05/10/2024 00:46
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Nadar contra corriente siempre es duro, arriesgado y suele obedecer a una necesidad vital; de ahí que los salmones lo hagan cada año, sorteando enormes dificultades, para reproducirse en aguas limpias y oxigenadas. Lo mismo deberían hacer los pueblos y la sociedades cultas y desarrolladas que viven y soportan las aguas contaminadas por la política y su forma de representarse, cada día más alejada de los intereses generales de sus electores. Ese pantano político debe drenarse o acabará desbordado por la corrupción, la injusticia, el egoísmo y la insolidaridad.

 

Atribuimos nuestros males e incapacidad para resolverlos a la decadencia de las costumbres, al relativismo de las ideas sin consecuencias o al nihilismo negador de todo principio moral, creencia religiosa y corriente filosófica. Cierto que el panteísmo democrático se asienta en “el voto” como solución a todos los problemas y negador de todo valor de orden superior sobre personas o cosas; pero no es menos cierto que, para ello, se requiere una sociedad desinformada y sin criterio individual o colectivo (histórico). Ese delirante proceder domina los actuales movimientos de masas, ajenas a todo mérito e imbuidas del “vale todo”, que nos conduce al caos.

 

El origen del déficit democrático que padecemos fue instaurado en 1978, cuando la soberanía natural del pueblo es sustituida por el artificio de poder que representan los partidos políticos. Esa estructura, “casta arbitraria”, carente de otro merito que el del dedo caprichoso que lleva a la cúpula al abducido por sus intereses grupales, se ha enquistado en el tejido social y productivo de España y amenaza su pervivencia. Como las termitas, hasta que la carcoma no afecta a la estructura y amenaza su ruina, no se aprecian en la madera.

 

De ahí que la democracia formal, cuyas teóricas reglas son: la división de poderes, el estado de derecho, la libertad individual, el respeto al derecho ajeno y el control a la acción del gobierno; se haya reducido a una partidocracia excluyente que pretende imponer no sólo la forma de pensar, sino el modo de ser. El instrumento del que se valen, desde entonces, salta a la vista: control de los medios de comunicación; del sector productivo, cada vez más subsidiado por el estado; de un sistema impositivo confiscatoria; de un poder judicial domesticado al servicio del poder de turno; y un pueblo doliente y sacrificado al que le adoctrinan o anestesian con pan y circo.

 

La forma de elegir a los representantes del pueblo, en este sistema teóricamente democrático y su comportamiento disciplinar con el partido y no con sus programas o promesas a los electores, denota otro vicio capital del sistema. Ante la ausencia de conciencia individual, de conciencia moral y de vocación de servicio a la comunidad, los partidos imponen la disciplina de pertenencia a la manada. Así puede aplicarse la aritmética electoral según convenga o apetezca al poder, en cada momento, sin importar los efectos de su pernicioso proceder, ni si desvirtua el principio elemental de que gobierne el partido más votado. Las coaliciones, necesarias si los objetivos fueran comunes, quedan inservibles si los coaligados apetecen objetivos distintos y hasta antagónicos. Ello frustra al electorado e impide el normal desarrollo de toda acción de gobierno.

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Vivimos estos días el esperpento de presenciar como los problemas reales de salud, económicos y de cohesión social no son atajados por nuestros representantes que, lejos de la diligencia y ponderación que se les supone, se dedican a crear una mayor dificultad por su apetencia de poder y deseo de derribar al supuesto adversario en la lucha política. ¿Y el pueblo, qué? ¿Y para qué? Ayer en Murcia, hoy en Madrid, y mañana en cualquier otro de los 17 “Reinos de Taifas” creados, se disputan el poder como las hienas los despojos de un cadáver. Al pueblo español lo asemejan a un cuerpo inerte y a punto de fenecer. Estamos en las antípodas de vertebrar el bien común a través de nuestros representantes, y urge hacerlo.

 

El espectáculo bochornoso, de maquiavelismo de lupanar, fraguado por Pedro Sánchez e Inés Arrimadas, es de vodevil decimonónico, de sainete de Arniches, si no fuera por la gravedad del momento y la angustia del pueblo. Con una crisis sanitaria y económica sin precedentes, en España, desde la guerra civil; quienes no saben como atajarla, convirtiéndose en parte del problema, se dedican a derribar gobiernos municipales y autonómicos, contra los fundamentos de sus votantes, con la finalidad de implantar el socialismo bolivariano, en España, de manera irreversible. Que la jugada les salga bien o mal, resulta indiferente, pues lo procedente sería que el pueblo tomara nota, ya va siendo hora, y decidiera con la verdad del análisis quien mejor les puede representar.

 

La moción debería ser a la totalidad del sistema, pues en él se ha hecho posible y chapotean gobernando, quienes representan a terroristas que han asesinado a muchos honorables españoles; quienes desean destruir la unidad de nuestra patria y soberanía; quienes anhelan implantar un régimen totalitario según el modelo cubano; quienes juegan con nuestros intereses generales, como si fueran privados, de ellos; quienes adoctrinan en las escuelas, prohíben o discriminan el idioma común y pretenden implantar su interesado relato de la historia. Si acaban controlando el poder judicial y este deja de ser independiente en su criterio e interpretación de las leyes, estaremos en los umbrales de un fallido estado de derecho, una constitución inaplicada y una democracia falsa.

 

Sostienen los sociólogos, basados en las pautas de la naturaleza animal, asimilable en humanos, que “las bandadas de pájaros que surcan los cielos tienen idénticos comportamientos, pautas de conducta, una natural autoprotección y siguen un mismo rumbo”. Por ello se observa similares actitudes, hábitos y forma de expresarse a todos los políticos, cualquiera que sea su adscripción política. Por ello también, la corrupción es transversal y equiparable a todos ellos y, en el modus vivendi, se auto protegen en salarios, estatus y prebendas.

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Pero, al “Estado de Partidos”, le ha salido un competidor que amenaza su estatus confortable y crece con la fuerza de la razón, la rabia del corazón y el hartazgo de la misión que un pueblo, con nuestra raza histórica, nunca dejará de tener. Están confusos y atribulados, buscando la forma de prevenir al pueblo sobre su peligro. Le llaman “populismo” desconociendo su real significado y la importancia de la racional emoción de todo lo popular. No pueden establecer ningún cordón sanitario, pues ese sectarismo les fortalece. Tampoco les sirven las constantes campañas denigratorias, pues se convierten en propaganda gratuita, dada la escasa credibilidad que los medios de comunicación tienen entre los españoles, sistemáticamente engañados.

 

Hoy, Vox, ya no puede ser silenciado por lo políticamente correcto, ni marginado en las instituciones, al ser la tercera fuerza política; ni tachado de todos los “ismos” que han asustado a la indocta derecha. Sin complejos de origen, ni destino; no es aventurado sostener, si no varía un ápice sus principios, meridianamente expuestos en el combate ideológico y practico; ni sigue a la bandada de sus homónimos como “partidito” y mantiene el rumbo de “movimiento” aglutinador de conciencias, de anhelos y de voluntad de servicio por la superior causa que más nos afecta: los españoles y España.

 

Vox, mas pronto que tarde, podrá plantear una moción al sistema, desde el gobierno, y someterlo al referéndum del pueblo español, donde se modifique desde la Ley Electoral, hasta el título VIII de la Constitución; donde el poder judicial sea independiente y nombrado por los jueces; donde la corrupción sea perseguida por una fiscalía independiente del poder político; donde las instituciones publicas cumplan sus funciones y sean ejemplo de probidad y eficacia; donde se respete la Constitución y las leyes en todo el territorio nacional; donde la paz social y la convivencia esté garantizada por el estado y donde la justicia social deje de ser una mera formulación retorica o un subsidio sacado al contribuyente.

 

Aún todo es imprevisible, el lenguaje al uso está perdiendo sentido; aun tenemos que saber interpretar el signo de los tiempos que siempre pasa por la opción, entre el bien y el mal, que elija el corazón humano. Los cambios de ciclo no suelen prevenirse con antelación; sólo cuando ocurren los factores negativos que de modo repentino o gradual se producen, lo constatamos. Y, a veces, demasiado tarde para no ser arrollados.

 

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REDACCIÓN