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Lo del Rey en Colombia no ha sido como el “Por qué no te callas” tan oportuno de Juan Carlos a otro bolivariano, que tanta gracia hizo. Lo del Rey en Colombia ha sido otra cosa. De ahí el apoyo que debe concitar Felipe VI por parte de todo español decente, sea o no monárquico. Y en este sentido, vaya mi admiración por lo que hizo… ¡BIEN POR EL REY!

     ¡Bien por el Rey!, porque al no levantarse durante el paso de la espada del TRAIDOR Y ASESINO Simón Bolívar en el acto de la toma de posesión como presidente de Colombia de un terrorista marxista, que eso sí que era parte del protocolo internacional al que nos debemos, fue defender el honor y la dignidad de España. Que es por lo que la chusma rufianesca ha abierto otra vez sus fauces babeantes, y como hienas se han lanzado a criticar al Rey por lo que TODAVÍA representa y defiende. 

    Otra vez, decimos, la tropa rufianesca carga con sus despropósitos que intenta ajustar, como hace el lobo disfrazado con piel de cordero pero al que se le ve el rabo. Que es por lo que hablan de “protocolo” cuando ellos son CHUSMA DE CORRAL, de “dignidad”, cuando ellos son VILLANOS DE PROSTÍBULO y de “generales derrotados pero valientes que saben rendir honores al vencedor”, cuando ellos son un atajo de COBAYAS COBARDES. Es más que evidentes que esta tropa de APESTADOS DE RETRETE no confunde a ningún español medianamente decente.

    A propósito de Bolívar -personaje que incomprensiblemente tiene una estatua en el Parque del Oeste de Madrid, como igualmente la tienen otros, pongamos que Rizal- adjunto el presente artículo de ÁLVARO VAN DEN BRULE de fecha 27 de abril de 2019 y título “Simón Bolívar, el falso mito del héroe y libertador.

Figura mesiánica y casi religiosa para el pueblo venezolano y colombiano, con connotaciones de exageración litúrgica y de mito rodeado de una aureola de hechos heroicos sobrecargados, a día de hoy, la mayor parte del público español y sudamericano ignora la cara despótica de su libertador, y ciertos hechos de armas que han sido oportunamente borrados de su impecable biografía.

Los historiadores no pueden juzgar ni jugar con la verdad –si desean ser objetivos como detectives que son–, pues esta es muy sibilina y escurridiza, pero sí pueden abrir el gran angular para dar más perspectiva de cara a un mejor juicio de los hechos al lector interesado en estos lances. Una perspectiva maniquea da al traste con cualquier investigación. La arquitectura de la historia está hecha intencionadamente de buenos y malos, de un maniqueísmo simplón y sospechoso, pero esto es alimentar deliberadamente un error que por sí mismo y por repetición se retroalimenta permanentemente. La objetividad se alcanza cuando la curiosidad y la autocrítica nos llevan a depurarnos de esa toxina tan larvada y malvada, tal que es el ombliguismo. No somos centro de nada y sí periferia de todo, y si queremos crecer, una buena dosis de humildad siempre viene bien, aunque cierto grado de alerta sea siempre saludable.

Para evitar la alarma social, las autoridades intentaron no dar pábulo a la abdicación del trono español en favor de Napoleón

Simón Bolívar tuvo sus luces y sus sombras pero lo que es cierto es que su sustancia política caló en un pueblo al que consiguió estremecer y apasionar hasta convencerlo de que necesitaban un nuevo amo, pues sospecho que no era otro el propósito.

También hay que considerar que fue un hombre que encontró los afectos muy tardíamente. Huérfano de padres a temprana edad, en 1803 se le muere su mujer de fiebres palúdicas, cambiando este luctuoso hecho su personalidad de manera radical.

Su vida es en realidad una suma de contratiempos superados por un empecinamiento más que notable, y en la pretendida linealidad de las cosas, los obstáculos de este hombre –héroe y traidor a la par según se le juzgue–, este hombre sortea las dificultades con una habilidad sorprendente.

En el tiempo en que España estaba muy debilitada por la invasión francesa, algo imprevisto ocurre que genera una confusión tremenda en la sociedad caraqueña.

A principios de julio de 1808, el Gobernador de Caracas, Juan de Casas, recibió dos ejemplares del diario ‘The Times’ remitidos por el Gobernador de Trinidad que relataban la noticia de la abdicación del trono de España en favor de Napoleón (mando que luego el mismo corso transferiría a su hermano José).

Para evitar la alarma social, las autoridades intentaron no dar pábulo al tema. Pero la llegada de la fragata francesa Le Serpent a La Guaira el 15 de julio de 1808 con varios comisionados galos, acabarían confirmando la noticia.

Las noticias traídas por el oficial francés generaron un intenso debate sobre la situación y la población comenzó a alarmarse, divulgando profusamente la noticia de la desaparición de la monarquía en pasquines y boca a boca.

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Pero la cosa no acaba ahí. La situación empeoró cuando un capitán de una fragata inglesa, un tal Beaver, desembarcó poco después tras perseguir al Le Serpent sin poder apresarlo por los pelos en la mismísima Guaira. Pretendía informar que la lucha en España era enconada y que Napoleón no tenía la situación bajo control ni de lejos.

Se hace necesario mencionar que a principios de 1814, un irreverente y temerario capitán de milicias español, de nombre José Tomás Boves, iniciaría una serie de operaciones con tropas indígenas de Los Llanos venezolanos, fieles y bien adiestradas. Sus argumentos eran irrefutables, saqueo, pillaje, carta blanca y un salvajismo inédito con letales técnicas de apoyo por parejas en la primera línea de combate, en la que el soldado que fajaba el golpe era atravesado en el cuerpo a cuerpo por el compañero del anterior. Ante la acometida de este militar español con técnicas inusuales, las fuerzas de Bolívar comenzaron a debilitarse. Hacia el 7 de julio de 1814 los contingentes que le quedaban al Libertador según unos, traidor según otros, iniciarían la retirada hacia el Oriente de Venezuela.

La formación militar de Bolívar fue estrictamente básica y la instrucción teórica, bastante justa, en honor de la verdad, pero tenía unas dotes innatas y un arrojo natural junto con conocimientos teóricos provenientes de Federico de Prusia, Julio César y Alejandro Magno más allá de la importancia que daba a la logística; sus soldados estaban bien atendidos siempre. Es un bulo el hecho de que estuvo en L’École de Sorèze –para cadetes– ni en ningún otro instituto militar.

Su dotación genital era legendaria y quizás exagerada por aquello de darle virtudes de las que carecía y agrandar su imagen de macho

Simón Bolívar pudo ser un civil especialmente dotado para el uso de la estrategia, pero en lo estrictamente militar era un soldado del montón con ínfulas de grandeza y sin hechos contrastables que ameritar o acompañar sus pretensiones de llevar galones. Según cronistas de la época –incluidos los biógrafos próximos y los críticos–, se calcula que dejaría a lo largo de su ajetreada vida una legión de criaturas y de madres desconsoladas con las vacías promesas de casamiento que desde su astuta levedad les susurraba el atildado militar. La realidad última de este controvertido héroe-traidor es que no testamentó jamás a hijo alguno pues no reconoció ser padre de ninguno.

Su dotación genital era legendaria y quizás exagerada por aquello de darle virtudes de las que carecía y agrandar su imagen de “macho”. Hoy en día cualquiera que se alimente con una buena fabada, salmorejo, butifarra y un lingotazo de Somontano dan la misma talla y sin alharacas. Lo que si era cierto y verificable, era que su progenie, fruto quizás de los ardores tropicales o de un priapismo no diagnosticado, le diera para montar una revolución –demográfica– sin exagerar mucho. Sus correrías por Italia, España, Ecuador, Colombia y Venezuela eran más que legendarias. El arzobispo de Caracas en más de una ocasión tuvo que intervenir para proteger en suelo sacro a las inocentes féminas que se tropezaban con aquel depredador. Por currículo, que no quede, pues a su padre le gustaban las quinceañeras.

Pero lo que se ha borrado de los libros de historia, lo que ha dejado huella en la posteridad, no era otra cosa que su crueldad demostrada en muchos de los lances y actuaciones en las que intervino personalmente. Al pueblo venezolano se le han escamoteado metódicamente muchos de los sucesos que pudieran afear su imagen de idílico libertador de las masas oprimidas, dándose situaciones esperpénticas en las que el maquillaje ya no daba para más.

Antes de entrar en harina, cabe decir que la financiación de la sublevación de los virreinatos salía de los bolsillos de los ingleses puesto que tenían fuertes intereses en la zona, y es más, hay una famosa declaración en la que Bolívar (qué bochorno) pretende ceder a Inglaterra Nicaragua y Panamá a cambio de 30.000 fusiles y una veintena de fragatas de última generación, para más tarde pasar a mayores y entregar la entera nación venezolana a los británicos a cambio de la “augusta” protección del soberano inglés. Todo un personaje.

Pero no todo fueron mieles para “el héroe”. En la fase preliminar de la sublevación no consigue sus propósitos y tiene que huir al sur del virreinato de Nueva Granada, (actuales Colombia, Venezuela, Panamá, norte de Perú, Costa Rica, etc.) algo escaldado por los correctivos aplicados por los españoles en general y por el capitán Boves en particular.

Tras la artera invasión napoleónica de nuestro país declararía la guerra a muerte (literalmente) a los realistas –ejército español o afines– y a aquellos que pudieran mostrar alguna querencia o simpatía por los peninsulares. Las masacres cometidas por sus tropas con los destacamentos que él llamaba invasores cuando en realidad encuadraban batallones mixtos junto con los criollos fueron antológicas y huelga decir que los detalles no son fáciles de describir; pero basta con recordar que no hacia prisioneros en su avance pues tenía la clara consigna de liquidar a todos aquellos que se rendían.

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En agosto de 1813, tras la batalla del Tinaquillo, en las cercanías de la Ciudad de Valencia, al norte del país, causó una masacre de una mortandad no cuantificable por lo terrorífico de los números. Mató a cientos de europeos comerciantes y burgueses instalados allá como hombres de negocios o especialistas en la prospección de minas. Cuatro meses después, derrota al mermado ejército español en Acarigua, dando muerte a machete a más de 600 soldados ya rendidos. El golpe de gracia les era aplicado de forma bárbara a los desgraciados que caían en sus manos a través del expeditivo método de aplastarles la cabeza con enormes piedras “esparramando” la materia gris y su soporte biológico de mala manera.

El asesinato de prisioneros tras la matanza de Boyacá y la posterior matanza de los náufragos de una fragata trascendieron al plano internacional

No contento con ello y por si fuera poco, pese a las suplicas del arzobispo de Caracas, acabaría consumando la carnicería al acceder al antiguo hospital de Caracas y en vivo y en directo remató a los enfermos que yacían en la cama. Era un valiente de andar por casa…

El asesinato de prisioneros tras la matanza de Boyacá (en lo que hoy es frontera entre Colombia y Venezuela y que antes configuraba la mayor parte del virreinato de Nueva Granada) y la posterior matanza de los náufragos de una fragata española que acudía en socorro de los realistas en la Isla de Margarita trascendió al plano internacional siendo noticia en periódicos ingleses y franceses, países en los que todavía se guardaban las formas.

Una anécdota macabra la define el hecho continuo de que los soldados del ejército sublevado contra los españoles antes de fusilar a los prisioneros solían coger por sistema unas cogorzas de aquí te espero para a continuación rifarse a los prisioneros que les tocaba en suerte matar y hacerse con sus escasos haberes personales.

Pablo Victoria, en su obra “La otra cara de Bolívar” editada por Planeta, y que no fue publicada en España en su momento, habla con claridad meridiana sobre los hechos acontecidos durante la sublevación de Bolívar y su edulcorada biografía para consumo de los locales. Es verdad que su crueldad era legendaria y que de caballero solo tenía las aspiraciones que jamás le fueron certificadas u otorgadas por los españoles durante su estancia en la península pues no era un militar muy edificante.

Durante la época de Fernando VII «el rey felón», el general Pablo Murillo, al mando de 10.000 hombres intentó poner orden ante los terribles saqueos que derivaban en matanzas sin precedentes en la zona, sitiando Cartagena de Indias (rendida tras un atroz episodio de hambruna) y recuperando gran parte del territorio perdido durante la Guerra de Independencia contra Francia, pero a la postre, tras el levantamiento de Riego se notó el colapso en los envíos de tropas, municionamiento y provisiones. Para 1820, España comenzaría su lento declive e historia en aquellos pagos.

La Historia es la que es y a toro pasado es difícil cambiarla, pero los hechos están ahí latentes y predispuestos a hacerse oír. Por otra parte, es natural tergiversar desde una perspectiva emocional por parte de observadores a través del prisma que más interese. España hizo lo que hizo en América, dejó un legado y la huella de la guerra no hace mejor al ser humano, pero es dudoso que los pueblos indígenas, que no eran por decirlo de una forma educada, muy observantes de las mejores virtudes humanas (dícese del canibalismo, jibarísimo, sacrificios humanos, etc.) o de lo que hoy conocemos como respeto a los Derechos Humanos, hubiesen llegado a configurar la sociedad suramericana actual. La historia es una cadena de acontecimientos muy sujeta al azar de la que solo podemos extraer conclusiones al margen de las pasiones y desde ello, partir hacia rumbos mejores.

Simón Bolívar falleció el 17 de diciembre de 1830 probablemente de tuberculosis tras padecer un largo calvario con una tos crónica, a la edad de 47 años y paradojas -, acogido en la casa del hacendado español Joaquín de Mier y Benítez.

Por respeto a la sensibilidad de lectores de este periódico que pudieran tener sus simpatías en línea con Simón Bolívar no mencionaremos la opinión que tenía Karl Marx sobre el líder de la emancipación de la Gran Colombia (que incluía a Venezuela), más si alguien desea información adicional, búsquese en la correspondencia entre Marx y Engels fechada el 14 de febrero de 1858; no tiene pérdida.

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REDACCIÓN