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En el falso intento de desprestigiar todo lo que sea santa y justa tradicción, amor patriótico, sentido religioso, humanismos cristianos y gratitudes impagables a cuanto nos debemos y nos han transmitido, abundan los tópicos y típicos términos contagiados de tendencia insidiosa e insultante contra la lealtad a esas verdades intemporales, que han constituido la clave y la columna vertebral de lo gloriosamente heredado.
Quizás el más frecuente sea el de “fascista”, insultando a todos quienes no sean comunistas, incluida la españolísima tortilla de patatas, las romerías o el hecho de llevar una insignia en la solapa.
El otro apelativo insidioso contra los leales servidores de la historia verdadera, contra los agradecidos reconocedores de las grandezas históricas, de las heroicidades de nuestras gestas históricas seculares y de las virtudes teologales de nuestros místicos y apóstoles, luminarias de la vitalidad española, es la de tratar de acobardarles con el término de “nostálgicos”.
El término etimológico de nostalgia, deriva del griego “nostos”, que significa tristeza por un bien perdido, o recuerdo de un pasado que se desearía volver a revivir.
Quienes intentan ridiculizar o acomplejar de anacrónicos, soñadores o ridículos a quienes recuerdan, añoran y veneran virtudes o ambientes de tradicción moral, religiosa y patriótica vivida en siglos y décadas pasadas, son quienes pretenden identificar el tiempo pretérito de caduco, inservible, equivocado e, incluso, repudiable.
El ambiente liberal, ateo por esencia, insustancial de contenidos trascendentes, mirándolo todo con los ojos de la materialidad de la tierra, desprecian la riqueza de la que carecen, y por eso tienden a provocar vergüenza a quienes, leales a lo verdadero e intemporal, gozan de sus convicciones y felicidad, en las esencias de lo irrefutable por eterno.
El ser humano, es un libro de páginas de todos los colores imborrables, de luchas inspiradas en creencias religiosas, dando valor a su vida privada moral, a sus trabajos dentro de un orden ético que le crearon un ambiente más que respirable de confiada convivencia familiar, vecinal y patriótica, que le dieron sentido trascendente a sus esfuerzos por mantener una familia, progresare en las técnicas del progreso material en orden al espiritual, artístico y patriótico.
El ser humano, no es un robot sin sentimientos personales y sin vida, cargada de experiencias de sus días mejores y de sus hechos elogiables del rodar del cada día.
Esto, no se puede lograr desabasteciendo al humano de esos principios revelados a los que hemos de ceñirnos si queremos entrar en las sendas del orden divino, de la fe sobrenatural que nos capacita para la realización del bien social en todas sus facetas.
Renunciar a las experiencias, enseñanzas religiosas, virtudes insustituibles y esperanzas cimentadas fuera de la casualidad, es degenerarnos en la vulgaridad de los tópicos de moda liberales y manejistas del cuerpo sin alma, de la irreligiosidad irracional y de la ingratitud de la criatura contra su Creador.
La soberbia actual de nuestro mundo, traerá los merecidos castigos del Cielo, tan anunciados en tantas apariciones marianas en tantas partes del mundo, como avisos angustiosos de una Madre Virgen, abogada de la Humanidad. Lo verdadero, es eternamente nuevo.
Si son bienaventurados los que buscan la paz, no menos lo serán quienes buscan la justicia, con nostalgia de los tiempos en que Dios, Patria y Justicia iluminaron la fraternidad, el progreso y los destinos de una Humanidad hacia el fin de su realización en la bienaventuranza eterna.
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