no quieren.

El novio de la hermana es otro falangista desengañado:

 

Fernando decía muchas cosas que yo te había oído antes a ti. A veces, cerrando los ojos, me parecía escucharte, hermano. Sí. Hablaba como tú de las injusticias sociales, del derecho de los débiles, de la tiranía del capitalismo, del atraso cultural y de la ignorancia y la miseria de las gentes. Cuando tomaron Bilbao se le escapó algo que luego me ha repetido muchas veces. Me dijo que estaban perdidos y, como yo le replicase que por qué se expresaba así cuando la verdad era que estaban ganando la guerra, él, después de asegurarse de que no podía oírle nadie más que yo, me contestó estas palabras: La están ganando el capital y los curas, y la hemos perdido irremisiblemente los que queríamos un cambio, otra cosa para España, los que hemos luchado y luchamos por una España más justa y más hermosa. Ya ves tú. Así llegó a hacérseme simpático y, cuando quise darme cuenta, estaba enamorada de él.

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