«Autopsia al Periodismo» no es un best seller. Por Rafael Nieto

El segundo libro que dedico al tema de la verdad tampoco va a desbancar a Ken Follett al frente de los libros más vendidos. Cuando uno se sienta a escribir nunca piensa si lo que está escribiendo lo van a leer diez personas o diez millones, y menos aún cuando lo que te mueve a escribir no es hacerte rico, sino tratar de comunicar a los demás tu visión del mundo y de las cosas.

A mí me gustaría que mi editor se hiciese rico con mis libros, porque me gusta ver felices a mis amigos. Pero en «Autopsia al Periodismo» hablo de la verdad, de la fuente de la verdad, de las consecuencias personales y sociales (individuales y colectivas) de no decir la verdad, del peligro terrible que conlleva la normalización de la mentira en nuestra sociedad. Y es lógico que esto le interese a cada vez menos gente, porque cada día es mayor el número de mentirosos por metro cuadrado, en el oficio periodístico y fuera de él. De la política ya ni hablo.

Es lógico que si yo escribo en contra del divorcio, todos los divorciados se cabreen conmigo. Y hay millones de divorciados hoy en España, casi todos bautizados. Da igual que aporte razones y argumentos para demostrar que el divorcio es una terrible solución que siempre acarrea problemas mayores que los que parece solucionar. Un divorciado lo que quiere es que le feliciten y le digan que su nueva churri es mejor que la anterior, no que le digan la verdad sobre el divorcio.

Del mismo modo, si digo que es prácticamente imposible amar la verdad y ser fiel a ella cuando se da la espalda a Cristo (que es la Verdad), todos los ateos, agnósticos y cristianos liberales o tibios (es decir, los que nos llaman «ultracatólicos» a los católicos coherentes) también se van a cabrear conmigo, porque mi diagnóstico va contra su enorme chiringuito personal y laboral de mentiras, trolas y embustes de los que algunos viven muy, muy bien. Exageradamente bien.

A nadie, en definitiva, le gusta que le digan una verdad incómoda a la cara. Las verdades así sientan como una bofetada a traición: no te la  esperas, y cuando quieres reaccionar ya tienes la cara roja. La gente, hoy, lo que quiere son mentiras amables, mentiras de consenso, mentiras de las que producen un chisporroteo de placer onanista en quienes tienen un ego desmedido. Un ego incompatible con la humildad y, por ello, alérgico a la verdad.

En «Autopsia al Periodismo» están (disculpen que esté tan seguro) todas las claves nucleares del mundo de hoy: una pérdida de la brújula moral colectiva, una sociedad atolondrada y borracha de tecnología barata, y unos medios de comunicación que mienten a diario, de forma obsesiva y compulsiva, para que nada cambie, para que todo siga igual. Para que el hombre del siglo XXI (como el del XX) siga siendo un esclavo del consumo material que permanezca ciego ante su Salvador y Redentor. Un esclavo de sus propios pecados que nunca pueda encontrar al Único que puede librarle del Mal. Un zombi sin ojos para Cristo.

Es evidente que no sé hacer best sellers. La fórmula del éxito literario no me ha sido revelada. Quizá por eso es mayor aún mi gratitud hacia Álvaro Romero, paciente sufridor de mis ocurrencias deontológicas. Me alivia saber que otros autores de SND (compañeros todos muy queridos) compensan, con su talento y brillantez, lo que yo dejo de darle. Para próximos proyectos he de considerar la posibilidad de no ser sincero. Y la novela se me antoja una gran oportunidad. Ahí lo dejo.

(«Autopsia al Periodismo» se presenta en la sede de la Hermandad Nacional de la Vieja Guardia, este viernes 17 de marzo, a las 20 horas (Cuesta de Santo Domingo, 3, Madrid). La entrada es libre hasta completar aforo).