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Un Gobierno con un elenco para llorar, o para reír, según se mire:

Irene Montero, quien admite tener fijación con el programa «Sálvame», al que ha concedido dos entrevistas en un mes, ha confesado: «muchas horas viendo el programa en contextos familiares» y añadió, que le gustaría ser la primera ministra en sentarse en su plató. Por no olvidar su reunión en el Congreso con youtubers y activistas de las redes sociales, o el hecho de llevarse a su hija al trabajo.

Por otro lado, Carmen Calvo, quien a pesar de sus críticas a la sanidad privada, optó por la Clínica Ruber para su ingreso por coronavirus. Lo de predicar con el ejemplo, lo deja para otros.

No olvidemos a Begoña Gómez en el 8M: «Un bote, dos botes, machista el que no vote», «feminismo liberal, ridículo total». «Soy feminista porque el feminismo es igualdadporque nos permite avanzar socialmente sin tocar a nadie»… Me viene a la cabeza Isabel Serra, condenada por insultar, entre otros delitos, a dos mujeres trabajadoras.

Teresa Ribera, la viva imagen de la lógica, aseguró que Portugal gestionó mejor la lucha frente al virus, porque la enfermedad «venía del este» y el país está «un poco más al oeste». ¡Así se habla! ¡Una frase a su altura!

Le dedicaría algún pensamiento a Celaá por su propuesta de asistencia a clases en septiembre de la mitad de los alumnos, o la polémica formada en torno a los colegios especiales. También al «cacatúa» con el que Adriana Lastra se ha referido a García Egea, e incluso a las palabras de Yolanda Díaz: «Si no hubiéramos actuado a tiempo, las cifras del paro serían hoy insoportables». Quizá crea que son buenas. Les dedicaría como digo, algún pensamiento, pero no hace falta. Ellas solas se retratan.

Sin embargo, entre los muchos desatinos y torpezas de este Gobierno, además del personal elegido para representarles, está la campaña de desprestigio contra la gestión del Gobierno de la Comunidad de Madrid en la lucha contra el coronavirus, detrás de la que figura Isabel Díaz Ayuso, otra mujer, solo que en este caso, de una valía muy diferente.

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Quizá, el Gobierno debería pedir perdón por su nefasta gestión frente al virus antes de acusar con el dedo a nadie, pero una vez más, la izquierda arremete contra las mujeres que no le son afines.

Aunque no son las únicas señaladas, pues en los últimos días, también le ha tocado el turno a Rafa Nadal, quien tan solo ha dicho que España necesita a gente experta para sacarnos de esta crisis y que el Gobierno debería dejar de criticar a los empresarios que hacen donaciones ya que además, son los empresarios los que generan empleo. ¿Acaso ha dicho alguna mentira?

Nadal ha demostrado ser el mejor en lo suyo. ¿Podría decir lo mismo este Gobierno?

Pero lo más abrumador, es que poco a poco vuelven a la carga con el feminismo, como si no hubiéramos tenido ya bastante con el 8M.

Agota ver divisiones entre hombres y mujeres, o cómo este desgobierno hace más grandes las diferencias, el vergonzoso lenguaje inclusivo, y la falta de sentido común. Las mujeres son maravillosas, y los hombres también. No todos, ni todas, por supuesto. Por eso, no se puede generalizar en las manifestaciones.

La sociedad se fragmenta, pero a los políticos no parece importarles. Si demandan igualdad, ¿por qué insisten en aumentar las diferencias? ¿No resulta incongruente? Si alguien les lleva la contraria, es un fascista. ¿Qué significa eso? ¿Cuántos fascistas hay en España? ¿Todos cuantos se atreven a discrepar de las ideologías que pretenden inculcarnos?

Mientras insistamos en ensalzar a la mujer en detrimento del hombre, estaremos inclinando la balanza hacia un lado, y la balanza ha de estar equilibrada. ¡Ya basta de discordias! Si somos incapaces de entenderlo, algún día lo lamentaremos. La naturaleza es sabia y bendice por igual a ambos sexos, porque ninguno existiría sin el otro. Crear tanta diferencia, es un deplorable error.

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No se conviertan en cómplices de ideas disparatadas.

Hagan las paces con la vida.