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Esta es la vigésima parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Seguimos con el capítulo 10. Bajo el sino de la derrota: la trágica odisea del cautiverio (1939-1945).

Pero antes que nada, acababa de publicar la parte anterior, en la que se contaban las lágrimas de cocodrilo de Caballero por ser internado en un campo de concentración y leí este artículo en que se cuenta que siendo el Presidente del “Gobierno de la Victoria” firmó el Decreto para la creación de la Campos de Trabajo, que se publicó en la Gaceta de la República el 27 de diciembre de 1936. Un bonito regalo de Navidad a los desafectos: Memoria recobrada (1931-1939) LXIX.

Caballero escribió dos libros tras la guerra, sus Notas Históricas de la guerra de España (1917-1940) y sus memorias “Mis recuerdos (Cartas a un amigo)”. Sobre el primero:

… recogería, como hemos señalado ya, la historia española que llevó a la guerra civil, la trayectoria del socialismo en ella y, lo más importante, la implicación de todos los que habían tenido responsabilidades en más de veinte años de acontecimientos que habían desembocado en la situación de aquel momento. La elaboración de ese largo escrito se llevó a cabo en un estricto silencio, de forma que solo parece que tuvo noticia cierta de él Araquistáin.

 

…el texto más extenso que escribiese nunca… más de 1500 páginas mecanografiadas…

 

El gran mamotreto, pues, resulta ser la amalgama de una masa documental, de absoluta fiabilidad y, por tanto, incontrovertible, que convive con un extenso conjunto de opiniones y juicios personales todo lo sesgados que en un escrito de este tipo cabría esperar. De ahí su atractivo y, también, la dificultad para el uso de su contenido. Notas Históricas de la guerra de España (1917-1940) es, en cualquier caso, una fuente primordial para conocer la versión de Caballero de la historia del socialismo, de la suya propia y de otros muchos actores, en la España del momento fundamental del siglo XX, los años treinta.

 

No se publicó en vida. Mucho más interesante es el libro Mis recuerdos (Cartas a un amigo), sus “memorias”. Y es más interesante -y sabroso- porque lo escribió echando todo el rencor acumulado contra sus compañeros del PSOE:

Pero más peregrino aún si cabe que el itinerario de las Notas y su permanencia, en definitiva, inéditas, es el embrollo a que dio lugar en 1952 y los años siguientes la publicación de Mis recuerdos (Cartas a un amigo), que llegó a buen puerto en medio de un notable «escándalo». Tales perfiles escandalosos, casi diez años después de la muerte de Caballero, tienen, no obstante, un doble interés para su biografía. Primero, el que atañe a las circunstancias en que tales escritos se compusieron y su casi comprobada manipulación por manos extrañas. Y segundo, el que nos sitúa, otra vez, ante la permanente derivación conflictiva que no pocos comportamientos de Francisco Largo Caballero acarrearon desde siempre. Largo Caballero abrió su faceta de autobiógrafo, verosímilmente, en el mes de mayo de 1945, nada más producirse la liberación del campo de concentración nazi al que fue conducido en 1943. No sabemos con exactitud a qué se debió este cambio de ánimo y actitud, pero las duras experiencias vividas no le eran ajenas.

No conocemos ningún testimonio, ni siquiera alusión directa alguna, sobre las vicisitudes de esta segunda escritura, sobre su intención última, si no era la reivindicativa, ni, en definitiva, sobre el destino exacto que pensaba darle. Y lo que es más problemático: al parecer existen dudas razonables sobre la verdadera autoría, en todo o en parte, de tal texto, sobre todo si se hace referencia a la forma en que definitivamente apareció publicado. En efecto, este libro ha sido, además de objeto de piratería, pieza de negativas convicciones sobre la personalidad y la imagen pública de Caballero, entonces y después.

Debe señalarse que, en lo que sabemos, no se conserva el manuscrito original y, por tanto, no conocemos su contenido original exacto.

Su primera edición como libro tuvo lugar justamente en 1954, en México, donde debió de aparecer a fines de septiembre de aquel año, por obra de Ediciones Alianza, con un prólogo, precisamente, de Enrique de Francisco. Una segunda se hizo en 1976, en la misma ciudad y por Ediciones Reunidas, y en la España de Franco apareció, entre esas dos fechas, la habitual edición pirateada, anotada y manipulada con el título nada menos de Correspondencia secreta, cuyo anotador y manipulador fue uno de los piratas bibliográficos al servicio del franquismo, Mauricio Carlavilla[151].

Estas Cartas empiezan con la fechada en «Berlín. Cuartel General de la Comandancia del Ejército Ruso de Ocupación», el 12 de mayo de 1945. La última carta fechada en tal sitio era la del 14 de junio de 1945 y en ella se abordaba el comienzo de la guerra civil. Las siguientes, desde la titulada «En la Presidencia del Gobierno», hacia la mitad del texto, aparecían fechadas en París

El texto es un recorrido por la peripecia vital del autor, desde su nacimiento en el madrileño barrio de Chamberí, con pinceladas sobre su vida privada y familiar; no obstante, centra poco a poco su relato en la vida pública, dando ya escasas noticias sobre su persona y familia. Es un relato que va haciéndose progresivamente más arisco y combativo, lo que no deja de tener significado. Ahora bien, además de su contenido, son las fechas en que dicen estar escritas las cartas, cada una de las cuales se presenta como un párrafo largo dentro de un capítulo —capítulos que pueden haber sido dispuestos por los editores y no por Caballero—, las que plantean el primer problema de fiabilidad sobre su escritura.

Como buen conocedor de Caballero y de sus papeles, como comentaremos después, De Francisco hizo una fotografía casi perfecta del supuesto corresponsal. Y no podía corresponder a otra persona que al amigo y mentor de toda la vida, es decir, a Luis Araquistáin. Pero ello solo puede pensarse de aquellas cartas con fecha anterior a diciembre de 1945, a las que seguramente se refería De Francisco cuando escribió ese párrafo. ¿Es posible que las únicas cartas verdaderamente redactadas por Caballero fuesen las concluidas antes del 14 de mayo? Es más que plausible. Entre ellas y las siguientes se había operado una cruel y definitiva ruptura con Araquistáin en el mes de octubre de 1945, a causa de la divergencia de sus opiniones en relación con el trato con los comunistas. De ahí que, como apunta De Francisco, de haberlas escrito todas él mismo «tampoco las hubiera enviado al destino previsto».

… el proyecto de publicarlas como Mis recuerdos surgió en mayo de 1954, ocho años después de la muerte de Caballero… Pero «la bomba» era la seguridad que mostraba el prospecto de que «su aparición causará extraordinario revuelo y apasionados comentarios» porque en ella se daban a conocer «datos y actuaciones de nuestra historia nacional a la luz de copiosa documentación».

Lo que preocupaba a todos era aquello de que causaría extraordinario revuelo y daría lugar a apasionados comentarios[155]… Después de otras consideraciones, el bueno de Llopis empleaba luego un argumento convincente: que en el tiempo que Caballero vivió desde su regreso del cautiverio nunca le oyeron que tuviese «deseos de publicar las memorias inmediatamente». Y era cierto.

… en su lecho de muerte Caballero había expresado su firme voluntad de que esas Memorias nunca fuesen entregadas a Araquistáin, sino a él mismo, a De Francisco. Llopis no parecía dar mucho crédito a esa versión. A partir de ahí se desencadenó una auténtica tormenta que no cambió de signo, ni amainó, sino cuando en el mes de octubre de 1954 se conoció realmente la publicación. Nadie dudó entonces, y esa certeza se mantiene hasta hoy, de que el mayor mal de todos era el que aquel escrito producía a la figura misma de su autor, real o supuesto. Y, desde luego, había razones para ello.

Al conocer la obra, las reacciones fueron muy duras de forma unánime.

La reacción de Llopis:

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No le oculto a usted la tristeza que me ha causado su lectura. No estoy seguro que lo que hay en el libro lo ha escrito él, siquiera, cotejando el estilo de algunas cartas se advierte fácilmente la intervención del amanuense de sobra conocido[156].

Acusaba veladamente a De Francisco, demostraba desconocer el contenido de las Notas y acertaba al decir que lo que más sufriría con todo ello sería la memoria de Caballero. … la impresión que deja es de pobreza. Quien tuviese que juzgar a Caballero por estas líneas sufriría una gran decepción. ¡Qué pena!… Este libro será siempre un testimonio ingrato[157]…

A Araquistáin en concreto, Llopis le hablaba de su impresión de que el texto era cosa muy baja, donde las mezquinerías (sic) y los rencores abundan. Ni en un solo momento se vislumbra el pensamiento, ni la concepción de un gobernante o de un dirigente… Y en el prólogo el desdichado de Enrique hace una velada alusión a usted tan idiota como el resto del escrito. ¡Bueno han dejado a Caballero!

El relato de sus penalidades en esos países es lo más interesante, por no decir lo único interesante, del libro… Tiene usted razón: Caballero nunca hubiera publicado este libro

Que años después los herederos estimaban que la publicación fue un error está igualmente documentado.

Llopis, por su parte, mostró una decepción insuperable. Y era lógico que así fuese. Luis Araquistáin, dicho sea en su honor, mostró auténtica comprensión y piedad, más allá de sus duras calificaciones. Creía que la pluma de Caballero había sido movida por el sufrimiento que le había nublado el juicio.

Aróstegui trata de deslegitimar los recuerdos

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No puede dejar de pensarse que Caballero nunca contempló que aquellos recuerdos pudiesen ver la luz en letra de imprenta. Debe señalarse que mientras que de las Notas dio noticia de su preparación y contenido, aunque fuese con dudas, nunca lo hizo así, después, de las Cartas. El secreto de su escritura, si la hizo, se lo llevó a la tumba. Nunca ha sido visto el manuscrito. Todo ello, y documentos algo más fehacientes, inclinan seriamente a pensar que estos recuerdos de Largo Caballero vieron la luz seriamente manipulados. ¿Por quién? Esto es lo que intentaremos elucidar en las líneas que siguen.

… resulta difícil admitir, dado el agravamiento de la salud de Caballero en los tres primeros meses del año 1946, que estuviera en condiciones de hacer este esfuerzo, como tampoco lo estuvo de mantener el ritmo de una abundante correspondencia en la forma en que lo hizo hasta comenzar el mes anterior a su muerte. La perplejidad sube de tono al internarnos en marzo, mes en el que están fechadas justamente las cinco últimas cartas. ¿Estaba Caballero en ese momento en condiciones de salud para escribir tales textos? Es difícil creerlo. Que las cartas pertenecían a dos períodos distintos, lo que debía de tener alguna significación, fue algo que desde luego ya observaron con claridad Rodolfo Llopis y Luis Araquistáin. Que al final de la obra hay unos textos adventicios, también.

estas dudas y perplejidades no son incompatibles con la fiabilidad general de lo escrito en lo que se refiere a acontecimientos y situaciones, aunque esté presente siempre la debilidad de una memoria que confunde a menudo fechas y nombres.

… creciente sospecha de que si el texto no es enteramente apócrifo, es pensable, al menos como hipótesis, que esas cartas, su segunda serie en particular, la más comprometida, no fueron redactadas por Caballero, al menos en la forma última en que aparecieron. Por tanto, ¿cuándo se escribieron realmente esas cartas?, ¿por qué hay entre ellas una cesura de seis meses?, ¿están posdatadas?, ¿fueron tal vez dictadas ya en París a personas como José María Aguirre, su secretario, o a su hija Carmen?, ¿tuvo el prologuista, Enrique de Francisco, alguna intervención o responsabilidad en la redacción de las cartas parisinas? Aunque no tenemos evidencia cierta de que así fuese, hay bastantes indicios de que esto último fue lo que realmente sucedió.

… una vez muerto Largo Caballero, Enrique de Francisco, «en las horas que le dejaba libre su cargo de ministro, como estaba instalado en el piso que ocupó últimamente Caballero en París, se entretenía revolviendo sus papeles»[160]. De Francisco se había instalado en el piso de la rue de la Boétie y fue, efectivamente, ministro de Economía del Gobierno de la República en el exilio cuando José Giral amplió su Gabinete en mayo de 1946, es decir, muy poco después de morir Caballero.

Las cartas parisinas son bastante más breves que las anteriores, abarcan el período que comienza con la presidencia del Gobierno ya en plena guerra civil y tienen un lenguaje más virulento.

La brevedad de las cartas hace pensar que, como mucho, De Francisco trabajó sobre meras notas. Si las cartas fechadas en París fueran auténticas, escritas en la fecha que portan, mostrarían una extraña contradicción: en esos momentos la reconciliación de Caballero y Prieto era un hecho real, según tendremos ocasión de comprobar. Su «acuerdo sobre el problema español» era absoluto.

la edición realmente aparecida contenía, tras las cartas normalizadas, unos largos textos que ya no tenían la estructura epistolar anterior y que son, con toda evidencia, un añadido para la publicación de las cartas al amigo[162]. Añadido que no pudo ser sino de Francisco.

La desgracia de esta obra estriba sobre todo, y algunos lo atisbaron en su momento, en que muy posiblemente la parte más dura e inconveniente era el desahogo de un hombre que empleó a Francisco Largo Caballero como máscara de sus propias frustraciones…

Lo curioso que en ningún momento se dice que haya falsedades, ni que el contenido sea inverosímil… Ya sabemos: nos llamarán “racistas”, “sexistas”, “fascistas”… pero nunca nos llaman mentirosos.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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