22/11/2024 03:10
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No recuerdo cuando asimilé  que vivimos en un  mundo de fachadas, pero creo haberme dado cuenta pronto  de la sinrazón de mucha gente  que arrincona la lógica más elemental  cuando actúa. Se olvida por completo ese don maravilloso,  regalo del Creador a su creatura preferida,  conocido como: la  capacidad de razonar.

Esa realidad provoca en mí un fenómeno extraño: “oigo” –como un eco lejano — la frase de Jesus en el Evangelio “Misereor super turbam” (…¡siento compasión por esta gente)   qué le salió espontánea al contemplar la multitud que le seguía viéndola  lejos de donde podía encontrar alimento para tantos miles de personas a la hora de comer y que tenía delante

¡Sí!, a mí también  me da una pena inmensa ver a tantos hombres y mujeres  malgastando su vida,  totalmente  despistados y ajenos por completo a  la razón de su existencia. No tienen la menor idea del porqué y del paraqué, del gran obsequió el Creador al ser libre y racional.

Dios, ¡perfección suma!, hace siempre las cosas bien y facilita a los hombres los medios para realizar su misión en esta vida pero la inmensa mayoría no hace el menor esfuerzo para tratar de comprender las razones que le han movido a la concesión tantos medios como pone a nuestro alcance para  facilitarnos llenar el objetivo  fijado. Y, siendo así,  nos tenemos que preguntar: ¿Por qué nos empeñamos en ser  unos necios,  y no procuramos actuar siempre con cordura?

La Fe católica –como única religión divina salida de las manos del Creador – es una maravilla, que convence tanto  más cuanto mejor se la conoce. Pero los hombres  del siglo XXI parecen empeñados en  ignorarla cada vez más. No ven que semejante actitud es la fuente de sus mayores desgracias, entre las cuales podemos contar la “ausencia de la felicidad verdadera”. 

Sinceramente  es para tener compasión a la Humanidad… Y sorprende  que los hombres se complazcan en “cacarear” sus desventuras como lo demuestra el hecho de que las noticias que  son, digamos,  comida diaria de su cerebro sean la publicidad diaria de  la destrucción de los matrimonios. Les divierte glosar,  en decenas de revistas especializadas, el ininterrumpido chorro de los fulanitos y zutanitas rompiendo los vínculos  matrimoniales, si bien es cierto que esa palabra ya no se usa, sustituida por los lazos “de pareja”… El sacramento sagrado de nuestra santa Madre la Iglesia ha sido sustituido por el “emparejamiento”... Hasta yo acabaré por acostumbrarme al disco rayado de “la pareja de Marujita”… o “la pareja de Pepito”… Sorprende como la Sociedad se ha desintegrado en menos de un siglo tras la Victoria Aliada — que separa dos mundos y dos modos de vida—

Claro que, para captar semejante realidad,  hay que tener noventa años al menos. El resto no ha podido comparar el proceso “completo” personalmente y,  solo puede hablar de oídas.

Mis lectores  –que alguno tengo después de cuarenta años de escribir boletines y artículos de colaboración—conocen mi admiración por la malicia satánica de Lucifer que ciertamente fue precipitado en el infierno –creado para él y sus seguidores–  pero no fue privado de su inteligencia privilegiada… y él la emplea a tope para perdición de los hombres.

Sabe muy bien el “príncipe de este mundo” que el cimiento más sólido de la Humanidad es la familia, y que, a su vez,  el matrimonio es  el fundamento de la misma y,  por lo tanto lo es también  del Género humano, y por eso  cuando  aniquila la institución familiar  está rompiendo la solidez y los vínculos de la misma. El plan  diseñado para el logro de semejante éxito ha sido genial  a juzgar por los resultados: ha conseguido todo sin que la Sociedad advirtiera que la estaban  desintegrando y sin que  nadie  haya defendido el matrimonio como la propia vida, con fuerza  suficiente para impedirlo.  Peor es ver la nula preocupación  por  esta victoria fundamental de Satanás contra la Sociedad Cristiana, y la propia Humanidad.

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¿Serán capaces los responsables de  orientar la Sociedad de valorar la gravedad del problema?

Creo que el mejor final para este escrito es reconocer como evidente la triste realidad  de la necesidad  de sentir  lástima por la Humanidad en  el siglo XXI  y de repetir una vez más: “Misereor super turbam

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