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David Engels es un historiador belga que actualmente trabaja en el Instituto Zachodni en Poznan, Polonia. Especialista en historia antigua, especialmente romana y seléucida, es también un pensador destacado del conservadurismo europeo que se ha ocupado de cuestiones de identidad durante más de una década. Se dio a conocer por su libro “De camino al Imperio”, en el que comparaba la crisis de la UE con la caída de la República romana en el siglo I (a.C.). Engels tiene varios títulos traducidos y publicados en español: “¿Qué hacer? Vivir con la decadencia de Europa”, “Renovatio Europae” y “El último occidental”.

Las sociedades occidentales han abrazado con entusiasmo el relativismo moral y la cultura de la muerte (aborto, eutanasia, etc.), lo que sumado a la baja natalidad solo puede conducirnos al suicidio colectivo. ¿Cómo es posible está ceguera? ¿Por qué la derecha liberal europea ha aceptado e incluso promovido esta agenda?

La respuesta se encuentra ya en Chesterton, que consideraba la mayoría de los “valores” de las sociedades liberales modernas como valores cristianos “desquiciados”. En efecto, la lenta muerte del cristianismo no ha borrado por completo sus valores, pero los ha despojado de su anclaje trascendente, de modo que valores como la “compasión”, la “tolerancia”, la “justicia” o la “igualdad” han dejado de ser bloques coherentes de una construcción mayor, sino que han empezado a competir entre sí mientras se hacen pasar por valores “absolutos”. Esto sólo puede conducir a absurdos y al desastre, más aún después del gran traumatismo del totalitarismo. Así, con buenas intenciones, Occidente ha abrazado una cultura de la muerte mientras se le convencía de haberse convertido en paladín de lo moralmente “bueno”, ya que todas las virtudes, vaciadas de su verdadero significado, se han convertido en sinónimos de su exacto contrario. La tolerancia ha desembocado en la exclusión, la sanidad en el aborto, la dignidad en la eutanasia, la autorrealización en el suicidio demográfico cultural, el antifascismo en el nuevo totalitarismo, la igualdad en las cuotas excluyentes, el antirracismo en la política identitaria flagrantemente racista, etc. 

Usted ha escrito que “la Unión Europea ha unido Europa, pero ha abolido a Occidente”. ¿Nos han unido materialmente a costa de nuestra alma?

Absolutamente. Ya al principio, las instituciones europeas favorecieron la cooperación económica antes que la política o la cultural: algunos padres fundadores estaban probablemente convencidos de que las raíces cristianas de Occidente eran lo suficientemente fuertes y duraderas como para servir de fundamento civilizatorio de una Europa unificada, incluso sin estar explícitamente prescritas, otros pensaban que, tras la catástrofe del nacionalismo, la unificación debía realizarse indirectamente, a través de las lentas necesidades económicas e institucionales del “méthode Monnet”. Desgraciadamente, aunque muy poco a poco, se hizo evidente que este vacío cultural que podría haber pretendido ser una forma de neutralidad voluntaria fue llenado lentamente por otro espíritu, el del universalismo. Año tras año, las instituciones europeas se vieron más influenciadas y dominadas por una ideología que quiere sustituir la identidad típica de Occidente por un batiburrillo multicultural, que se centra únicamente en los valores humanos sin tener en cuenta la importancia específica de las tradiciones occidentales, una ideología que sólo tiene en cuenta los supuestos intereses de la “humanidad” y actúa en detrimento de Europa. Paso a paso, la “corrección política” se ha convertido en la ideología principal de la Unión Europea y, cuanto más fuerte se hace, más muestra su verdadero rostro: Hoy en día, la UE no representa la valiente defensa de la civilización europea, sino valores como la laicidad anticristiana, los derechos LGBTQ, el feminismo, el antifascismo, la teoría de género, la paranoia climática, la tecnocracia, la ingeniería social, el transhumanismo, el totalitarismo digital, etc.

La imagen de Notre Dame en llamas, ¿es el símbolo de lo que le espera a Europa?

De hecho, me temo que sí, aunque es difícil saber hasta qué punto el actual declive cultural y la radicalización ideológica de Europa conducirán a una crisis total o a una lenta espiral descendente que durará décadas. Sin embargo, es seguro que los símbolos materiales e inmateriales de la vieja Europa serán atacados cada vez más en nombre del “progreso”, la “tolerancia”, la “responsabilidad histórica” o la “lucha contra el radicalismo”, y tendremos que esperar no sólo un continuo desmantelamiento de nuestro legado patrimonial, sobre todo espiritual, sino también un ataque cada vez más fuerte contra la tradición y el orgullo histórico. Spengler, uno de mis mentores históricos más importantes, demostró claramente que todas las civilizaciones, incluida la occidental, eran mortales y que tarde o temprano declinarían y morirían. Pero nunca habría imaginado que este declive sería provocado por la traición interior y el odio a sí mismo mucho más que por la presión externa.

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En Francia los militares, e incluso algunos políticos, están advirtiendo del peligro de una guerra étnica, una posibilidad que usted ha señalado en sus libros. ¿Hemos llegado ya a este punto de descomposición en las sociedades occidentales?

Sí, así es. Desde hace años, Francia está al borde del desastre; todo el mundo habla de la inminente división institucional del país en función de las etnias y, tarde o temprano, se producirán, en efecto, importantes disturbios civiles: el movimiento de las “chalecos amarillos”, así como las conflagraciones casi diarias en las importantes metrópolis francesas, demuestran lo crítica que es la situación. Desgraciadamente, el Estado no está preparado para un conflicto cívico tan importante: Por un lado, el gobierno de Emmanuel Macron defiende con firmeza el multiculturalismo, la tolerancia y la laicidad; por otro, gran parte del ejército y las fuerzas policiales francesas ya están islamizadas y deben considerarse poco fiables en caso de conflicto étnico. Y una vez que Francia se sumerja en el caos, el impacto sobre la estabilidad económica y por tanto también política de toda la Unión Europea será inmenso, como he tratado de mostrar en muchos de los trabajos publicados hace unas semanas en mi colección de ensayos en español “El último occidental”.

Houllebecq, en su novela “Sumisión”, plantea un futuro en el que Francia se convierte en un país islámico. ¿Cree que algo así podría suceder? Que ante la pérdida de valores en Occidente haya europeos que abracen valores tan distintos a los nuestros.

La mayor fuerza de las minorías islámicas no es (sólo) su creciente número, sino también su cohesión cultural y el orgullo de su identidad, mientras que la mayoría de los europeos autóctonos están profundamente desestabilizados por décadas de formateo ideológico y han llegado a considerar su propia cultura como algo de lo que avergonzarse colectivamente debido a sus (presuntos) numerosos crímenes. Por el momento, la conversión al Islam sigue siendo un fenómeno marginal, pero una vez que el Estado pierda el control de la situación, podría alcanzar rápidamente una evolución mucho mayor, ya que es de esperar que las sociedades e instituciones paralelas islámicas sustituyan al fallido Estado francés y se conviertan en una figura de autoridad para segmentos geográficos enteros de la población. Además, es importante señalar que no es necesaria una “mayoría” musulmana para que Francia o Bélgica se conviertan en países musulmanes: La historia ha demostrado cómo incluso minúsculas minorías musulmanas pueden influir y dominar sociedades enteras cuando se encuentran en una situación de poder e iniciativa. Y dado el grado de auto-odio impuesto a Occidente por sus actuales élites woke, así como la autodestrucción de las iglesias cristianas, cada vez más empeñadas en complacer la doctrina de lo políticamente correcto, cabe esperar que muchos europeos autóctonos no quieran defender un sistema político y cultural que ha perdido su atractivo, así como su credibilidad.

Polonia, Hungría y otros países de Europa Central y Oriental están ofreciendo resistencia a este totalitarismo progresista. ¿Considera que su ejemplo puede servir de faro moral a Europa Occidental?

Al menos, eso espero. Pero para ello, Polonia y Hungría deben conseguir que su mensaje llegue al ciudadano medio, lo que supone un gran problema, ya que, por un lado, la mayoría de los occidentales dependen de los medios de comunicación políticamente correctos para obtener la información que necesitan, mientras que, por otro lado, los Estados de Visegrado siguen dudando en lanzar una gran ofensiva mediática por temor a las posibles represalias de las autoridades respectivas, principalmente Bruselas y Berlín. Sin embargo, si consiguen comunicarse directamente con los ciudadanos, podrían convertirse en una baza importante en la batalla por un nuevo conservadurismo que quiera trascender las meras fronteras nacionales y luchar por una nueva forma de unificación europea que defienda nuestra identidad y nuestros intereses en lugar de diluirlos y venderlos.

David Engels en la apertura del Colegio Intermarium

La violencia de Strajk Kobiet (Huelga Nacional de Mujeres – movimiento proaborto polaco), sus ataques a las iglesias y la gran cantidad de mujeres jóvenes en sus actos sorprendió a muchos dentro y fuera de Polonia. Usted vive en Poznan, ¿son los polacos son conscientes de a qué se enfrentan, de la gran cantidad de voluntades, medios y dinero al servicio de este totalitarismo?

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La sociedad polaca está, en efecto, muy dividida entre los universalistas y los tradicionalistas, o entre los que están “en ninguna parte” y los que están “en alguna parte”. Por supuesto, esto ya se sabía desde hace muchos años, pero la violencia del «Strajk Kobiet» y, sobre todo, la agresión a iglesias y monumentos públicos como las estatuas de Juan Pablo II ha conmocionado a mucha gente. Hay dos lecciones que aprender de esto: Por un lado, muestra que el peligro de ver subvertido el conservadurismo incluso en Polonia es mayor de lo esperado; por otro lado, el vandalismo desplegado por estos jóvenes, en su mayoría, ha conmocionado a muchos ciudadanos y les ha mostrado que su identidad y sus tradiciones corren realmente un grave peligro si no las protegen y luchan contra este totalitarismo creciente. Por supuesto, al menos los medios de comunicación conservadores han advertido a la gente sobre esto desde hace muchos años y han mostrado cómo estos grupos están financiados y organizados desde Berlín y Bruselas, pero como Polonia es un país tan tranquilo, homogéneo y, al menos superficialmente, solidario, muchos ciudadanos han creído que estas advertencias podían ser exageradas. Esto está cambiando ahora.

¿Es posible salvar Roma?

Como sabe, en mi libro “De camino al Imperio” he tratado de demostrar que la actual civilización occidental se encuentra en una situación similar a la de la República Romana del siglo I a.C.: inmigración masiva, declive demográfico, crisis religiosa, fragmentación de la familia tradicional, globalización, plutocracia, crisis de la deuda, una política de pan y circo, polarización social… todo esto también ocurrió hace 2000 años. Y la élite romana, exactamente igual que nuestros gobiernos actuales, no sólo es incapaz, sino que no está dispuesta a cambiar el curso de los acontecimientos: En su pensamiento a corto plazo, intentan beneficiarse al máximo de los próximos meses y años y simplemente empujan la solución de los problemas sociales, económicos y étnicos cada vez mayores a la responsabilidad de la siguiente generación, hasta que el sistema simplemente se derrumba. Así, la República romana fue presa de la guerra civil, el ascenso del ejército, el efímero triunfo de la demagogia de César y, finalmente, el advenimiento de la restauración conservadora del primer emperador, Augusto. A veces, creo que algo muy parecido va a ocurrir en Europa durante los próximos 20 años aproximadamente. Por supuesto, sería bueno que aprendiéramos de la historia, y por eso he esbozado algunas soluciones alternativas en mi libro “Renovatio Europae”. Pero me temo que esa transición más pacífica sólo se logrará en los países de Europa del Este, mientras que Occidente tendrá que aprender la necesidad de la identidad y el patriotismo histórico a través de un largo período de disturbios y violencia.

Una buena noticia en medio de este declive fue la apertura el pasado 28 de mayo del Colegio Intermarium en el que usted estuvo presente, además de otras personalidades y organizaciones como Ordo Iuris y el Centro de Derechos Fundamentales de Hungría. ¿Cuál es el propósito del Colegio Intermarium?

El Colegio Intermarium pretende ser una nueva universidad de pleno derecho dedicada a superar el dominio izquierdista liberal y volver a la noción original de la “universitas” como un lugar en el que personas de toda clase puedan reunirse en la búsqueda de la belleza, la verdad y el bien, y en el que la civilización occidental se vea como una herencia positiva, no como un enemigo a superar. Por supuesto, como los cursos no empezarán hasta octubre de 2021, es difícil predecir exactamente cómo se desarrollará esta nueva universidad. Sin embargo, estoy convencido de que necesitamos exactamente este enfoque si queremos salvar nuestro sistema educativo: Fundar nuevas instituciones para superar la decadencia de las anteriores, como las ordenes monásticas medievales hicieron repetidamente hace muchos siglos. 

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Álvaro Peñas