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La verdad, es que no tengo ni buenos recuerdos ni buenas sensaciones de mi experiencia en política. Me fui defraudado y desengañado, ya que, desde el día siguiente a las elecciones a las que me presenté como candidato a presidir la Junta de Andalucía, empecé a comprender que, por encima de la buena voluntad, del interés de defender aquello en lo que crees, que es también en lo que los ciudadanos depositan su confianza cuando votan, de servir al interés general de todos los españoles, están los intereses de los aparatos de partido.
Porque una cosa es acatar una disciplina de partido, para mantener una coherencia con sus fines fundacionales, con su ideario, para mantener unas directrices de coordinación en todas las instituciones a nivel nacional, autonómico, provincial y municipal, y otra es tener que acatar imposiciones que o bien atentan a la propia dignidad de los candidatos electos, que son los titulares de las actas de diputados o concejales, o bien suponen traicionar aquello por lo que aceptaron asumir sus responsabilidades: servir a los ciudadanos, a los vecinos de sus municipios, de sus provincias o regiones, y servir siempre, al interés superior de España.
Llevo tiempo diciendo que, en nuestro país sobran muchos políticos y sería necesario contar con políticos justos y profesionales, con experiencia en las áreas en las que vayan a desarrollar su labor, técnicos y cualificados. Mas, lo cierto, es que hoy en día los que prevalecen son los profesionales de la política, depredadores destructivos, que, eso sí, cuentan con recursos de oratoria para atraerse, como el flautista de Hamelín, a una sociedad cada vez más aborregada o integrada en redes clientelares y dependientes. La gran mayoría de la clase política está sometida a la regla y al denominador común de la mediocridad, y por supuesto reconociendo excepciones de personas muy preparadas, pero que precisamente por no ser profesionales de la política, suelen quedar relegadas y se les asigna un perfil bajo para no hacer sombra a líderes menos cualificados. Desde luego, en la actual izquierda, desde presidente y ministros para abajo, esa regla se convierte en universal y uniforme. Y así nos va, pues un país gobernado por sectarios, políticos depredadores destructivos e incompetentes, va directamente dirigido a despeñarse en el precipicio. Pero la culpa no es de los que lo hacen mal, no, la culpa es de quienes les dan la posibilidad de gobernar, pues no se olvide que un pueblo tiene los gobernantes que se merecen. Qué lejos estamos de otras Democracias más avanzadas y que para nosotros son mera utopía, como es Suiza.
En España hacen falta políticos que tengan claro que, por encima de servir a los intereses de un determinado partido, han sido designados por los ciudadanos para servir al interés de los españoles y de España. Qué importante sería poder votar a candidaturas con listas abiertas, en las que se votara en relación a la confianza que puede merecer un determinado candidato, con independencia de que milite en tal o cual partido, qué importante sería que la sociedad entendiera que el actual régimen de partitocracia en el que se integran hoy todos los partidos con representación en las instituciones ( y todos son todos), es una fórmula antidemocrática, porque la autonomía de los diputados, no vinculados por mandato imperativo, es una mera falacia. En todos los partidos quienes mandan, deciden y administran recursos, son sus comités ejecutivos nacionales, el resto son meras comparsas que acatan sus órdenes. Es decir, que estamos pagando a miles de políticos que son marionetas al servicio de los fines que marcan los cuatro estrategas de cada partido, y así, la verdad, imagínense el ahorro económico que podríamos tener si en todas las instituciones en las que existen representantes de partidos (diputados nacionales, senadores, diputados autonómicos, provinciales y concejales), sólo hubiera uno que fuera el transmisor, el portavoz de esas estrategias. Lo demás sobrarían
Mas, en esa órbita de mediocridad casi todos tragan, algunos por vergüenza torera (pues a lo hecho pecho), y la mayoría por seguir viviendo de la política, encadenando legislaturas, pues el profesional de la política, si la dejara, no tendría donde caerse muerto y sin otra salida que la cola del paro. Y eso sí, el que no traga y conserva su acta ( pues otros, por unas u otras razones, optamos por irnos) es un traidor, como así se ha calificado a los tres diputados que han priorizado su compromiso ante los murcianos y un pacto de estabilidad de gobierno, a las consignas de su partido. Y con ellos, ya son seis en Murcia los diputados que han dejado claro que están al servicio de los vecinos que los han votado, y aun asumiendo que no volverán a integrar las listas del partido por el que se presentaron. Porque los partidos los conforman las personas, y las personas importan y han de tener, al menos, una mínima consideración y respeto, siendo preferible abandonar una siglas y un partido que traicionar el sentido y autenticidad de lo que significaba, representaba y ha dejado de ser para integrarse, como uno más, y participar del mismo sistema que antes se criticaba o de beneficiarse de alianzas con los más corruptos ; y siendo preferible abandonar también, que traicionar a todos aquellos que les votaron, que, eso sí, no se enteran la mayoría de las veces de lo sucedido, pues para la dictadura de la partitocracia, esos espíritus libres y rebeldes resultan muy peligrosos. En definitiva, para algunos seguir siendo un político justo, libre y comprometido con los mismos valores y con sus conciudadanos, está por encima de vivir adocenado participando de un modelo de política depredadora y destructiva. Y eso, no es traición, es coherencia.
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