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La cosa comenzó cuando en 1953 Dwight D. Eisenhower fue proclamado presidente de los Estados Unidos (el número 34), y un tal Richard Nixon vicepresidente.
En 1959 se produjeron la visita a España del presidente norteamericano Eisenhower y el célebre abrazo al General Franco, dando con ello un respaldo a su Régimen que, de inmediato dio como resultado el regreso de las Delegaciones Diplomáticas y los Embajadores que habían abandonado España en 1948, dejándonos aislados de Europa y de casi todo el resto del orbe; a lo cual el «Caudillo» –también denominado «Generalísimo»- llamó «confabulación judeo-masónica».
Eisenhower y Franco acordaron la instalación de bases militares (de utilización conjunta, decían) en suelo español, y a cambio los norteamericanos se comprometían a remediar en lo posible nuestras muchas penurias y carencias. Con anterioridad había venido a España el presidente argentino Juan Domingo Perón, acompañado de su esposa «Evita» (Eva Duarte), una visita que alivió en mucho la lamentable hambruna que aquejaba a España, pues como resultado acabó enviándonos trigo en abundancia, que permitió que los españoles pudieran comer verdadero pan, aunque fuera racionado. La ayuda alimenticia norteamericana nos llegó en forma de leche en polvo, mantequilla y queso, productos éstos imposibles de catar durante muchos años por parte de la mayoría de los españoles de entonces… salvo que pudieran permitirse comprar de «estraperlo» (supongo que, también habría que explicar de qué va eso del estraperlo a los desmemoriados y víctimas de las «leyes educativas progresistas», pero el que no lo sepa que lo busque en la «wikipedia», pues si me entretengo en continuas digresiones me acabará saliendo un artículo demasiado extenso). Aquello de la leche pulverizada era una rareza para muchos y un descubrimiento para casi todos que, al principio, muchos se llevaron a la boca con cierta desconfianza. En nuestra ignorancia, no podíamos concebir que un líquido se transformase en polvo, pero la verdad es que al diluirlo en agua tomaba la blancura de la leche, algo de su espesor y un sabor aproximado a la que salía del ordeñe de las vacas, las ovejas, o las cabras.
Con la mantequilla no había duda, con el queso tampoco, dado su consistencia y efecto inmediato en el paladar sin más condición que el de morderlo y masticarlo, si bien nos extrañaba el color amarillento y su blandura pastosa aunque agradable, parecida a la del queso de bola (ni que decir tiene que entonces la mayoría no sabíamos de la existencia del queso de bola).
El reparto de la leche, la mantequilla y el queso se hacía en los Colegios Nacionales, Auxilio Social (Auxilio Social fue una organización de socorro humanitario constituida durante la Guerra Civil Española y posteriormente englobada dentro de la Sección Femenina del Movimiento, presidida por Pilar Primo de Rivera, hija del General Primo de Rivera, y hermana de José Antonio, fundador de Falange Española) y algunas otras instituciones benéficas. Yo, como vivía en un pueblecito solo tuve oportunidad de saborear la leche en polvo americana, de lo demás supe que existía cuando viajaba a la capital de la provincia, lo cual no era cosa frecuente…
De esa manera, aunque España quedó totalmente al margen del Plan Marshall (de lo cual, también habría que dar una pequeña explicación a los ignaros, desmemoriados y víctimas de la LOGSE y demás leyes educativas progresistas, ¡que nadie se asuste!, pues no la daré, que para eso están las enciclopedias, Internet y la wikipedia…) con el que los Estados Unidos de América ayudaron a reconstruir la Europa destrozada por la segunda guerra mundial, la ayuda americana llegó también a España travestida de tratados y alianzas fundamentalmente militares y de defensa, subscritos en 1953 por la Dictadura del General Franco y los Estados Unidos de Norteamérica. Con la diferencia de que, mientras para Europa la ayuda tenía mucho de altruista y era casi gratuita, España tuvo que pagarla, muy cara y durante muchos años, cediendo parte de su territorio para la instalación de bases militares (Rota, Morón de la Frontera…) y otras concesiones y servidumbres.
De todos modos, para fortuna de los españoles de entonces, los convenios de defensa y militares vinieron también acompañados de ayuda humanitaria, como la leche y el queso que se repartían en los colegios, por lo menos –que yo sepa- en los colegios públicos, entonces llamados «Colegios Nacionales», desde 1955 a 1963, aproximadamente.
Tampoco está de más recordar que la calidad de alimentación, y la capacidad de adquisición de productos de primera necesidad que España poseía en 1935, es decir, un año antes de la Guerra Civil, no volverían a alcanzarse hasta la segunda mitad de los años 50, por lo que es algo más que probable que la leche en polvo americana contribuyera a completar el número de calorías que necesitábamos muchos niños de la época.
Aquella leche tenía un sabor un poco raro. Nos la servían templada, a la hora del recreo, y en invierno sentaba pero que muy bien. Yo llevaba al colegio un vaso de aluminio, o de latón (si la memoria no me falla) que al cabo del tiempo acabó siendo de plástico. Había días en que se podía repetir, fuera porque aquel día había faltado al colegio mucha gente, o cosa por el estilo. No era obligatorio beberse la leche, pero no estaban los tiempos para andar despreciando cosas.
Bien, prosigo: En la España de entonces había cuestiones que nadie transgredía, nadie cuestionaba, por la sencilla razón de que todo el mundo consideraba que las fórmulas convivenciales que funcionaban, no había ninguna necesidad de cambiarlas. Pese a que en la actualidad haya mucha gente que nos pinte aquella época como un infierno absolutamente insoportable, poco menos que un estado policial, en el que la gente «funcionaba» a base del miedo y la represión, la coacción constante, con mayor o menor violencia, «la letra con sangre entra», y cosas por el estilo; todo aquello, aparte de no ser percibido como una crueldad insoportable, salvo que alguien no sepa de qué está hablando, nadie puede afirmar -sin caer en la mendacidad- que tales cosas eran cosa exclusiva de la España franquista, dictatorial, liberticida, y etc. Cualquiera de las democracias occidentales de la época, poseían formas de convivencia similares, trataban y educaban a sus hijos de forma similar, y en todos los países supuestamente «modernos» de entonces, salvo raras excepciones se consideraba «legítimo» reprender y corregir de forma «razonable» a los menores, incluso recurrir al castigo físico. Tal es así que en determinados lugares que se nos ponen generalmente como ejemplo de país avanzado, aún se sigue considerando legítimo que los padres y educadores abofeteen a los menores.
También distorsionan la realidad de aquellos años, quienes presentan a los varones como unos brutos egoístas, abusadores, que trataban a sus esposas y compañeras de forma irrespetuosa, y demás «lindezas» de las que tanto nos hablan algunos en la actualidad.
Evidentemente, energúmenos haberlos los había, como sigue habiéndolos, y posiblemente (por mucho que nos disguste) seguirá habiéndolos por los siglos de los siglos. Como también, había «energúmenas» (siempre las ha habido…) Harina de otro costal es que la «legalidad» de entonces considerara a las mujeres como «inferiores» y merecedoras de ser tuteladas, primero por sus papás, segundo por el Estado, y después por sus esposos, hasta tal punto de que no podían contratar sin permiso de su padre o esposo, fuera comprar una vivienda, o contratar un préstamo, o cualquier cosa actualmente inimaginable… pero, no olvidemos que en España todos, sin excepción, eran considerados súbditos y por tanto «menores de edad» en casi todos los sentidos.
La «España nacional-católica» era tal cual era, para bien y para mal, con sus defectos y sus virtudes. Sí, también tenía virtudes pese a que muchos lo nieguen.
Como es de imaginar, yo también fui educado en una familia tradicional, católica, apostólica y romana. Mi infancia la pasé en un pueblecito de apenas un millar de habitantes, como mi padre era Guardia Civil, vivía en un cuartel, sí en un lugar de esos en los que en la entrada hay un cartel que pone «Todo por la Patria»… Inevitablemente, recuerdo a mi padre desmontando su «mosquetón Máuser» modelo 1943, así como su «pistola Astra», engrasar cada pieza, limpiar de forma minuciosa, sin prisas… para luego volver a colocar todo en su sitio…
Mientras, mi madre hacía tareas domésticas, cocinaba, cosía, planchaba con una de aquellas planchas de metal, huecas, que se rellenaban de brasas de carbón; de base triangular, con una tapa superior por donde se introducían las ascuas, e iban provistas de una chimenea y de un tiro como si se tratase de un pequeño hogar en miniatura para controlar el calor y su duración…
Los «pabellones» en los que vivía cada familia consistían en una sala/cocina (lo que ahora denominan «cocina americana») y dos pequeñas habitaciones, una destinada a dormitorio de los adultos, y la otra para los niños… En aquel pequeño espacio vivíamos mis padres, mis cuatro hermanos y yo.
En el pueblo éramos de los pocos que poseían urinario y retrete, aunque, como no había agua corriente, mi madre nos aseaba en un enorme baño de cinc, destinado al baño semanal…
Por supuesto, como en aquellos días se carecía de frigorífico, lavadora y demás electrodomésticos, las tareas diarias de mi madre eran absolutamente agotadoras… Aun así, siempre la recordaré siendo capaz de sacar tiempo para leer, leer, leer, pese a que apenas asistió dos años a la escuela primaria.
Como la situación era de especial austeridad/precariedad, casi todas las familias (como el resto de los habitantes de Retamal de Llerena -Badajoz- que se lo podían permitir) mi familia compraba un enorme cerdo –un «guarro» en la jerga local y de la comarca- que acababa siendo sacrificado, y del que se aprovechaba todo, dando para comer gran parte del año…
En la matanza del cerdo participaba la totalidad de los habitantes del cuartel, cada familia mataba su cerdo y se hacía por turnos…
Todos los años en el cuartel había un día muy especial, «el día de la patrona», -Patrona de la Guardia Civil, claro- cada 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, y además día en el que se levantaba la veda y todos los cazadores podían salir al campo a matar a todo bicho que se moviera. Aquel día había en el cuartel una jornada de confraternización entre guardias y cazadores, y quienes allí vivíamos podíamos degustar exquisitos manjares, era un día de esos interminables, e inolvidables.
Como cosa excepcional, algunos domingos y «fiestas de guardar», se mataba un gallo, al que generalmente yo desplumaba… También era frecuente que mi padre aportara alguna pieza de caza cuando regresaba de lo que en el lenguaje de los guardias se nombraba como «ir de correría», mi padre se ausentaba días y días para recorrer los campos y caminos, en pareja, pernoctando fuera de casa durante aquellas jornadas, hiciera frío o calor, lloviera, nevara; los guardias civiles no tenían un horario de trabajo definido, debían estar siempre disponibles.
Fui muy prontito a la escuela, en aquellos tiempos en que había que llevar una silla de casa cuando uno estaba en la edad de ir al parvulario (también llevaba conmigo una pizarra para escribir, y un «pizarrín»…) aparte de ir ataviado con un «baby» horroroso, feo, feísimo…
Como decía, fui al colegio a una edad muy temprana (siempre fui el alumno más pequeño de mi clase) pues mis padres convencieron a los maestros para que me admitieran antes de la edad legal, con el pretexto de acompañar a mi hermana la mayor, que me lleva dos años.
Llegados hasta aquí, es inevitable que hable un poco de mis padres:
Mi madre (que hoy cuenta con 93 añitos) es la tercera de seis hermanos, miembro de una familia de clase baja, con apenas dos años de estudios primarios… Cuando la «guerra incivil» que asoló, atropelló, y casi destruyó la España de la primera mitad del siglo XX, Isabel, mi madre vivía en Arroyo de San Serván (un pueblecito cercano a Mérida, provincia de Badajoz) Mi abuelo alternaba el trabajo de albañil con tareas agrícolas diversas, entre otras la de guarda/vigilante de alguna propiedad rural. Me contaba que logró sobrevivir al caos de la Segunda República aplicando su máxima de «se listo y hazte el torpe», toda una «filosofía de la vida», de la que hablaré en la cuarta entrega de «ESPAÑA SAQUEADA, POR QUÉ Y CÓMO HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ».
Continuará…
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