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De cuanto malo te pasa
la culpa ‒lo digo sin guasa‒
la tiene el cambio climático.
Si en vez de ser tu marido
un tipo guapo y simpático
es gruñón y desabrido
e insufriblemente maniático,
la culpa es del cambio climático.
Si el discurrir de tu vida
se ha tornado dramático
y ya nada te convida
a un reír aristocrático,
la culpa es del cambio climático.
Si se ha vuelto a evaporar
tu sueño de pasar
las vacaciones en un ático
con vistas al mar Adriático,
la culpa es del cambio climático.
Si quisiste ser diplomático
para viajar sin parar
y con ser un don nadie apático
te has de contentar,
la culpa es del cambio climático.
Si la realidad que te circunda
es vulgar y tremebunda
y transitas por el mundo ojiplático
como un loco en un frenopático,
la culpa es del cambio climático.
Si de tanto pedir la luna
te has quedado lunático
y tu ganancia es ninguna
de modo sistemático,
la culpa es del cambio climático.
Si cual perfecto fanático
has querido y defendido
un régimen democrático
y ahora estás jodido,
la culpa es del cambio climático.
Y en fin, si esto que escribo
te parece ripioso o enfático,
descabalado o errático,
en verdad te lo digo,
la culpa es del cambio climático.
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