21/11/2024 11:39
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“La Patria es un dolor que nuestros ojos

                                                 no aprenden a llorar”.

Leopoldo Marechal

 

Algo del orden de la prudencia me ha contenido en este ejercicio de aflojar las manos para escribir. ¿Es prudente volcar en un folio las cosas que me sugiere el alma en estos tiempos de barullo y crispación? Quizás no, pero no hacerlo, sería un acto de cobardía o, al menos, de acumular esa amarga bilis de las cosas que piden salir.

Decía San Isidoro de Sevilla, que la confusión es lo más parecido al infierno. No me preocupa la confusión de los de siempre, sino la confusión de los nuestros.

Escribo desde Argentina, donde el fútbol parece constitutivo del ADN nacional, no lo niego, también yo respiro fútbol y me han arropado con un balón al pie de la cuna. El Campeonato Mundial de Fútbol suele desatar (cada vez peor) una barahúnda de histerias que oscilan entre lo cómico y lo desmesurado. El problema no es ese, pues muy debajo de los redoblantes del corso, se percibe la música serena de la noble pertenencia. El inconveniente, lo asombroso y lo doliente es la subversión de los valores y la instauración de una falsa épica.

El periodismo argentino, al que alguna vez Don Alberto Buela llamó “analfabetos locuaces”, es el principal megáfono de la estupidez, claro, viven de eso, pero podrían alguna vez buscarse un trabajo honesto. No me preocupa la confusión de esa runfla, como tampoco la de los políticos que son “nacionales y populares” de pico, pero que viven de la sangre y la carne del pueblo. Ni siquiera me incomoda la confusión del pueblo llano, del hombre “pata al suelo”, porque su expresión genuina no es más que la patencia de una larga tristeza latente. Me preocupa, me rebela y me duele, la confusión de los nuestros.

Hace unos días, me llegó una impresión de pantalla en la que una joven de comunión diaria y de aparente fe erecta, comentaba su “bloqueo” a un amigo que expresó su deseo de ver fuera del Mundial a la Selección Argentina. Evidentemente, o la asistía algún despecho contra el muchacho, o es una mojigata, caricatura de la verdadera espiritualidad. Asimismo, un espacio en el que se dice “combatir contra la Agenda 2030”, llamaba “Héroe nacional” al muchacho con buzo rojo que atajó dos penales frente Holanda. Claro, hay que explicarle quizás a ese sitio, que el mismo muchacho de las manos de acero y la boquita suelta, se hinca cada domingo en los campos de la Liga inglesa haciendo reverencia al Lobby de turno, y lleva con orgullo su brazalete multicolor. Otros que la van de criollos cojonudos, creen que un marcador central del equipo argentino, es Don Juan Manuel de Rosas por plantársele a un australiano que patea una pelota. Habría que recordarle a ese hermano, que seguimos siendo una semicolonia, como hace doscientos años y que el futbolista no solo se orina por jugar en la Premier, sino que tributa para la corona inglesa.

 ¿Y por qué sucede esto? Muy fácil: porque la soberbia, a quien primero ciega es al propio ego. No hablo de las cosas que ocurren dentro de un campo de juego, de acciones y reacciones, justificadas o no. Hablo de la ceguera y del extravío. Claro que es justo y necesario ponernos a nosotros mismos como valiosos, pero en el horizonte de la verdadera épica que va de suyo reñida con el patriotismo de cotillón que brota cada cuatro años.

Si encarnaríamos el sentido nacional, pegaríamos un puñetazo popular sobre la mesa imaginaria del poder político cancerígeno enquistado en el corazón de la Patria, pero no. A los abuelos se los arregla a bonazos y ganan 50 mil pesos por mes, pero nadie se subleva. El 60 % de nuestros pibes comen mal o no comen, pero nadie se inmuta. Se adoctrina día a día a los hijos de esta tierra con ideologías que no solo no tienen su origen aquí, sino que son funcionales al extranjerismo que ahora criticamos al verlo vestido de casaca amarilla, naranja o azul. ¿Por qué no somos guapos y reaccionarios frente al saqueo de nuestros recursos naturales y al empobrecimiento de nuestras conciencias alimentadas a popcorn y Netflix? La soberbia, es una cosa muy fea y, desubicada, es doblemente ridícula.

La confusión se asemeja a una botella en la que uno deposita 250 cc de Champagne Francés, 250 cc de orín de perro y otros 250 cc de Colonia “Heno de Pravia”. Uno sacude esos elementos y obtiene un líquido confuso: no sirve ni para beber, ni para marcar el territorio, ni para perfumarse. Los perfiles identitarios de cada cosa desaparecen en el caos del rejunte.

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Por todo esto, no me preocupa tanto que un bufón del régimen camine confundido y publique estupideces, o que un paparazzi opine lo que opine detrás de un resultado deportivo; existe un adagio latino que reza: “operari sequitur esse”, es decir, el obrar sigue al ser, el manzano da manzanas. Me preocupa la confusión de los que alguna vez supieron leer lúcidamente en los entresijos de la realidad.

San Isidoro de Sevilla decía que la confusión es lo más parecido al infierno. Repito: no me preocupa la confusión de los de siempre, me preocupa la confusión de los nuestros: Narciso murió ahogado.

Autor

Diego Chiaramoni
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Roberto

Muy bien Diego. Justamente por esa confusión no apoyo a esta pantomima que sigue a una victoria futbolística.

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