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Año 1787. En la España ilustrada el viajar es ya una necesidad, tanto para los españoles como para los extranjeros que miran con ojos nuevos todo aquello que contemplan y se apresuran a efectuar múltiples anotaciones y observaciones, que daría pie a la aparición de interesantes publicaciones y libros de viajes.

El marqués de Ribas fue uno de estos iniciadores que reflejó en un interesante libro de viajes regios para reseñar los efectuados por Felipe V y también los de otros reyes anteriores. En el reinado de Fernando VI resalta otro viajero o narrador de viajes: el marqués de Valdeflores, desde 1752 a 1754.

En realidad, estos viajeros ilustrados son agentes de una empresa política común, encabezada por el rey y conducida en todos los aspectos por el Estado mismo.

Hasta que Jovellanos se convierte en un viajero más, entre los años 1792 y 1797, con una copiosa correspondencia, en la que traslada al papel todas sus impresiones. Aún se conservan en el monasterio emilianense riojano unas interesantes anotaciones de su viaje por la actual región de La Rioja, sobre un serpentario para elaborar medicamentos y descripciones sobre el valor artístico de los monasterios de Suso y Yuso de gran interés; en su viaje a la capital del Rioja, Haro, descubrió una librería de viejo que llamó poderosamente su atención.

Antonio Raimundo Ibáñez, primer marqués de Sagardelos, envía a la Corte  descripciones de sus viajes por su Asturias natal, sobre la zona limítrofe con Galicia, como un ilustrado en su rincón natural porque conoce bien lo que narra.

Todos estos escritores reflejan la España de su época, en parte maravillados de lo que ven y que después describen profusamente. Además de los españoles, nuestro país fue centro de atención de viajeros extranjeros, como es el caso de Laborde, Swinburne, J. Townsend, R. Twis o W. Bowles que aportan una perspectiva diferente, al no estar conectados con los hechos de los españoles,

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Todos estos viajeros extranjeros no son nada más que un preludio de los que recorrerían España durante el siguiente siglo XIX y que se reflejan en algunos otros escritos, como es el caso del vendedor de biblias Borrows, autor de unos artículos muy jugosos sobre sus andanzas, predecesores de los primeros fotógrafos que acompañarían con imágenes los rincones que llamaron su atención.

Los viajeros españoles ilustrados del XVIII lo que pretenden, además de recorrer y conocer España, es sacarle de su atraso, en especial en la carencia de unas buenas comunicaciones, a pesar de la labor realizada en tiempos de Carlos III con su incipiente red de carreteras radiales, partiendo de Madrid, y el acondicionamiento de algunos otros trayectos de interés, como fue el caso del paso de Despeñaperros, que durante mucho tiempo aún seguiría siendo una vía de circulación de difícil cruce.

Este interés por mejorar el propio terruño llevará a los ilustrados a ver el país con ojos nuevos, aunque siempre desde la política del despotismo ilustrado, que en España no es verdad por completo, pero que venía a decir aquello de: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. Los libros y relatos que dejaron merecen la pena de ser leídos para comprender mejor todo este fenómeno de los viajes ilustrados.

Cada cosa a su tiempo, menos el que sigamos mirándonos el ombligo, sin tomar las decisiones que corresponden a cada circunstancia y momento histórico.

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