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Durante la última semana hemos asistido a un espectáculo lamentable de ingeniería social. Sacando provecho del asesinato sufrido por un joven en una zona de ocio nocturno, un crimen por el que deseamos que se haga justicia y dé con los responsables en prisión, la maquinaria mediática del pensamiento único progre ha redoblado en intensidad y, tal y como llevan años promoviendo su discurso los entramados feministas bajo la excusa de proteger a las mujeres, el grupo de presión bajo las siglas LGTB insiste en que los homosexuales son agredidos y asesinados única y exclusivamente por su orientación. Tanta importancia se ha concedido al asesinato de Samuel Luiz que hemos visto a Fernando Grande-Marlaska comparecer más ante las cámaras por este asunto que cuando la extrema izquierda destrozó las calles de Barcelona por el procés o exigiendo la libertad de Pablo Hasél. Lo más llamativo es que, entre los detalles publicados hasta ahora por los diferentes medios que han dedicado más espacio a este asunto que a cualquier otro asesinato o agresión cometidos en entornos de ocio, hay varios aspectos que dejan literalmente en pelotas el leitmotiv progre con el que hemos sido bombardeados.
Algún medio ha atribuido a los acusados la nacionalidad española, pero con la boca pequeña. Según parece, en un primer momento fueron definidos como individuos mulatos, para más señas «latinos», como erróneamente se denomina a los oriundos de la antaño América hispana. Esto explicaría por qué, a pesar del enorme rechazo social despertado por el crimen, no hay ni una foto de ninguno de los implicados circulando por redes sociales. En el imaginario progre se considera a los inmigrantes y sus descendientes como personas discriminadas por unos explotadores e intolerantes españoles de raza blanca, dado que no son pocas las mujeres sudamericanas que se ganan la vida dando la papilla y limpiando los traseros de los abuelos españoles; en el mundo real, en cambio, la percepción que los españoles tienen de los panchitos[1], especialmente cuando frecuentan en grupos numerosos las discotecas, es que se trata de gente con la que enseguida se puede tener problemas por algo tan simple como una mirada o un comentario mal interpretados. Y eso fue, según los primeros testimonios, lo que motivó un crimen del cual los medios y el grupo de presión LGTB han puesto en primer plano el insulto de maricón (más adelante volveremos sobre esta circunstancia) y no la transformación que sufren algunos individuos bajo los efectos del alcohol y en compañía de sus semejantes.
A estas alturas un progre estará lanzando acusaciones de racismo y xenofobia. Da la casualidad que la víctima también era de origen inmigrante[2], de Brasil para ser más exactos, aunque su madre es española. Es decir, de aquel sector de los inmigrantes llegados a España en los últimos años y que han contribuido de forma positiva en la sociedad de acogida[3], dado que Samuel Luiz trabajaba en una residencia de ancianos. Los acusados, en cambio, han sido señalados como personas con antecedentes delictivos y que previamente habían protagonizado una trifulca en un local, motivo por el que se encontraban en la calle. Aquí tenemos una interpretación alternativa de los desgraciados sucesos que ningún medio de masas querrá transmitir a su público: un chico de origen inmigrante y trabajador estimado por su entorno ha sido asesinado por unos impresentables de origen inmigrante e implicados previamente en actos delictivos. Con razón entre los inmigrantes asentados desde hace años en España se mira con tanto recelo a las nuevas incorporaciones… Porque son conscientes que sus hijos pueden ser víctimas de estas pandillas de camorristas y delincuentes exactamente igual que los hijos de los españoles, con la diferencia de que los inmigrantes honrados tendrán que soportar que a sus hijos les confundan con la morralla recién incorporada al territorio español.
«Sonsoles Ónega ha puesto en su sitio a Carla, una de las amigas de varios de los detenidos en la investigación por la muerte de Samuel en La Coruña. La conductora de ‘Ya es mediodía’ le ha asestado hasta cinco cortes por las tremendas atrocidades que ha vertido en su testimonio de defensa a los presuntos asesinos del joven«… Podemos leerlo en una noticia publicada por El Confidencial el pasado 9 de julio[4]. ¿Pero qué dijo la entrevistada exactamente?: «No le pegaron por ser gay. Llega a ser gordo le dirían ‘¡Tú, gordo de mierda!’, porque es lo primero que ves en la persona«. Esto vendría a explicar por qué oyeron a los implicados llamar maricón a la víctima, pero no encajaba con el discurso que la periodista pretendía difundir: «¡Carla! Ni gordo ni nada, pero evidentemente cuando alguien le llama ‘maricón’ a alguien es evidente que hay una intención, ¿tú no lo ves así?«. La réplica de la entrevistada tampoco deja indiferente a quienes la hemos leído con posterioridad: «No, y menos cuando en el grupo de esos chavales hay un gay y nunca le pasó nada«. Podrá ser o no cierto que en ese grupo de acusados haya una persona homosexual, pero llegados a este punto la entrevistada, a juzgar por lo publicado, parece especialmente enfocada en desmontar la acusación de homofobia hacia su grupo de amigos, como si tuviera un especial empeño en que no la vinculen con homófobos más que con asesinos. Como a la periodista se le iba de las manos la versión que le interesaba difundir, volvió con su retahíla: «No podemos normalizar llamar a alguien por la calle maricón«. El debate definitivamente pasó de la implicación de un grupo de personas en un crimen a la ingeniería social, dado que la obsesión por la corrección política por parte de la periodista pone a la misma altura llamar maricón como insulto y un asesinato. Por eso es evidente que la intervención posterior de la entrevistada no hizo más que enfurecerla: «Hoy en día está normalizado, pero no creo que fuera por ser gay. Hicieron mal y tienen que pagar por lo que han hecho, porque mataron a una persona y le quitaron la vida. No fue algo homófobo, porque si no hubiese sido gay igual hubiese sido más fuerte. Ellos no ven que es gay, ven que es un chico, porque a la chica no le pegaron. Hoy en día todas las peleas en la calle son así, contra el chico«. Y la puntilla vino cuando les reprochó a los periodistas que «a la ‘salsa rosa’ os da ‘chichilla’ lo de ‘maricón’, estáis así por cuatro programas«. Les había dejado en evidencia hasta tal extremo que la respuesta de la presentadora no deja de sonar a mala excusa: «¡No! No, porque estás depositando en los medios de comunicación algo que no estamos haciendo, que es engordar esto porque hubo esos tintes homófobos en modo alguno. Aquí se ha cometido un asesinato«. Pues precisamente si algo han hecho durante una semana es engordar el asunto. ¿O acaso en los últimos meses se ha informado con tanto detalle respecto a cualquier otro de los asesinatos cometidos durante el fin de semana en locales de ocio? No hace falta ser periodista para saber que si la víctima hubiese sido heterosexual no hubiera abierto telediarios ni se habrían movilizado tantas personas para protestar en la calle.
Si algo llamativo deja las declaraciones de la amiga de los acusados es su referencia a que la paliza se la propinaron por ser un hombre y que incluso hubiera sido más fuerte de no ser homosexual. Durante los últimos años se ha acusado a los varones por las asociaciones feministas de poner en peligro la vida de las mujeres; según ese relato, el principal acusado que esa noche discutió con su novia (motivo por el que habría sido expulsado de un local) hubiera terminado la noche apuñalándola. No obstante, la novia del principal sujeto agresor ha sido acusada de instigar tanto a éste como a sus amigos para propinar la paliza. Si aguzamos el oído escucharemos cómo se hace añicos el relato de las Irene Montero de turno cuando la vida real nos recuerda que, del mismo modo que hay hombres que maltratan y asesinan a mujeres de su entorno o desconocidas, también hay mujeres que influyen en los actos de éstos. Ciertamente, esta acusada no pondría ninguna mano encima del asesinado pero es tan responsable (y quién sabe si no la principal) de esta desgracia.
De momento tenemos que un hijo de inmigrantes ha sido asesinado por otros descendientes de inmigrantes, que no existió ninguna motivación homófoba como combustible del asesinato y que incluso una mujer estuvo implicada de forma decisiva en los actos cometidos por su entorno de amistades. ¿Qué les queda a los progres para salvar su relato? Algunos se han agarrado a que un senegalés sin papeles salió en defensa de la víctima[5]. Los mismos que continuamente llaman a omitir nacionalidad y otros aspectos que pudieran resultar «estigmatizadores» son los primeros en apelar a la condición étnica cuando les conviene. ¿Qué réplica debemos darles? Posiblemente que ese senegalés no actuó así por ser un africano sin papeles, sino por no haber pasado por las manos de un sistema educativo buenista y acomplejado que sólo engendra cobardes que se desquitan por lo que nunca harían manifestándose en multitud. ¿Cuántos de los manifestantes contra la homofobia hubieran intervenido en favor de Samuel Luiz de haber estado presentes en el momento de los hechos y, lo más importante, sin una marabunta humana a su alrededor respaldándoles? No estamos exigiendo a nadie que se comporte como un héroe, bastaría con que muchos progres reconociesen (al menos en su fuero interno) que jamás habrían movido un dedo en favor de un desconocido contra una manada de panchitos a la puerta de una discoteca.
[1] No utilizamos el término de modo despectivo, sino por ser el utilizado habitualmente en las conversaciones coloquiales. Otra cosa es que los comisarios progres se empeñen en señalarlo como discriminatorio en su realidad alternativa.
[2] https://www.elespanol.com/reportajes/20210710/brutal-paliza-mortal-samuel-coruna-cabecilla-ladron/595191998_0.html
[3] Es acertado señalar que la inmigración es utilizada por la patronal para mantener los salarios bajos. No obstante, en este artículo hablamos de relaciones humanas del día a día y no de aspectos macroeconómicos.
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