21/02/2025 21:58

No hay políticos -y, tal vez, hombre ni mujer, náufragos en el cenagal que aquellos han creado- que no salgan a la calle provistos con su correspondiente máscara; y no con una sola, pero todas ellas ajenas a la virtud. Y con esas máscaras engañan a muchos simples, que los prudentes enseguida les denuncian y les dicen que se las quiten. La hiena sale con su máscara de amigo y compañero, la vulpeja con la de cordero, la víbora con la de paloma. Y así cada cual elige el disfraz que más disimula su negra naturaleza.

Del mismo modo, las instituciones, hoy, sobre todo las más preeminentes, son centros de mentiras y traiciones. Si antes eran los Templos del Engaño, desde que se impusieron los pinganillos traductores en tiempo real, se les conoce como las Babeles del Engaño. Por sus estancias y galerías deambulan hombres y mujeres descabezados, esto es, más llenos de viento que de entendimiento, más de enredos y de engaños que de razón y honra, tomando decisiones dañinas que arrojan a las multitudes, que son sus contrarios, para colmarlas de pesares y calamidades, con todo género de mal, de modo que el pueblo miserable es abatido por unos y otros, hasta que infestado de virus misteriosos y reventado de impuestos ostensibles, sale de la fetidez acumulada por las oligarquías y viene a parar a la hediondez del sepulcro.

¿Qué cosa va hoy bien en el mundo, colmado como está de esa democracia trazada a la medida de los financieros globalistas y de sus esbirros rojos y apátridas? El desasistido cada vez está más solo, y el ahíto cada día más convidado. ¿Por dónde iremos que no veamos hechos que nos hagan estremecer? Ahora es buena ocasión para entender la pintura del Bosco, nada caprichosa, porque él, como nosotros hogaño, debió de ver y sufrir cosas increíbles. Los que, por su virtud y saber deberían ser los guías, andan por el suelo, injuriados y abatidos; al contrario, quienes habrían de integrar el pelotón de los torpes y de los vagos u ocupar los presidios, gente incapaz, sin ciencia, experiencia u honestidad, esos son los que administran y gobiernan. Y así va el mundo, sin hallar cosa con cosa. Y a un mundo sin pies ni cabeza es a quien subyugan fácilmente los psicópatas y los moralmente cojos.

Gracias a éstos el mundo camina hacia atrás. El Nuevo Orden es el alcázar de los Orates Hermanados, cuya codicia e insania les impide entender que la naturaleza nos puso los ojos delante, en la cara, y que la humanidad debe siempre caminar mirando al frente y a lo alto, con seguridad y firmeza, en busca de la virtud, de la verdad y del saber, no dando tumbos y despreciando el alma de la gente y las leyes naturales, decisión ésta que impide al ser humano llegar a ser persona. Quieren que no se distingan las mujeres de los hombres; que en el hecho de ser mujer, negro y homosexual se hallen todos los méritos del conocimiento y del linaje. Pero todo es impostura, prepotencia y codicia, es decir, negocio. Ni siquiera los asnos caminan hacia atrás, o de lado, o torciendo y revolviéndose a todas partes, sin espontaneidad ni cordura, que es así como andan y corren hoy los financieros y los estadistas, protegidos por sus pistoleros.

Así proceden en sus cosas los instigadores del pensamiento débil, cifrando su éxito en la indiferencia de las multitudes, hablándoles con deslumbrantes discursos al sabor de su paladar, no de su lógica ni de su entendimiento. Parloteando con lisonjas dulces para obligarles a engullir mentiras, porque a la ciudadanía la consideran una necia desvanecida, diluida en su propio hedonismo, sierva de sus apetitos, hinchada de deseos superfluos, sin sustancia ni espíritu, que rehúye escuchar las verdades, porque amargan y no las puede digerir su estómago, ni su vanidad. Y así nos encontramos con un pueblo de esclavos, despreciados y despreciables, felices en su ignorancia, las manos atadas para toda acción cívica y los pies arrastrando cadenas, tan cargados de grilletes que les impiden caminar. Y a quienes les han vendado tan tupidamente los ojos que no pueden ver.

Y así, incapaces de descubrir la Gran Mentira o desidiosos para oponerse a ella, no advierten que los amos, protegiendo a su diosa, los humillan y manejan, dejándoles huérfanos de justicia, flacos y desamparados, mientras que ellos, sin oposición, han decidido desterrar del mundo a la Verdad, su enemiga. Todo ello, por supuesto, con la cooperación de togas, de plumas y de espadas venales, vendedoras de juramentos y deontologías, de insignias y dignidades. Que más valiera arrancar de cuajo las malas hierbas de la corrupción, porque de nada vale, llegado el caso, segar las maldades, pues vuelven a brotar al cabo con mayor pujanza y nunca mueren del todo. Pero ¿ cómo acabar con el Mal si quienes debieran hacerlo son los que lo conservan y alimentan, pues viven de él con holgura y esplendor?

Ése es el reto de los espíritus libres, encontrar el cómo. Hallar la fórmula con la que ahorcar al basilisco, a la hiena y a la serpiente, que atropellan y depredan haciendas y vidas humanas, en vez de hacer cuartos al mosquito al que las insidias y calumnias le han hecho caer en la red de la ley, en manos prevaricadoras. Y para desenmascarar de paso a las derechas impostadas, esas que salen a los parlamentos y vienen a los mentideros con gestos de matasiete, armadas de floretes con punto y pistolas de fogueo, y muy dormidas en sus fundas, a lo descansado. Derechas coronadas de plumas y perdiendo aceite, algo que parece ocurrirle hoy a todo quisque, avechuchos del garbo y de la apariencia, que no del valor ni del amor a la patria.

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Ése es el reto, digo, encontrar el cómo. Sin contar en absoluto para ello con estas derechas cómplices de la malicia, pues ¿de qué nos sirven ellas en España, si en vez de hacer guerra a los enemigos se la hacen a los que debieran ser sus amigos? ¿Para qué las queremos si, en vez de aniquilar a nuestros contrarios se esfuerzan en conservarlos? Derechas que no sólo no defienden a la gente de bien, sino que éstas han de pedir a Dios que les defienda de ellas. Porque sabiendo todos lo que deberían hacer por oficio, que no es otro que el de oponerse al mal, está la convivencia tan depravada que son los mismos remediadores de los defectos quienes causan todo género de daños, dilatando las penalidades y colaborando en las catástrofes.

De manera que nos toca huir de izquierdas y de derechas, conceptos, hoy, tan falaces como equívocos, y tratar de desentronizar a ambas mediante la liquidación de sus lóbis, ministerios y rentas, esto es, cerrándoles el grifo, pero sabiendo que, como una vez desmantelados sus chiringuitos quedarían sin oficio ni beneficio, se resistirán a abandonar sus papeos a costa del Estado, desplegando todas sus garras y poniendo en juego todos sus artificios incendiarios, todas sus mafias mediáticas y todas sus universales astucias.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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