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Este 8 de Mayo se ha conmemorado el 75 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Y de nuevo, hemos asistido a los topicazos de la culpabilidad unilateral y exclusiva de Alemania en el inicio de aquella guerra, típicos tópicos con los que se no sigue adoctrinando en que Alemania es la única culpable de todo, con una falta de rigor histórico similar a la que venimos soportando desde 1945. Una falta de rigor que de seguir así, seguirá alimentando que los gobiernos occidentales sigan manipulando el discurso para culpabilizar también a Rusia, y no solo a Alemania, para así poder exculpar de toda responsabilidad a los “buenos”, las plutocracias occidentales, que en eso estamos.
Justo es recordar con este motivo, que los procesos del linchamiento y “desnazificación” de Nuremberg continuaron desde 1945 hasta 1948, sentenciándose a millares de alemanes por el hecho de no haber traicionado a su Patria. No podrá saberse nunca cual hubiera sido la actitud del III Reich en el caso de haber vencido; no sabemos si hubieran podido o querido acusar a los jefes aliados de crímenes de guerra. La historia sólo puede tener en cuenta lo que se ha hecho, y no lo que se supone que otros hubieran hecho. En cualquier caso, los alemanes nunca formularon ninguna declaración en ese sentido, como hicieron los aliados en las Conferencias de Teherán y Yalta. Pero sí sabemos que numerosos altos dirigentes políticos franceses, como Edouard Daladier, Jefe del Gobierno que declaró la guerra a Alemania en 1939, Paul Reynaud, que sucedió a Daladier, o Léon Blum, el «buda» del socialismo francés -enemigos declarados de Alemania-, fueron respetados por ésta cuando Francia fue derrotada en 1940.
El nuevo “Purim” no empezó y terminó en la parodia jurídica de Nuremberg. La primera tarea de los “liberadores” consistió, precisamente, en eliminar todo rastro de nacionalismo en los países “liberados”, en realidad ocupados. Tarea en la que siguen empleados a fondo a día de hoy.
Roosevelt y Churchill, haciendo caso omiso de que Alemania tenia, en Europa, como compañeros de armas a Rumania, Bulgaria, Hungría, Finlandia, Croacia y Eslovaquia, además de Italia, pretendieron que los aliados hacían la guerra por la “liberación” de Europa. Eisenhower llegó a bautizar la campaña en nuestro Continente como una » Cruzada en Europa «, y tal fue el título que dio a un libro de memorias bélicas que sobre tal tema publicó unos años más tarde. En cambio, una figura política del calibre de Sir Anthony Eden, manifestó al respecto: «Desde Noruega hasta los Alpes Marítimos, los aliados han emprendido la más formidable caza del hombre de la Historia». Y eso fue la “liberación” de Europa al «estallar la paz», el 8 de Mayo de 1945., tras la “Cruzada” de los “buenos”: una auténtica cacería humana. De dicha cacería solo lograron sobrevivir entre los dirigentes de los vencidos, el líder del fascismo británico, Oswald Mosley, que se pasó toda la guerra en la cárcel como preso político; el líder ustacha croata Ante Pavelic; el Gran Mufti de Jerusalén, el líder palestino que apoyó a Hitler y había pronunciado un discurso en el Reichstag en 1941 como huésped de honor; Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler y emisario de paz, encarcelado por los aliados; y Leon Degrelle, el líder rexista belga exiliado en España. Todos los demás no lograron sobrevivir a la victoria de los “buenos”.
Recordemos que un 10 de Mayo de 1941, Rudolf Hess, en su calidad de lugarteniente de Hitler había volado a Gran Bretaña en solitario como mensajero y emisario de paz, ofreciéndose él mismo como rehén para intentar una vez más lograr la paz con Inglaterra y terminar así con la guerra. La respuesta a esa enésima oferta de paz por parte de Alemania fue encerrarle en la Torre de Londres hasta que terminó la guerra, y después ser condenado a cadena perpetua en Nuremberg, condena que cumplió en la prisión de Spandau.
A Leon Degrelle le sorprendió el armisticio en Oslo. El día 7 de Mayo de 1945 se dirigió con un piloto alemán y un oficial de enlace belga camino del aeropuerto de Oslo, al filo de la medianoche subía al interior de un pequeño avión Heinkel estacionado en la pista de aterrizaje, que había pertenecido al ministro alemán Albert Speer, para emprender un viaje insólito de noche, hacia España, que realizó sorteando los fogonazos intermitentes de las baterías antiaéreas que intentaban abatirlo en cuanto era localizado. Bordearon la periferia de París y lograron llegar con combustible hasta Burdeos donde se acabaron las reservas de gasolina y el aparato comenzó a planear lentamente y perder altura hasta divisar la costa cantábrica española donde, en la madrugada del día 8 de Mayo de 1945, con el depósito vacío, el vuelo concluyó con un gran impacto, estrellándose el avión en la bahía de la playa de la Concha de San Sebastián. León Degrelle comentó más tarde que “lograron superar todas las dificultades e imposibilidades porque cualquier cosa era preferible a la capitulación y porque prefería mil veces antes la muerte, ser abatido en vuelo, estrellarse contra el suelo o morir en el mar, antes que perecer víctima de la injusticia”. Comenzaba para él un largo exilio en España que duró hasta su muerte el 31 de marzo de 1994 en Málaga.
Las más absurdas excusas sirvieron para condenar al ostracismo a intelectuales y artistas de fama mundial de todas las nacionalidades. Solo citarlos daría para una Enciclopedia de autores malditos. En el nombre de la libertad abstracta fueron suprimidas todas las libertades concretas. En el nombre de la democracia igualmente abstracta, fueron impuestas a Europa, y no solamente a Alemania, las listas negras, la censura, la prisión, el linchamiento, la deportación, y la pérdida de todos los derechos civiles.
Pese a todas las medidas precautorias de los «boys» del Plan Morgenthau y de los «tovarichs» de Ilya Ehrenbourg, el mundo llegó a entrever algo de lo que sucedía en Alemania. Para tratar de justificar «post facto» los excesos de los “libertadores” hubo que llevar a puntos realmente absurdos la leyenda de la perversidad intrínseca de los vencidos y de la culpabilidad colectiva y unilateral de toda Alemania. Los más perfeccionados sofismas, las más inconcebibles historias y las más absurdas estupideces fueron y siguen siendo difundidas y repetidas millones de veces por los mass media de todo el mundo para un lavado de cerebro colectivo sin tregua. Pero aún suponiendo que fueran ciertos, y no una invención de la propaganda de los vencedores, todos los errores que al “nazismo” se le atribuyen, es evidente que los que cometieron los aliados, entre 1945 y 1955 en Alemania, fueron aún mayores, con el agravante de haber sido perpetrados a sangre fría, sin la excusa del caos de la guerra. La historia oficial es la versión oficial de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, la única que se permite, SU versión, aunque la primera víctima de toda guerra es la verdad.
Consecuencias de la derrota de Europa en 1945
Entre las consecuencias más importantes y negativas de la victoria de los aliados en 1945, que se mantienen hoy, en el siglo XXI, podemos citar dos:
-El mundo que nos han dejado los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, y tras la caída de la URSS, es el del triunfo absoluto del poder financiero, del capitalismo global, y de ahí la necesidad hoy de apuntalar los Estados nacionales para hacerlos más fuertes que sus enemigos, que son el poder del dinero, de la finanza y de los mercados en la era de la globalización.
-El genocidio en forma de “blanquicidio” a través de la inversión demográfica en favor de los inmigrantes extraeuropeos, lo que es la manifestación de una patología suicida, que es el inmigracionismo promovido por nuestros gobiernos de la UE.
Contra eso solo hay una alternativa:
La defensa de los pueblos y sus identidades étnicas frente al mundialismo y la burocracia internacionalista, lo que en nuestro caso se traduce en la construcción de una Europa social-identitaria libre e independiente de la finanza internacional.
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