20/09/2024 01:53
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El gobierno de España está, más o menos, como está el resto del país, sumido en un caos organizativo, un carajal administrativo y en una notable falta de coordinación. Hace algunos meses se nos anunció la creación de una mesa entre socialistas y comunistas, con el único objetivo de coordinar a los ministros del PSOE y de Podemos,  y con la finalidad de dar una imagen unitaria que evitara suspicacias dentro del ejecutivo y limara las posibles asperezas que pudieran producirse. Se trataba de trasladar a la opinión pública y a los medios de comunicación en general, una sensación  de cohesión que nunca se consiguió. El fracaso de esta «mesa de coordinación» era algo más que previsible, teniendo en cuenta las personas designadas por cada uno de los partidos integrantes para su desarrollo. Los socialistas optaron por una refutada incompetente como es Adriana Lastra. Por parte de los comunistas de Podemos nos encontramos que la persona elegida es un contrastado inútil como Pablo Echenique.  La izquierda española es muy dada a crear organismos, mesas y entidades que sirven para muy poco. Esta ocasión tampoco es una excepción.

La maldad de Echenique es directamente proporcional a su inutilidad. Era complicado que, con estos mimbres, algo pudiera salir bien. Ni Adriana Lastra, ni Pablo Echenique, han sido capaces de coordinar absolutamente nada. No sabemos si porque dentro de sus respectivas organizaciones no son tomados en serio, o simplemente porque son incapaces de realizar cualquier función que no sea la de votar en el parlamento lo que previamente les han indicado sus respectivos líderes, algo, por otro lado, muy habitual entre los diputados españoles, que no tienen vida propia más allá de las instrucciones que reciben, en cuyo caso, la culpa no sería tanto de ellos, como sí de sus jefes. Sea lo que fuese, lo cierto es que el Presidente de España, Pedro Sánchez, ningunea a su Vicepresidente, al que parece no tomar en serio, al que desprecia cada vez que tiene ocasión.

En lo ideológico, ambos son coincidentes y Sánchez no necesita de Iglesias para hacer el mal. En lo personal, Pedro Sánchez es un niño bien, un pijo venido a más, frente a un perroflauta como Pablo Iglesias. Dentro del universo progre siempre han existido las clases. Todos defienden lo mismo en el concepto teórico, aunque luego no gusten mezclarse con la chusma, por muy progre que esta sea. Pablo y Pedro se detestan, no se soportan. Forman un matrimonio de conveniencia que se romperá cuando Pedro decida. Ninguno de los dos es de fiar. Uno oculta información sensible a su Vicepresidente y a algunos de sus ministros, el otro hace públicos sus desencuentros, a la vez que afirma que no quiere comentar nada de las tensiones que tiene con su Presidente.

 

España tiene una clase política que, en la mayoría de las ocasiones, podría ser calificada de detestable, no ya solo en lo ideológico, cosa que viene de antiguo, sino también en las formas, los usos y las costumbres.  No hace tanto tiempo, los ministros, y gran parte de los diputados, tenían cierta preparación, presencia y educación. Ahora se premia lo chabacano, rancio y ordinario. Ministras chonis y poligoneras, ministros quinquis y macarras, matones de discoteca, con aspecto sucio y desgarbado. Pudiendo ser esto motivo de preocupación, no es lo más grave, lo peor es lo que piensan; da la sensación de  que, en lugar de cerebro, tienen una tortilla de patatas poco cuajada, pues solo así se entienden que les disguste el suicidio de un terrorista condenado a 20 años de cárcel por su pertenencia a la banda asesina que mató cerca de 900 personas en España, que anulen la sentencia a un criminal, a un asesino en serie, como Lluis Companys, que se sientan orgullosos de su ideología comunista, culpable de la muerte de más de 100 millones de personas solo en Europa durante el siglo XX, que persigan a un policía condecorado y reconocido por sus compañeros y que profanen el cuerpo de un Jefe del Estado, 44 años después de su fallecimiento. Sin duda, la izquierda española, y gran parte de la comparsa que les acompaña, está enferma, pero con una enfermedad que parece no tener cura. Admiran a terroristas y asesinos, admiran la cultura de la muerte, y solo son valientes con los muertos.

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