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Como se observa a lo largo de toda su obra, y particularmente en “Las disciplinas”, según hemos podido resumir en estas tres entregas, Juan Luis Vives sostuvo una pugna continua contra quienes por medrar apresuradamente se alejan de la verdad; y también contra los que la oscurecen y pervierten por mantener la posición alcanzada, por acrecentar sus privilegios, o por simple vanidad buscan distanciarse de la plebe. Por ejemplo, a propósito de los vanos florilegios dialécticos en que gustaban engolfarse los falsos eruditos, Vives afirma: “El público contempla como un número de feria esos juegos pueriles, pues para él se imaginaron y en ellos, con perdón del Cielo, actúa como juez de campo en ese torneo y corrida de cañas, que se anuncian con gran boato y sonido, como función sensacional para que la turba aplebeyada, con la boca abierta, admire lo que no entiende y ellos ganen ante el vulgo reputación envidiable”[1].
Términos que podríamos aplicar sin problema hoy en día a un campo enorme de actividades sin fuste, reunidas bajo esa enorme mixtificación que –mal– llamamos “cultura”.
En otro pasaje lo enuncia más claramente si cabe, señalando con dedo acusador el afán por embrollar de quienes se fingen sabios sin serlo; esos charlatanes, embaucadores y farsantes sin escrúpulos que pretenden escalar sobre la ignorancia de la muchedumbre iletrada y necia. O dicho en sus propias palabras: “[…] aquellos hombres livianos que se encandilaban con la pasión de la gloria, porque cada uno quería que se le tuviera por héroe de un nuevo descubrimiento. […] Ello resultaba facilísimo, pues para ese viaje no se necesitan alforjas ni son menester cultura ni libros […] y saboréanse con no ser entendidos, como prestidigitadores que engañan los ojos del público. […] Parece aquello ser ingenioso, en parte porque no se entiende, pues son muchos los que sólo hacen aprecio de lo que no comprenden[2]”.
En este sentido, Vives no pierde ocasión de señalar aquellos pseudosaberes que más se aproximan a la hechicería que a ninguna Ciencia: “Pegada a la Astronomía anda la adivinación, que se llama astrología, nacida totalmente de la ostentación y de las imposturas”[3]. Criticando igualmente a aquellos seguidores de Aristóteles que lo seguían ciegamente aunque su camino resultase poco claro o abstruso, y sin comprender sus pasajes más oscuros e intrincados, se perdían en sendas todavía más neblinosas y estériles: “Enajenados con esa Naturaleza que ignoraban, fantaseáronse otra a base de bagatelas, de sutilezas, de aquellas zarandajas que nunca Dios creara […] monstruosas invenciones que no entienden los mismos que las engendran […]”[4]
En contraposición a la buena opinión que por su objetividad le merecían las Matemáticas, pues “en esas abstracciones no ocurre engaño ni mentira”[5], sus reservas aumentan en todos los demás terrenos. Y aunque no expulsa a los poetas como hace Platón en su República, su pensamiento sobre la Poesía es válido para todas las artes y pivota sobre el mismo punto: la búsqueda de la verdad y la prevención contra la mentira: “Si el poeta no es otra cosa que un encomiasta en verso de la mentira, ¡váyase la poesía noramala![6]”, –dice Vives.
La obsesión de este ilustre español por buscar siempre la verdad y su defensa a ultranza de la honradez intelectual se aprecia singularmente en la atención que presta –en la parte tercera de Las disciplinas– a los silogismos y a la comprobación y refutación de argumentos: “Silogismo es la comparación de dos con un tercero, de la cual nacen la relación de los dos entre sí, de forma que o se enlazan o se sueltan”. Recogiendo hasta diecisiete formas de silogismo, distribuidos en tres órdenes[7], que explica caso por caso y que merecen recordarse. De primer orden: Bárbara, Darii, Celarent, Ferio, Fapesmo; de segundo: Camestres, Baroco, Cesare y Festino; y en el tercero: Darapti, Datisi, Fapello, Barboco, Felapton, Ferison, Disamis, Ferisco y Bocardo. Una lista que se suele tener por simple enumeración tediosa e inútil, pero que permite discernir y combatir los ardides sofistas, contribuyendo positivamente a una recta construcción de las ideas.
De hecho, si se piensa un poco, la enseñanza de estas cosas en la escuela contribuiría grandemente a la formación de individuos autónomos, con pensamiento crítico y difícilmente manipulables. Y acaso será precisamente por eso que ni los profesores las saben ni las enseñan, y personas que se dicen con estudios son presa habitual de argumentos falaces y llaman “razones” a los más burdos sofismas.
En relación con lo anterior, es decir, la falta de cultivo de la inteligencia crítica, Vives nos dejó otras reflexiones jugosas que, sin duda, pueden ayudar a entender mejor nuestro presente. Por ejemplo, a propósito de la zozobra que mantiene a las gentes en vilo e impide el análisis templado de las situaciones, nuestro preclaro compatriota ya apuntó hace cinco siglos: “La alarma y la pública inquietud anulan la actividad intelectual porque el espíritu vuelve toda su atención al pensamiento exclusivo del mal inminente”[8]. Un pensamiento que sugiere o explica por qué la creación artificial de problemas y la permanente sucesión de escándalos no es necesariamente azarosa y desgraciada concatenación.
Finalmente, cabe citar otro punto sobre el que el sabio Vives también se pronunció; y sus reflexiones al respecto; no sólo oportunas, sino necesarias en estos tiempos que corren. Cuando con denuedo y descaro un atajo de delincuentes se dedica a falsificar la Historia para intentar tapar los crímenes de su organización y perpetuarse en el poder, merece recordarse una idea sensata y sencilla, y que hasta puede parecer de Perogrullo, pero que hoy nos resulta tan vigente y cierta como cuando fue escrita: “a la Historia le basta con que sea verdadera, y que aun cuando se engalanare con todas las otras cualidades, si no contuviere verdad, no puede merecer este nombre”[9].
[1] Las disciplinas, Libro Segundo, Capítulo VII, pp. 162.
[2] Las disciplinas, Libro Segundo, Capítulo VII, pp. 162-63.
[3] Las disciplinas, Libro Quinto, p. 215.
[4] Las disciplinas, Libro Quinto, Capítulo II, p. 200.
[5] Las disciplinas, Libro Quinto, “De la corrupción de la Filosofía Natural, de la Medicina y de las Artes Matemáticas”, p. 214.
[6] Las disciplinas, Libro Segundo, Capítulo IV, p. 117
[7] Las disciplinas, Parte Tercera, Libro Segundo, “Censura de la verdad en la argumentación”, Ediciones Orbis, vol. 2, Barcelona, 1985, pp. 175-195
[8] Las disciplinas, Libro Séptimo, Capítulo II, “Donde se demuestra que importa mucho que las leyes sean pocas y claras, y que, a pesar de esto, fueron multiplicadas, oscurecidas y embrolladas por sus mismos intérpretes y por los príncipes”, p. 241.
[9] Las disciplinas, Libro Segundo, capítulo VI, p. 126.
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