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Sería prolijo explicar, en un solo artículo, las causas por las que España y el resto del mundo occidental se encuentran en colapso casi total, asomándose al principio del fin de los tiempos. Hoy hablaremos solamente de una de esas causas, con el ejemplo ilustrativo del tal Pablo Hasel, un presunto rapero fracasado que, como todos los mediocres sin talento, procura que el escándalo y la polémica le reporten la fama que su «música» jamás podría darle.
Una de las primeras cosas que te dicen en la facultad de CC. de la Información de cualquier universidad (y que todos los ciudadanos deberían tener muy clara) es que ningún derecho es absoluto. En concreto, el derecho a la libertad de expresión, que está recogido en todas las constituciones de las democracias liberales, tiene varios límites asociados a otros derechos igual de importantes y fundamentales. Por ejemplo, el derecho al honor y a la propia imagen. Quien pretenda lesionar unos derechos para «santificar» otros, o es tonto y no se entera de nada, o simplemente ha elegido el camino de la delincuencia para transitar por la vida.
No sabemos si Pablo Hasel es tonto o ha elegido ser un delincuente, pero parece obvio que su empeño en querer confundir a los demás persigue un único objetivo: que se hable de él, y de paso, procurar sacar algún beneficio económico de ello.
Las presuntas «canciones» de este podemita, al igual que las de Valtonyc, Def con dos, Sociedad Alcohólica y otras basurillas de parecido pelaje, no entran dentro de la libertad de expresión, ni mucho menos de la libertad artística, sino que esconden un deseo deliberado, por parte de sus integrantes, de ofender y denigrar a determinadas personas, instituciones o cargos públicos. Es decir, por delante de la intención artística está la intencionalidad injuriosa de imputar hechos falsos, mofarse de desgracias o atentados, humillar, despreciar, señalar, insultar, amenazar, etc. Todos ellos, delitos muy graves que no pueden quedar sin castigo con la absurda excusa de la «libertad de expresión».
Que después hayan salido también presuntos directores de cine y similares, pertenecientes al «club de la ceja» y asociados, para defender a Hasel y pedir que no entre en la cárcel, demuestra también a qué grado de desvergüenza y falta de escrúpulos morales ha llegado el mundo de la «kultura» española, naturalmente monopolio exclusivo de la extrema izquierda desde hace décadas. Quienes van a ver al cine las «películas» de esos «directores» están siendo cómplices de las aberraciones morales que apoyan.
Difícilmente una sociedad puede prosperar y recuperar la senda de la paz social y el verdadero progreso, cuando hay una parte importante de ella que se deja engañar y manipular con trazos tan gruesos. Hasel ha recibido una condena por haber cometido graves delitos contra personas inocentes, y no solamente no se ha arrepentido de ello, sino que continua con la misma actitud arrogante y chulesca, intimidatoria y amenazante, como corresponde a su ideología comunista. Su destino, pues, es la cárcel.
Ninguna democracia se resiente porque se meta a un delincuente en la cárcel, al revés. Las democracias colapsan y desaparecen cuando se abusa de ellas para el beneficio de sus peores ciudadanos. Hasel, que como buen podemita querría una democracia asamblearia marxista y bolivariana, haría bien en aprovechar su tiempo de condena para meditar y reflexionar. Quizá algún día logre comprender que la manera de realizarse uno no puede pasar por la humillación de los demás.
Autor
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Nació en Madrid en 1975. Es Doctor en Periodismo por la Universidad San Pablo CEU. Ha dedicado casi toda su vida profesional a la radio, primero en Radio España y desde 2001 en Radio Inter, donde dirige y presenta distintos programas e informativos, entre ellos "Micrófono Abierto", los Domingos a las 8,30 horas. Ha dirigido la versión digital del Diario Ya y es columnista habitual de ÑTV en Internet. Ha publicado los libros "España no se vota" y "Defender la Verdad", "Sin miedo a nada ni a nadie", "Autopsia al periodismo". Esta casado y tiene un hijo.