21/11/2024 11:55
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Esta es la segunda parte y final de las pseudomemorias de El Campesino. En ella repasamos la odisea que cuenta sobre su estancia en la URSS.

Tras llegar, el Campesino fue enviado a una escuela militar, la Academia Frunze, que no le aprovechó mucho. Su conflictividad le valió la expulsión y fue enviado a trabajar en la construcción del metro de Moscú, para que recapacitara.

Hay dos anécdotas sabrosas sobre la Pasionaria y Líster. La primera es creíble, la segunda no lo es:

Acusaba a La Pasionaria de haber urdido la liberación de su amante, Francisco Antón, de un campo de concentración en la Francia ocupada, y su traslado a Moscú en un avión nazi, en un momento en que muchos comunistas españoles con buena hoja de servicios eran abandonados a su suerte como prisioneros en Francia y el norte de África. Los refugiados españoles en Rusia estaban especialmente enfadados por esto porque sabían que el hijo de la Pasionaria y su marido, un obrero bilbaíno y un buen hombre, vivían en la Unión Soviética en las condiciones más miserables, totalmente abandonados por ella. Más tarde su hijo fue asesinado en Stalingrado. La propaganda soviética explotó su espléndida valentía y abnegación para dar más gloria a su madre.

Acusé a Líster de un delito más grave. Junto con Modesto había ido a una escuela en Kaluga con la misión de promover la educación política de los refugiados españoles, jóvenes que eran alumnos allí. Lo único que hizo fue emborracharse y violar a cinco de las chicas. Su excusa fue que eran «fascistas». Tenía en mi poder una carta firmada por las cinco víctimas, que daba los detalles de este horrible incidente.

Lo de la Pasionaria está comprobado. Abandonó a marido e hijo, mientras se daba la gran vida con su amante. Lo de Líster tiene que ser, como poco, una exageración. Violar a cinco chicas, borracho. Si me dicen que violó a una, o dos, me lo creo, pero a cinco, borracho, se me hace muy cuesta arriba de creer.

El trabajo en el metro se interrumpe cuando los alemanes llegan a las afueras de Moscú. Se produce en la URSS un auténtico desbarajuste; la población huye en trenes. En efecto, el país estuvo al barde del colapso:

Al final, nuestro tren nos dejó en Tashkent. Allí se amontonaban entre un millón y un millón y medio de refugiados, en su mayoría ancianos, mujeres y niños vagabundos. Hacía un frío terrible. Todo el mundo pasaba hambre. Aquellos refugiados hambrientos, harapientos y exhaustos fueron acribillados por el tifus. Nadie se preocupó de enterrar los cadáveres que quedaron tirados en las calles.

Pasa dos años de la guerra en Kokand, Uzbekistán. Dedicado a sobrevivir, incluso como bandido. Acabada la guerra organiza la huida, incluso consigue llegar a Teherán:

Con todo mi espíritu rebelde, cinco años en la URSS me habían acostumbrado tanto a una existencia bajo estricto control, restricción y dirección oficiales, que mi primera respuesta a las vistas de Teherán fue de indignación. Una ciudad en la que el mercado rebosaba de mercancías, en la que cada uno compraba y vendía lo que le apetecía, en la que la gente iba al teatro a su antojo y leía los periódicos que le apetecían: ¡qué embrollo, qué egoísmo, qué anarquía!

No me había desprendido de la influencia del estalinismo, a pesar de mi desilusión y huida. Todavía hablaba como un buen estalinista para el que todo lo que discrepa de la doctrina soviética es «fascista». Había escapado del país; no había escapado de su propaganda. Al final iba a descubrir que ni siquiera había escapado del país para siempre, y que fueron los últimos restos de pensamiento estalinista en mí los que me llevaron a la perdición.

Esta reacción de asombro ante la exuberancia de los mercados en los países no comunistas es muy frecuente entre quienes han vivido en los paraísos comunistas. Llegar a la indignación es otra cosa. En la embajada británica le ofrecen llevarlo a Europa, pero…:

Sin embargo, me había empapado del vocabulario comunista durante tantos años que Inglaterra era para mí un sinónimo de «imperialismo». Ir allí, bajo la protección de los británicos, y obviamente porque querían utilizarme de alguna manera, me parecía una traición. Por lo tanto, me negué.

Al final acaba detenido de vuelta en la URSS… Está ocho meses en la Lubianka, sometido al régimen de tortura habitual:

En total me interrogaron durante ocho meses. La mayoría de las noches no me dejaban dormir más de dos horas y media, a menudo no más de una hora y media. Ya no pensaba en la comida, sino sólo en el sueño. El sueño es la peor de las obsesiones. Durante el día me costaba un esfuerzo sobrehumano no provocar los golpes de los guardias que entraban en mi celda en cuanto empezaba a dormitar. Por la noche, me costaba otro esfuerzo supremo mantenerme despierto durante los interrogatorios, sobre todo cuando los jueces de instrucción no me hablaban durante horas y horas, y responder al rápido fuego de sus preguntas.

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Es enviado al campo de concertación de Butyrka y después de Vorkuta. El trato es infernal, pero es capaz de sobrevivir:

BAJO EL NOMBRE de Komisaro Piotr Antonovich, con documentos que no mencionaban ni mi pasado ni mi verdadera identidad, llegué a la ciudad de Vorkuta un día en que el termómetro marcaba ochenta y cinco grados bajo cero.

Muy baja me parece a mi esa temperatura. El caso es que también allí consigue medrar este superviviente nato:

En Vorkuta, empecé bien. Prometí ser un stajanovista y cumplí mi promesa. Al final de los tres primeros meses me consideraban uno de los mejores estajanovistas de la región. En la mina de carbón me pusieron a cargo de una de las galerías. Mi cuadrilla ascendió rápidamente al rango de equipo más productivo del pozo.

Cuando las autoridades del campo se dieron cuenta de que yo era un capataz que podía producir un rendimiento récord, concentraron a los mejores, más fuertes y más jóvenes trabajadores en mi cuadrilla. Organicé nuestro trabajo de la forma más racional posible y luché por las raciones de mi equipo lo mejor que pude. Pronto aprendieron a aceptarme como camarada, cosa que ocurrió con pocos entre los capataces. Me nombraron «delegado de los trabajadores». Esto reforzó mi posición. Los periódicos del norte empezaron a hablar de «Komisaro Piotr Antonovich» como de un líder estajanovista que daba ejemplo a los demás.

El comandante me preguntó: «¿Le gustaría ser eximido de los trabajos forzados durante seis meses?». Por supuesto, dije que sí. Continuó: «Puede hacerse con una condición. Tendrás que servir a la Unión Soviética de otra manera si quieres redimirte. Quiero que recorras los campos del norte y hables con los trabajadores deportados. Dígales que sigan su ejemplo como estajanovista. Mi asistente irá con usted como intérprete. ¿Estás de acuerdo?»

Las dos últimas veces me puso a su lado y me dijo algo así como: «El camarada Komisaro Piotr Antonovich es de origen español y fue uno de los héroes de la guerra de España. Ahora es un héroe del trabajo en nuestro país socialista. Hoy como entonces cumple con las exigencias que nuestro gran camarada Stalin plantea a los verdaderos comunistas.»

Y empieza a planear la siguiente fuga… Esto es demasiado novelesco (y donjuanesco) para ser verdad, al menos toda la verdad, porque de la URSS salió:

Mis viajes de un campamento a otro me convirtieron en un compañero útil para ella. Cada vez que me enviaban, me llevaba una bolsa llena de productos que ella había conseguido. El regalo de algunos paquetes de cigarrillos me hizo ganar cómplices entre los funcionarios menores de la ruta. Pronto mi parte de los beneficios ascendió a la respetable suma de 18.000 rublos. Era el primer paso hacia mi fuga: los medios para financiarla.

Mi origen español parecía atraer a las mujeres rusas que ansiaban una fuerza emocional que no encontraban en los hombres de su país. Y entonces, me acerqué a ellas con un espíritu que era nuevo para ellas. Aquellas mujeres no estaban satisfechas con la desnudez y la tosquedad de sus relaciones con los hombres. Las viejas costumbres rusas que habían sido arrojadas por la borda podían ser falsas y «burguesas»; su eliminación podía haber elevado a las mujeres a la igualdad sexual con los hombres -o haber degradado a ambos al mismo nivel-; pero las mujeres rusas parecían sentir que habían perdido algo y se expandían agradecidas ante el más mínimo tufillo de galantería anticuada.

Mi nueva amante me consiguió un documento aún más valioso. Insistiendo en mi excelente historial durante los últimos dieciocho meses, me consiguió un permiso legal para pasar cuatro meses en el sur convaleciendo tras mi accidente de trabajo. Me dieron a elegir entre dos ciudades, Tashkent o Samarkanda. Elegí Samarcanda.

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En Kharkov recogí a una estudiante que me llevó a su habitación en el Instituto Científico. Un miliciano montaba guardia en la puerta, pero ella le dijo que yo era su prometido que había venido a verla. Tanto si el guardia creyó su historia como si no, aceptó mi ofrecimiento, dos paquetes de cigarrillos -marca Tiflis nº 5- y media botella de vodka que me había costado 160 rublos. El padre y los dos hermanos de la chica habían sido deportados a Siberia. Cuando se enteró de que yo también había estado en los campos de trabajo del norte, se mostró muy comprensiva y me dejó dormir en su habitación durante dos noches.

Pero es detenido:

Sin embargo, al cabo de unos días aprendí a preferir las serpientes a las ratas. Las serpientes sólo buscaban el calor de mi cuerpo cuando estaba dormido e inmóvil, pero las escuálidas ratas correteaban audazmente a mi alrededor todo el tiempo.

El Departamento Jurídico de mi campamento fue informado desde Moscú de que había sido condenado a otra pena de diez años en Siberia, que tendría que cumplir cuando hubiera terminado mi tiempo en Turkestán. Sabía que estaría irremediablemente perdido una vez que volviera al norte. De nuevo, mi mente estaba obsesionada con un solo pensamiento: escapar.

Aquí tiene un golpe de suerte:

Ashkhabad había sido sacudida por el terremoto más violento que el distrito había conocido, y se había producido sin ningún temblor de advertencia.

Todavía estaba sentado junto a su cuerpo, estupefacto y aturdido, cuando se acercó un destacamento de milicianos. No para rescatar a los enterrados vivos bajo las ruinas ni para llevar ayuda a los heridos que se arrastraban. Apuntaron con sus fusiles automáticos a los supervivientes y terminaron lo que el terremoto había empezado.

Cuando pasó la fiebre de la matanza, el N.K.V.D. de Tashkent se hizo cargo y reunió a los que habían sobrevivido al terremoto y al tiroteo. Había 2.800 prisioneros en nuestro campo. Treinta y cuatro de nosotros seguíamos vivos.

Missa guiñó un ojo. «Todos los registros de los prisioneros han sido destruidos en el terremoto». «¡Pero seguro que alguien se acuerda!» grité. «Todos los de la sección de registros murieron cuando el edificio se derrumbó. Lo más probable es que nadie más cerca de Moscú conozca tu sentencia. Merece la pena intentarlo».

El viejo Missa, que tenía gran influencia sobre Amedo, le convenció no sólo de que me ayudara en mi nuevo intento de fuga, sino de que me acompañara. No podría haber tenido mejor compañero. Amedo conocía muy bien Uzbekistán, Turkmenia y la frontera persa porque había trabajado en todas estas regiones durante años antes de su detención. Sobre todo, era un hombre de valor incansable.

Y la guinda de la historia:

A la segunda descarga, una bala atravesó la cabeza de Kurgan Amedo. Se desplomó de mis brazos. Había visto morir a suficientes hombres para saber que todo había terminado. Corrí. Pero primero besé su frente. Las balas pasaban silbando a mi lado y arrancaban trozos de los troncos de los árboles. Nada me tocó. Todavía no estaba destinado a la muerte. Dos días más tarde me arrastré a través de la frontera hacia Persia que, en el cambiante mundo de la posguerra, ya no era insegura para los fugitivos de la Rusia soviética.

Dicen que la verdad supera la ficción, pero no creo que sea este el caso, aquí tiene que haber una mezcla de ambas. En fin, del libro no se puede sacar casi nada desde el punto de vista histórico. Como de tantas historias de “supervivientes”… y no digo más porque en el mundo libre eso es delito.

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Colaboraciones de Carlos Andrés
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Geppetto

Un delincuente nato
Un asesino despiadado y brutal que ocultaba su falta de valor personal cargandose a todo el que lo miraba mal
Termino en el Psoe ¿En que otro partido politico podia terminar semejante bestia roja?

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