24/11/2024 03:09
Getting your Trinity Audio player ready...

A los nuevos ciudadanos, antes, los educaban los padres. Ahora los deforma el Estado y los cuidan los abuelos. Salvo numerosas y muy honrosas excepciones, claro está. No tiene nada de extraño, pues, que un Gobierno truhán al que le llevan los diablos de la avidez no ya recaudatoria sino incautatoria, voracidad ésta tan peligrosa como arraigada en nuestra trayectoria nacional, haya enseñado a la sociedad que le paga y obedece a devorar los bienes ajenos apenas encuentre ocasión propicia para ello. Se trata del viejo mecanismo de imitación o emulación de la autoridad, engranaje paralelo al del maltrato familiar.

El año 2020, que cada vez se nos aparece más como una visión febril pero del que todo el mundo conservará siempre memoria, fue, de alguna manera, el Año del Murciélago. De todos es conocida la milenaria costumbre china de nombrar los años, últimamente asimilada por Occidente aunque despojada de su halo mistérico. Ya sé que aquel año —antier, como quien dice — no era según los chinos el del Murciélago, pero dado que tan simpática criatura pudo ser (sólo pudo) el origen de la pandemia, bien podríamos titularlo así. Me gustaría saber si los wamaneses siguen consumiendo sopa de murciélago, y sobre todo a cuánto está el plato, sobre todo por compararlo con su precio anterior a que el virus se convirtiera en nuestro odioso animal de compañía.

En todo caso, del Año del Murciélago hemos pasado al del Buitre. Por el camino del Covid 19 o el de la guerra de Ucrania o el que sea, lo cierto es que la inflación se ha convertido en nuestra tragedia permanente, por supuesto que agravada hasta el extremo por la impericia sectaria de este Gobierno socialcomunista capaz de llevarnos a la más absoluta ruina con tal de no bajar los impuestos; es más, obsesionado por crear otros nuevos lo mismo que se dedica a inventar supuestos neoderechos.

Y lo malo es que los súbditos aprenden deprisa de todo lo malo. Tres ejemplos en primera persona: artículo básico, el pan, subida del 30 por ciento en tres meses; artículo semibásico, el jamón cocido (o de york, que es como lo sigo pidiendo en el supermercado y como me enseñaron a llamarlo), subida del 20 por ciento en dos meses; artículo alimenticio de semilujo, la caña de lomo ibérica, subida del 40 por ciento en un mes.

LEER MÁS:  Pilar Primo de Rivera; Recuerdos de una vida – En la Zona nacional; la Unificación - Parte III. Por Carlos Andres

Se me contestará que hay que recuperar el tiempo perdido, como Proust, que son productos que han estado mucho tiempo “congelados”. Y yo, que no entiendo casi nada de la economía no casera, respondo que la inflación cero ha sido para todos igual a lo largo de ese tiempo, periodo en el que, por cierto, el dinero se ha ido devaluando gracias al Banco Central Europeo (otra vez los estados y los gobiernos), que ha regalado a los bancos los intereses, borrando así del mapa la remuneración del ahorro desde hace, al menos, seis años. Con la aquiescencia, por cierto, de todos los partidos, a izquierda y a derecha.

O sea, alguien —alguiénes— se está poniendo las botas, después de los bancos, a costa del clima de pánico que se apodera de nuestras generaciones. Al igual que todo en economía y en la vida misma, tras ello está la ética. O la falta de ella. Si el IPC sube un 10 por ciento o poco más —que es una barbaridad—, ¿cómo es que elementos esenciales o tradicionales de nuestra dieta lo hacen entre un 20 y un 40? Eso, elementos que van del Año del Murciélago al del Buitre (carroñero).

Autor

REDACCIÓN