26/06/2024 20:53
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Como es conocido AENA, cuya matriz es ENAIRE, es una empresa que tiene encomendada la gestión de la práctica totalidad de los aeropuertos españoles y en la que no hace muchos años el estado ha dado participación en su accionariado a la iniciativa privada, en la relación de 51% estado, 49% privados. El último ejercicio ha presentado beneficios por importe de más de 1.200 millones de euros.

Más o menos, se puede entender que en caso de una tormenta como la que ha azotado y sigue azotando a buena parte de España, se puedan dar situaciones críticas en vías rodadas y férreas por la dispersión y longitud de las mismas y la vulnerabilidad de estas infraestructuras ante cualquier obstrucción puntual como puede ser caída de árboles, desprendimientos, camiones o vehículos atravesados, etc.

No es el caso de una infraestructura aeroportuaria que tiene unas instalaciones limitadas en el espacio y que prácticamente solamente se ven afectadas por las inclemencias meteorológicas las pistas de despegue y aterrizaje de las aeronaves. El resto, son edificios e instalaciones a cubierto.

Lo que realmente hace que se suspendan o demoren las operaciones aeronáuticas son las adversas condiciones meteorológicas, a fin de no poner en riesgo las vidas de los pasajeros y tripulantes. Es por tanto imprescindible que un aeropuerto cuente con medios de mantenimiento y auxiliares para que en todo momento se den las condiciones adecuadas a fin de subvenir a las operaciones normales y mucho más en situaciones críticas. Por ejemplo, medios anti-incendios, bomberos, máquinas quitanieves, etc.

Pero, el «lio», por no decir «el carajal» en que se ha convertido el aeropuerto de Madrid-Barajas en estos días ha sido de gestión de las instalaciones «cara viajero» en los accesos, las salas de embarque, espera, mostradores, tiendas, cafeterías, información, etc.

Empezando por lo primero, la accesibilidad al aeropuerto ha sido catastrófica, si bien de competencia de las autoridades gubernamentales, autonómicas y local y no estrictamente del gestor aeroportuario, en este caso. Las salas de embarque, así como el resto de prestaciones a las que los viajeros tienen derecho fueron un caos. Gente que llegaba para transbordar o para tomar un vuelo y que no había sido advertida de las cancelaciones y por tanto arremolinadas en las distintas salas; esperas de más de 48 h, con una información que brilló por su ausencia y desistimiento, claramente doloso, a las miles de personas atrapadas, sin poder salir del recinto, que se vieron privadas de atenciones y abastecimientos básicos y elementales como es la alimentación, bebidas calientes, etc, ya que se cerraron las cafeterías. Las máquinas de vending se vieron desbordadas, así como el cambio monetario de los viajeros para poder acceder a la compra.

A AENA, como a cualquier monopolio que se precie, le importan bastante poco los viajeros, que son sus clientes, porque éstos son los que pagan sus billetes a las compañías comerciales, que son a las que AENA les cobra los slots que conforman el grueso de sus ingresos, además de los ingresos por las concesiones a tiendas, cafeterías y otros concesionarios. AENA , ante cualquier eventualidad le paga así a quienes son su razón de ser.

El presidente y consejero delegado de AENA es un tal Maurici Lucena, economista catalán, hombre de cuota del Partido Socialista catalán, cuyo jefe no es otro que el ínclito ministro Ábalos, que ya se lució con la sarta de mentiras y balones fuera con que nos obsequió en sus comparecencias respecto de la nevada acontecida. Este señor Lucena, sirve tanto para un roto como un descosido, porque en gobiernos socialistas anteriores ya tuvo otro «carguito» como presidente de ISDEFE, una empresa pública de ingeniería de sistemas, dependiente del ministerio de Defensa. No hace falta ser exministro para tener puertas giratorias de cuota.

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La clase política española, salvo en contadísimas ocasiones, carece de la más mínima decencia política y personal y da lo mismo lo que hagan y cómo gestionen sus competencias, ya que ellos están a otras cosas varias y los gobernados les importamos tres narices. El ministro ya acumula un buen currículo de méritos para irse a su casa o a ejercer en el partido. Y su subordinado, pues otro tanto.