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Hoy, el humorista Miguel Gila hubiera cumplido 104 años. El hombre que hizo reír a casi toda España en una época de penurias. Un artista que alardeó siempre políticamente de una biografía falsa. Contaba que durante la Guerra Civil fue hecho prisionero por los rebeldes, fusilado por un pelotón aunque consiguió huir herido, preso en un campo de concentración, que se exilió a Argentina y otra serie de invenciones. Así lo contaba en su libro «Y entonces nací yo. Memorias para desmemoriados».
La realidad es que se inició como dibujante en la prensa falangista, actuaba para Franco en la fiesta privada de cada 18 de julio, contaba con mucha simpatía por parte de la mujer de éste y un largo etcétera de adhesiones al régimen.
Una de sus hijas, Carmen, fue reconocida cinco años después de su muerte, pues él se negaba a hacerlo. Cuenta cómo «se marchaba a América y se olvidaba de si teníamos para comer. Ganaba millones pero a mi madre ya no le fiaban ni en la farmacia. Nos echaron del piso en Madrid por no poder pagar el alquiler».
No tuvo oportunidad de despedir a su progenitor, pues «no era bien recibida ni en el hospital, ni en el funeral». Años después, la justicia le dio la razón, consiguió el apellido de su padre y aunque confesó que «le da mucha pena, se siente tremendamente feliz».
Gila, un gran humorista que, como persona, dejaba mucho que desear.
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La biografía se la inventan casi todos. Gila no sólo hacía programas humorísticos por ejemplo en la radio del régimen sino que hizo cine. Y se «exilió» avanzados los años 60 – y según Alfonso Ussía – no de Franco sino de su mujer ( la de Gila ) y por eso no volvió a España hasta que Felipe González legisló sobre el divorcio.