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El día 23 de diciembre el general Fernando Primo de Rivera firmaba con los rebeldes filipinos el pacto de Biank-na-Bato, que ponía fin a las hostilidades en las Islas, que se habían iniciado un año antes, cuando los tagalos independentistas se sublevaron contra España. El ejército español al mando del Capitán General, Camilo García de Polavieja, no dudó en reprimir con dureza a los rebeldes, logrando la detención, juicio y posterior fusilamiento de José Rizal, el inspirador con sus novelas del Katipunan, una sociedad clandestina y de inspiración masónica, que desencadenó el conflicto bélico para liberar a Filipinas del dominio español.
La llegada del general Primo de Rivera en sustitución de Polavieja, ofreció a los Tagalos la posibilidad de una rendición a cambio de iniciar un proceso de reformas entre cuyos puntos figuraban la igualdad entre nativos y españoles, autonomía económica para el archipiélago, expulsión de las órdenes religiosas y diputados propios de Filipinas en las Cortes Españolas.
Emilio Aguinaldo y otros líderes independentistas, salieron hacia el exilio, no sin antes recibir dinero del gobierno español. La paz, parecía estar asegurada. El gobierno español decide hacer entonces notables cambios en sus efectivos militares. Entre ellos sustituye a los 400 hombres del comandante de infantería Juan Génova Iturbe, acantonados en la pequeña población de Baler por otro contingente militar compuesto por 50 hombres al mando del Teniente Juan Alonso Zayas junto al también Teniente Saturnino Martin Cerezo, que ejercerá de segundo en el mando y el teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones. Ese día 5 de febrero de 1898, llega también a Baler el nuevo gobernador civil y Militar del distrito de El Príncipe, capitán de Infantería Enrique de las Moreras y Fossi, que desde un primer momento intentó devolverle al pueblo la vida cotidiana, logrando que muchos habitantes que lo habían abandonado, regresaran a Baler. Situada en terreno llano y fangoso, Baler tenía unos 2.100 habitantes. De las Moreras logro que pueblos cercanos como Seno de Casiguran, San José de Casignan, o Dilasang, enviasen arroz, una acción coordinada y ejecutada, por su orden, por fray Cándido Gómez-Carreño. Estableció una prestación personal que él llamó “polo” que tenía por objeto cultivar un huerto cercano adonde se hallaba establecida al Comandancia, algo que a la postre no sería del agrado de los nativos.
Todo cambiaría con el inicio de guerra Hispano-Yanqui en abril de 1898. La explosión del acorazado de segunda clase de la armada Norteamericana, Maine, -nunca explicada y achacada de forma ignominiosa a España-, anclado en el puerto de La Habana, en la noche del 15 de febrero de 1898, donde murieron 254 marineros y dos oficiales de los 355, que componían la dotación, fue la justificación que buscaba el gobierno yanqui para asaltar las ultimas posesiones de la corona española: Cuba, Puerto Rico, las islas Filipinas, y la isla de Guam en las Marianas, todas ellas situadas estratégicamente y muy deseadas por el nuevo gigante mundial.
Con el inicio de las hostilidades en abril de 1898, España tuvo que hacer frente a una desigual guerra. Uno de los muchos episodios bélicos que se dieron en las islas, en el transcurso de aquella guerra, alcanzó a la guarnición de Baler, como no podía ser de otro modo, situada en la costa oriental de la Isla de Luzón, una zona que se había caracterizado por ser un constante foco de insurrección y lucha antes de la firma de la paz de Biank-na-Bato en 1897.
Iglesia de San Luis de Tolosa en Baler (Filipinas). En ella se hicieron inexpugnables los “últimos de Filipinas”.
Tras la caída en mayo de la provincia de Nueva Écija, en manos de los rebeldes, la guarnición de Baler quedaría aislada. En junio, la población costera de Baler, que distaba en apenas cien kilómetros de la capital Manila, pero muy mal comunicada por tierra, fue abandonada por los lugareños, quedando desierta. Eso hizo que los 55 soldados españoles, junto al antiguo párroco de Baler Fray Cándido Gómez-Carreño Peña –en el transcurso del asedio se incorporarían también los religiosos fray Juan Bautista López Guillén y fray Félix Minaya Rojo-, al saber que el enemigo les rodeaba y que caería sobre ellos en cualquier momento, decidieron acuartelarse y hacerse fuertes en la pequeña Iglesia de San Luis de Tolosa, de 300 metros cuadrados de dimensiones, a fin de soportar el asedio que se les venía encima. La iglesia había quedado dañada en los combates anteriores a la paz de Biank-na-Bato, por lo que no reunía ningún tipo de seguridad ni condiciones.
El asedio dio comienzo el día uno de julio, -al día siguiente del desembarco de una división norteamericana en la bahía de Manila y veintidós mil insurrectos cercando la capital-, tras una emboscada que muy cerca de Baler, sufrió el Teniente Martín Cerezo y un pelotón de soldados, el día treinta de junio, en cuya acción fue herido el cabo Jesús García Quijano.
Con los soldados españoles ya refugiados en el templo, se iniciaba una hazaña histórica que duraría 337 días.
Enrique de las Morenas y sus tres oficiales Alonso, Cerezo y Vigil, establecieron las bases de la defensa, convirtiendo la Iglesia en un recinto inexpugnable. Los rebeldes Filipinos comandados por Teodorico Novicio y armados con enormes machetes, con numerosos fusiles, auxiliados por otros rebeldes llegados de otras provincias, fueron colocando estratégicamente a sus fuerzas, rodeando Baler convencidos de que el cerco no se alargaría más de una semana, ya que en unos meses de lucha, nueve mil soldados españoles habían sido hechos prisioneros en diversos lugares de las islas
Capitán Enrique de las Moreras y Fossi.
El 19 de julio, el Coronel Villacorta, que manda las tropas filipinas intima a De las Moreras a la rendición, haciendo responsables a los oficiales de las desgracias que pudieran ocurrir. De las Morenas contesta: «A las doce del día de hoy termina el plazo de su amenaza; los oficiales no podemos ser responsables de las desgracias que ocurran; nos concretamos a cumplir nuestro deber, y tenga usted entendido que si se apodera de la Iglesia será cuando no encuentre en ella más que cadáveres, siendo preferible la muerte a la deshonra».
Ante un enorme número de atacantes los españoles opondrán una titánica y férrea resistencia armados con algo más de cincuenta fusiles y algunas pistolas, Las bajas españolas por las balas fueron tan solo de dos soldados, haciendo las enfermedades el resto, hasta cifrar las bajas en quince. La alimentación muy deficiente, el hacinamiento en un lugar tan reducido, la disentería y sobre todo el Beriberi, un mal provocado por la carencia de alimentos frescos fueron diezmando a los soldados españoles.
Los filipinos enviaron a dos sacerdotes franciscanos con objeto de convencer a los españoles de que se rindieran. Los religiosos se quedarían en la iglesia, siendo reclamados por los filipinos que acusaron a De las Moreras de que los había hecho prisioneros. De las Moreras contestó: “Creíamos que ustedes nos los mandaban para que nosotros, como somos españoles, les socorriéramos, pues ustedes no tendrían que darles de comer, ni gusto en tenerlos a su lado. Agradeceríamos que nos remitiesen ustedes lo que tengan allí de ellos si algo les han dejado.»
Enfermo De las Moreras, el día 18 de octubre, fallece de Beriberi el teniente Alonso Zayas. En ese instante se hace cargo del mando el teniente Saturnino Martin Cerezo, un extremeño de Miajadas (Cáceres), hijo de unos humildes trabajadores del campo, que el día 9 de abril de 1888, había causado alta como soldado voluntario del Regimiento de Infantería Borbón n. º 17, de guarnición en Málaga, en el que ascendió a cabo, cabo primero y sargento. En mayo de 1890, solicitó reengancharse en el ejército y, tres años después, con ocasión del incidente fronterizo que costó la vida al general Margallo en Melilla, embarcó con su batallón a la plaza africana, donde permaneció combatiendo contra las cabilas rifeñas hasta primeros de enero de 1894, en que regresó a la guarnición de Málaga Por motivo del fallecimiento de su esposa Fuensanta Morales, tras dar a luz a su primer hijo, en 1897, Martín Cerezo se alistó como voluntario a la campaña de Filipinas
Teniente Saturnino Martín Cerezo.
El 22 de noviembre, el capitán Enrique de las Morenas, fallece de beriberi. El día 13 de octubre, Martín Cerezo es herido en un costado. Él mismo, ayudado por unos espejos, se practica las curas. Herido, sigue dirigiendo con arrojo y valentía la defensa.
Martín Cerezo, era un hombre que no bebía ni fumaba, un soldado veterano y testarudo. En la anterior guerra de Filipinas había tomado parte en la campaña de Bulacan a las órdenes del teniente coronel Pardo, ocupando con sus soldados las trincheras del puente Pantubig. En Baler, Martin Cerezo se enfrentó con una situación crítica, sin víveres, con pocos efectivos de defensores, la mayoría de ellos heridos. Consiguió contagiar de ánimos y patriotismo a sus soldados, e intentó por todo los medios disimular de cara al exterior el lastimoso estado de sus tropas: colocó en las posiciones más visibles a los soldados con mejor aspecto y trató por todos los medios de camuflar que el capitán De las Moreras había fallecido.
En el mes de diciembre el teniente Martin Cerezo contrae el Beriberi y cae enfermo. Utilizando hierbas y alimentos obtenidos durante varias salidas al exterior de la iglesia, consigue recuperarse y frenar la epidemia.
El día 10 de diciembre de 1898 el Gobierno español firmaba en París con Estados Unidos El Tratamiento de Paz, que disponía lo siguiente:
“Artículo 1º España renuncia a todo derecho de soberanía y propiedad sobre Cuba. En atención a que dicha Isla, cuando sea evacuada por España, va a ser ocupada por los Estados Unidos, los Estados Unidos, mientras dure su ocupación, tomarán sobre sí y cumplirán las obligaciones que por el hecho de ocuparla les impone el Derecho Internacional, para la protección de vidas y haciendas.
Artículo 2º España cede a los Estados Unidos la isla de Puerto Rico y las demás que están ahora bajo su soberanía en las Indias Occidentales, y la isla de Guam, en el archipiélago de Las Marianas o Ladrones.
Artículo 3º España cede a los Estados Unidos el archipiélago conocido por las islas Filipinas … Los Estados Unidos pagarán a España la suma de veinte millones de dólares (20.000.000), dentro de los tres meses después del canje de ratificaciones del presente Tratado.
Teniente médico Rogelio Vigil de Quiñones.
La defensa de Baler, desconociendo ese tratado continuó, y el día 20 de abril de 1899, Martín Cerezo rechaza, pistola en mano, un ataque de los rebeldes que pretendían incendiar la iglesia, En esos días de primavera, Martin Cerezo se entrevista con un mando del ejército español, Aguilar y Castañeda, que intenta convencerle de que España ha firmado la rendición con Estados Unidos y la guerra ha terminado, mostrándole varios periódicos. Martin Cerezo no le cree, reputando los diarios como falsos, continuando con su defensa numantina. No admitió la certidumbre de nuestra pérdida de soberanía a pesar de que conoció por La Gaceta la derrota en Cavite. Su norte y guía fue resistir hasta la muerte. Y aun después de la muerte continuar la resistencia.
El día anterior a su definitiva rendición, Martín Cerezo intentó realizar una salida suicida hacia Manila que pospuso en el último momento. Hojeando un periódico, de aquellos que le había dejado Aguilar, se detuvo en una pequeña noticia, aparecida en EL Imparcial, que informaba que un oficial del ejército español, amigo personal de Martín Cerezo, pasaba a ser destinado a la guarnición de Málaga. Ahí se dio cuenta de que las noticias de que había finalizado la guerra eran ciertas, pues en aquello no podían mentir, pues su propio amigo le había comunicado, antes del sitio de Baler, que había pedido destino a Málaga.
El día 2 de junio de 1899, Martín Cerezo y los treinta y tres últimos de Filipinas, capitulan, Se firma el siguiente acta: “En Baler a los dos días del mes de junio de mil ochocientos noventa y nueve, el 2º Teniente Comandante del Destacamento Español, D. Saturnino Martín Cerezo, ordenó al corneta que tocase atención y llamada, izando bandera blanca en señal de Capitulación, siendo contestado acto seguido por el corneta de la columna sitiadora.
Y reunidos los Jefes y Oficiales de ambas fuerzas transigieron en las condiciones siguientes:
Primera. Desde esta fecha quedan suspendidas las hostilidades por ambas partes beligerantes.
Segunda. Los sitiados deponen las armas, haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los equipos de guerra y demás efectos pertenecientes al Gobierno Español.
Tercera. La fuerza sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas republicanas a donde se encuentren fuerzas españoles o lugar seguro para poderse incorporar a ellas.
Cuarta. Respetar los intereses particulares sin causar ofensa a personas.
Y, para los fines que haya lugar, se levanta la presente acta por duplicado, firmándola los señores siguientes: el teniente Coronel de la columna sitiadora, Simón Tecson. El Comandante, Nemesio Bartolomé. Capitán, Francisco Ponce. Segundo teniente, comandante de la fuerza sitiada, Saturnino Martín. El médico, Rogelio Vigil”.
Los tres religiosos no ratificaron el acta, algo de lo que se arrepentirían con posterioridad.
Los defensores de Baler salen de la Iglesia de San Luis recibiendo los honores del Ejército Filipino. Secuencia de la película “Los últimos de Filipinas” de Antonio Román, estrenada en 1945.
Cuando el Teniente Martín Cerezo relató los hechos vino a decir con humildad: “así terminó el sitio de Baler, a los trescientos treinta y siete días de iniciado, cuando ya no teníamos nada comestible que llevarnos a la boca, ni cabía en lo humano sostener uno solamente la defensa. Nada hubo de faltarnos en aquel humilde recinto, preparado no más que para escuchar la plegaria religiosa; ni las inclemencias del cielo, ni el rigor del asedio, ni los golpes de la traición y la epidemia. El hambre con su dogal irresistible; la muerte, sin auxilios, y el aislamiento con su abrumadora pesadumbre; la decepción que abate las energías más vigorosas del espíritu y el desamparo enloquecedor del desconsuelo. Todo concurrió allí para sofocarnos y rendirnos.”
Tras un asedio de once meses y seis días, la Bandera de España, desgarrada y atravesada por las balas, salía de Baler con todos los honores, elevada por aquellos héroes de aspecto lamentable, ojerosos y famélicos, pero bravos, llenos de valor y heroísmo. El jefe de los rebeldes filipinos Simón Tecson, ordenó a sus tropas presentar armas a la salida de los soldados españoles, que desfilaron con todo honor y gloria. El ejército filipino escoltaría a los defensores de Baler hasta Manila, donde fueron recibidos de forma calurosa como héroes, homenajeándoles por su brava resistencia, donde habían derrochado valor a raudales, negándose rotundamente a deponer las armas; un hecho completamente inusual en una guerra.
El heroísmo de aquellos bravos españoles asombró al mundo, hasta el extremo de que el primer presidente de aquella república no dudó en aprobar el siguiente Decreto: “REPÚBLICA DE FILIPINAS. DECRETO.-Habiéndose hecho acreedor a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el Destacamento de BALER, por el valor, constancia y heroísmo con que con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanza de auxilio alguno, ha defendido su Bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendarios valor de los hijos del Cid y de Pelayo, rindiendo culto a las virtudes militares, he interpretado los sentimientos del Ejército de esa República que bizarramente les ha combatido, a propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con el Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente: Artículo único. Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas, no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en su consecuencia, se les proveerá por la Capitanía General de los pases necesarios para que puedan regresar a su país.-Dado en Tarlak a 30 de junio de 1899.-El Presidente de la República, Emilio Aguinaldo.-El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores”.
El gobierno declararía a los soldados españoles de Baler como amigos de la nación Filipina.
Desde Manila, a bordo del trasatlántico “Alicante” fueron repatriados a Barcelona, donde, el día uno de septiembre, se les recibió como a héroes. La prensa española, que les había criticado con dureza, dio un giro hipócrita y falso a sus informaciones al ver el comportamiento del pueblo y gobernantes filipinos y comparó a los defensores de Baler con los de Numancia, Sagunto, Zaragoza o Gerona.
Una vez en España el Teniente Martín Cerezo estableció su residencia en su pueblo natal de Miajadas, donde sus paisanos le hicieron un gran homenaje, regalándole un sable y poniendo su nombre a una calle del pueblo y colocando una placa en la fachada de su casa natal por su heroísmo en pro de España. Los ayuntamientos de Cáceres y Trujillo le nombraron hijo adoptivo.
Martin Cerezo fue premiado con dos ascensos por la heroica defensa de Baler y con el empleo de capitán fue destinado al Regimiento de Infantería de Cáceres Nº 96. Poco después, se le concedería la Cruz de segunda clase de la Real y Militar Orden de San Fernando, acompañado de una pensión de 1.000 pesetas anuales.
Por sus derechos y los de sus hombres de Baler, Martín Cerezo, ante el cicatero comportamiento del ministerio de la Guerra, que intentaba negar una pensión anual vitalicia de 5000 pesetas, propuesta por el parlamento, en favor del médico de Baler, Vigil y dos de los suboficiales que se distinguieron en el sitio de la Iglesia de San Luis, se personó a visitar al Rey Alfonso XII para pedirle que intercediera por los tres bravos soldados y sus derechos. Según su propio testimonio, el Rey comenzó “a reírse a carcajadas” por lo cual profundamente ofendido, decidió no volver nunca más a palacio.
Los héroes de Baler a su llegada a España.
En 1902 Martin Cerezo se fue a vivía Madrid. Allí se casó en segundas nupcias con Felicia Bordallo de la Oliva, hija de un coronel jubilado también de origen extremeño. La familia de Martín se afincó en la calle Fuencarral número 98 y del matrimonio nacieron cuatro hijos.
En 1904 Martin Cerezo escribiría el libro “El sitio de Baler. Notas y Recuerdos”, una obra que se convirtió en referencial en las academias militares de España y Estados Unidos. Aquella primera edición fue traducida al inglés por el comandante Norteamericano Dood. Al conocer la obra el general Frederick Funston, dejó escrito en el cuaderno de la Academia General de Annapolis lo siguiente: “Deseo que cada uno de los oficiales y soldados de nuestro Ejército lea este libro. El que no se sienta animado a grandes hechos por este modesto y sencillo relato de heroísmo y devoción al deber, debe, verdaderamente, tener corazón de liebre. “
En marzo de 1909, Martin Cerezo asciende a Comandante y en mayo de 1912 a teniente coronel. En noviembre de 1917, Saturnino Martín Cerezo asciende a coronel, cerrado su carrera militar en 1930 con su ascenso a general, pasando de seguido a la reserva.
El alzamiento Militar de julio de 1936, le sorprende muy enfermo en su casa de Madrid. Tras las primeras sacas asesinas del siete y ocho de noviembre, con destino a Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz, y a pesar de las protestas del Cuerpo diplomático acreditado en Madrid, en días sucesivos se producirán más de aquellas brutales y sangrientas sacas con miles de muertos.
El día 17 de noviembre los Nacionales llegan hasta el hospital clínico y la facultad de Filosofía y Letras en la ciudad universitaria, dónde se combatirá con extrema dureza e intensidad. Incluso, algunas fuerzas de Regulares llegaron hasta la plaza de España, causando el pánico. Serían rechazados por las tropas frentepopulistas, obligándoles a regresar a las posiciones ya consolidadas por el ejército nacional en la ciudad universitaria. Ese día 18 Italia y Alemania reconocen internacionalmente al gobierno del General Franco como el legítimo de España.
Milicianos rojos saludando con el puño en alto.
Como todos los días, desde finales del mes de julio, por Madrid adelante se desparraman patrullas de patibularios desarrapados socialistas, anarquistas y comunistas, violentando numerosos domicilios con afán de rapiña y sangre. Una de esas patrullas, es la perteneciente a la checa de la Agrupación Socialista, que tenía su siniestra sede en el número 103 de la calle de Fuencarral, y que comandaba el malvado Julio Mora y sus compinches socialistas Anselmo Gil Burgos y David Vázquez Baldomiros. Un lugar de crimen, odio, resentimiento y latrocinio, donde se emplearon “técnicas” de tortura novedosas, traídas a España por agentes del stalinismo soviético. Por ejemplo la de la “Argolla” que consistía en colocar al detenido desnudo, atado de manos y colgado por un pie en una argolla con la cabeza hacia abajo, sumergiéndole la cabeza a la altura de la nariz en un recipiente con agua o excrementos mientras era azotado. Para poder respirar debían contraerse, realizando un esfuerzo inhumano hacia arriba para sacar la nariz del líquido. O el “Tizón” donde la víctima era atada por las muñecas a un gancho en el techo con los pies en el suelo. Mientras era interrogada se le producían con cigarros o con una plancha de ropa quemaduras en el tórax y abdomen. O la de la “bañera” que consistía en interrogar a la víctima sumergida dentro de una bañera con agua fría jabonosa donde en su fondo había una gran cantidad de trozos de vidrio. La persona estaba con las manos atrás y atadas por las muñecas, mientras su cuerpo se iba cortando con los vidrios.
A la mañana del día 18 de noviembre, los chequistas socialistas asaltan la casa del héroe de Baler, que vivía casi enfrente de la propia checa, y que se encuentra postrado en la cama debido a su grave estado de salud.
Le obligan a levantarse, pero Saturnino no puede ni ponerse en pie. Entonces el matón canalla que dirige la escuadrilla de asesinos y ladrones, decide llevarse, en vez de al padre, a uno de los hijos de Martin Cerezo. De nada valen lo ruegos y suplicas del defensor de Baler que incluso les ruega que lo maten en la cama, pero que respeten la vida de su joven hijo. No entenderá a razones aquella jauría de malhechores sedientos de sangre. A empujones y patadas sacan de la casa al joven muchacho, llevándoselo a la checa de Fomento. Allí, tras ser maltratado, esa misma noche del 18 de noviembre el hijo del intrépido militar defensor de Baler, Martin Bordallo, era entregado a miembros de la Escuadrilla del Amanecer, que lo conducen hasta las cercanías de Paracuellos del Jarama, un lugar ya habitual de asesinatos, desde el día 7 del mismo mes de noviembre. Allí, de forma vil, cobarde y despreciable, le descerrajan varios tiros, siendo su cuerpo enterrado, con unas paladas de tierra, de forma indigna y miserable. Al joven Martín le faltaban diez días para cumplir su mayoría de edad.
Cementerio de Paracuellos del Jarama. Familiares de las víctimas asesinadas en 1936, depositan flores.
El asesinato de su hijo, marcaría para siempre la vida del general Martín Cerezo, que ya no se recuperaría nunca de aquella tragedia. El día 2 de diciembre de 1945, fallecía en Madrid a la edad de 80 años. Su entierro, en un día plomizo del otoño madrileño, fue presidido por el Ministro del Ejercito General Fidel Dávila; Teniente General Agustín Muñoz Grandes; Jefe de la Casa Militar del Jefe del Estado, Teniente General José Moscardó, así como los generales Rafael García Valiño, Fernando Moreno Calderón, que ostentaba el cargo de gobernador Militar de Madrid y el general Miguel Rodrigo. Miles de madrileños acompañaron al armón de artillería, al que las tropas presentes, le rindieron honores de general de División con mando en plaza, hasta la Sacramental de Santa María. Posteriormente, sus restos serían trasladados al mausoleo de los héroes de Cuba y Filipinas del cementerio de la Almudena, donde reposan en al actualidad.
Un lugar remoto y desconocido en la costa de la Isla de Luzón, Baler, fue conocido universalmente, gracias al generoso ejemplo de “Los Últimos de Filipinas” y su glorioso jefe Saturnino Martín Cerezo. Por allí pasó ¡ESPAÑA!
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