17/05/2024 10:04
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El “viernes negro” de Perú ha coincidido con el “viernes negro” de España

Magnífico artículo que el domingo pasado escribía Jesús Cacho en “Voz Populi” comparando la  desastrosa situación política y “golpista” del país andino con la España que se hunde y el “Autogolpe” que está dando Pedro Sánchez para hacerse con el poder absoluto.

Por su interés reproducimos  parte del artículo para que nuestros lectores vean, al menos, que no estamos solos señalando y criticando lo que está pasando en España ahora y aquí.

Jesús Cacho, desde su gran experiencia, señala con casi miedo el futuro:

“A partir de ahora, la fiesta de la Constitución del 6 de Diciembre será sustituida por la fiesta de la República Confederal Española del 9 de diciembre. Hasta aquí llegó la riada de la Transición”.

 

“Lo ocurrido este viernes, en pleno macropuente de la Constitución y la Inmaculada, nocturnidad y alevosía, no es flor de un día, que viene de lejos. Nada menos que del 11 de marzo de 2004 y de las generales que tres días después colocaron en el poder a un Zapatero que sin la masacre no se hubiera comido un colín. El personaje dio pronto muestras bastantes de su capacidad para torcer el rumbo de la nación y dirigirlo hacia la ensenada donde anclan las dictaduras de medio pelo que andando el tiempo le harían rico, algo que debería haber inducido a nuestras elites -políticas e intelectuales, además de económicas-, a poner pies en pared y situar al impresentable en su sitio. Nada hicieron porque nunca hemos tenido esas elites cultas capaces de responsabilizarse de la gobernación del país. Vino luego la mayoría de Mariano Rajoy criminalmente dilapidada en el altar de la inanidad más absoluta, una trayectoria que culminó en la luctuosa jornada del 31 de mayo de 2018, página para el oprobio de nuestra historia reciente, donde el gañán entregó gentilmente el poder al mayor enemigo de la nación que ha tenido España desde Fernando VII a esta parte. Ganó la moción presentada con la espuria excusa de una morcilla falsa metida por un juez prevaricador en una sentencia judicial contra el PP, y a partir de ese 1 de junio del 18 se puso, caminemos todos francamente y yo el primero, al frente del golpe. Porque ese es Pedro Sánchez: el líder del golpe de Estado permanente contra la Constitución en que vivimos desde entonces. «Un presidente ilícito», como lo definía el editorial publicado el viernes en este medio.

Por una de esas ironías de la historia, el golpe de Pedro en España ha venido a coincidir con el protagonizado por otro Pedro en Perú. El Pedro hispano se pavonea gallito por el corral patrio exhibiendo ufano sus fechorías, mientras el Pedro peruano pena por calabozos y sentinas tras ser detenido por su propia escolta cuando intentaba refugiarse en la embajada de México. Una temeridad la de este Castillo sin almenas intentando dar un golpe de Estado en Perú y no en España, donde hubiera sido celebrado como un héroe posmoderno. Sánchez es nuestro Castillo, pero Perú, quien lo hubiera dicho años atrás, no es España. Ahora nuestro sátrapa pretende acabar en plena Navidad con la legalidad constitucional para, en enero, largadas las estachas que le mantenían abarloado al dique de contención de la Justicia, emplearse a fondo en la compra de voluntades con dinero público (la señora Nadia, que acaba de colocar a su señor marido en Patrimonio Nacional en un acto de prevaricación, vulgar corrupción, de imposible digestión en cualquier democracia seria, puede serle de gran ayuda en la tarea) y en la demonización -léase persecución- de la oposición por tierra, mar y aire ante el reto mayúsculo del mayo electoral que se viene.

Lo que viene es un nuevo referéndum en Cataluña disfrazado de consulta mediopensionista, difícil de encajar en 2023 por premura de tiempo y por los compromisos del Caudillo, nuestro Castillo sin sombrero, pero que el separatismo exigirá en previsión del dramático cambio de tercio que para sus intereses podría significar la salida de la Moncloa del sujeto tras las próximas generales. Lo ocurrido esta semana es una de esas piedras miliares que marcan los cambios de destino en la historia de las naciones. A partir de ahora, la fiesta de la Constitución del 6 de Diciembre será sustituida por la fiesta de la República Confederal Española del 9 de diciembre. Hasta aquí llegó la riada de la Transición. Porque detrás del referéndum separata viene el asalto a la Corona, el último muro legal que a la mafia golpista que lidera Sánchez le queda por derribar. Lo de la República Confederal Española no es una humorada o una nota cómica a pie de página. Es la clave del arco argumentativo que desde hace tiempo manejan ilustres socialistas sin el menor rubor. «A ver, Fulano, seamos sinceros, ¿tú no prefieres una España unida bajo la forma de una República Confederal a una España rota de la que se haya ido Cataluña? Pues eso…». A este nivel ha llegado la sombra de un PSOE cuyo cadáver arrastra hecho girones el truhan que nos preside.

Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano

En «El ocaso de la democracia», Anne Applebaum («Los líderes despóticos no llegan solos al poder; lo hacen aupados por aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les allanan el camino») sostiene que «el declive de la democracia no es inevitable, pero tampoco lo es su supervivencia. Si declina o sobrevive depende de las decisiones que tomemos cada día. La respuesta se llama movilización». ¿Qué hacer? Es la pregunta que hoy se formulan millones de españoles abrochados al desasosiego, con un pie plantado en el miedo al futuro y otro en el deseo de revancha. No tengo claro que una moción de censura como la propuesta por Santiago Abascal fuera a resultar determinante a los fines de desalojar al personaje del poder -y no reforzarlo-, mandato imperativo que hoy debe convertirse en norte de todo demócrata que se precie. No podemos esperar que la solución venga de la mano de esa patética Von der Layen enamorada del Caudillito, ni de una CE encantada con el aprendiz de brujo. A Sánchez hay que derrotarle en las urnas, de modo que será la ciudadanía, consciente del momento histórico que vivimos y de los riesgos que el personaje entraña para nuestro futuro y el de nuestras familias, la que peche con la tarea. Lo que está claro es que estamos ante un tipo sumamente peligroso, un fauno engalanado de soberbia hasta la azotea que ha traspasado todas las líneas rojas de la decencia política. Su deriva lo sitúa en el epicentro de una traición jamás vista en nuestra historia reciente. Pocas dudas de que, si en este país queda algún mimbre moral capaz de resistirse al aprendiz de tirano, acabará condenado por alta traición un día no lejano. Movilización es la palabra.”

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
LEER MÁS:  La marcha de Sánchez no es la solución. Hay que finiquitar este sistema y sustituirlo por otro. Por Pablo Gasco de la Rocha
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Gaspar

La única solución sería unirnos el puñado de patriotas sin miedo a nada ni a nadie, más que a quedarnos sin nuestra querida España, que no es poco, y salir a la calle dispuestos a dar la vida si fuere menester. Yo lo estoy, el problema es que no parece que la aplastante mayoría, incluso los despiertos, dignos y valientes, piensen lo mismo. Yo al menos tengo claras ni prioridades y soy plenamente consciente de la crítica realidad, algo que no parece compartir el grueso de la sociedad, incluso, repito, la que está al cabo de la calle. Será porque no tengo hijos y soy un soñador y un idealista empedernido. En fin, qué hartazgo, qué impotencia, qué asco.

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