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Hay palabras, ideas y conceptos que en la actualidad tienen mala prensa, que están mal vistos, cuestionados y estigmatizados. Fruto del desarrollo ideológico de lo que conocemos como mundo moderno, han pasado a formar parte de una semántica negativa que pretende invalidar a quienes las utilicen para formular propuestas alternativas frente al pensamiento único del buenismo mundialista. Una de estas palabras es autoridad

Según la RAE, proviene del latín, auctorîtas y significa “poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho, o de derecho”, o también “potestad, facultad, legitimidad”. Acabar con la autoridad es lo que permanentemente han intentado hacer desde los diferentes frentes de la guerra cultural que lleva décadas desarrollándose en Occidente.

Desde el susodicho Mayo del 68 y su pretendido y supuesto revolucionarismo que desde entonces impregnó la cultura popular, acabar con la autoridad fue uno de sus sueños dorados. Sin ella seríamos libres y felices. Los hechos acontecidos desde entonces han demostrado la falsedad de ello. Los famosos eslóganes difundidos como “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder” o “mis deseos son la realidad”, impulsados por los entonces hijos burgueses del estado del bienestar, hicieron mella hasta hoy en la generación de sus nietos, más cómodos y manipulables aún. 

Según la RAE también, soberano “es quien ejerce o posee la autoridad suprema e independiente” y así el soberanismo pretende ejercer políticamente esa autoridad que lo hace independiente y libre con ese poder, ese mando, ese derecho, potestad, facultad y legitimidad heredada por un pueblo y su cultura que lo diferencia de otros, reforzando su identidad.

Sin duda, el soberanismo, derivado del concepto de soberano y de autoridad, es el nuevo enemigo a batir por el pensamiento único totalitario del globalismo heredero del 68 maoísta y el capitalismo financiero.

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Si seguimos revisando otros conceptos también denostados, nos encontramos con otros como patria, nación, religión, comunidad, tradición, pueblo, identidad, familia. Para los súbditos autistas del discurso de la tecnocracia mundialista dominante, estos conceptos son caducos, rancios, anticuados y retrógrados, que no tienen lugar en un mundo progresista sin razas ni fronteras.

Sin embargo, y a pesar de ciertas incertidumbres lógicas a partir de esta nueva geopolítica pandémica en marcha, la idea del soberanismo crece poco a poco a pesar de todo. El soberanismo necesario es aquel que haga frente a la imposición y al dictado de los poderosos, que gobierne en nombre del pueblo soberano con verdadero amor a la patria, a la tierra de nuestros antepasados, y que ponga por delante el interés general y nacional frente al interés particular y egoísta de los grupos de presión.

Es necesario un cambio de rumbo y no solo recuperando la tradición, donde abreva la identidad, sino dando un paso más allá, viendo también lo que disponemos hoy para mirar hacia el futuro. Esto implica un cambio radical de pensamiento, una renovación de estilos, métodos y formas de construcción social tal como los hemos conocido hasta ahora.

Lo nuevo es una síntesis entre la revolución y la conservación que, aunque parezca antagónico no lo es porque el cambio debe ser en dirección radicalmente opuesta hacia donde nos quieren llevar. Revolucionar España, Italia, Francia y el resto de naciones con origen común, para revolucionar Europa y que propicie el ascenso de los mejores para ponerse al frente de un modelo social de mérito y capacidad. Para ello hacen falta también compañeros de ruta y aliados.

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Hay que torcer el rumbo, ya que delante se encuentra el abismo. Hoy en España y en Europa hay más viejos que jóvenes, mueren más que los que nacen, la familia tradicional es un bien en extinción, el seno materno es tan inseguro, por ley, como el callejón más oscuro de un barrio marginal, la propiedad familiar está en peligro por la ocupación, el trabajo es un bien escaso, las fronteras están desbordadas por la inmigración ilegal en un país que reniega de su tradición, cultura, historia y religión. Un pueblo que sigue por ese camino no tiene futuro ni destino.

Por ello es tiempo de regenerar el sentido de comunidad y redescubrir los rasgos particulares y comunes que hacen a un pueblo digno heredero de sus ancestros. Los europeos todos debemos por comenzar a repoblar nuestro espíritu con nuestra herencia cultural identitaria, siguiendo por nuestro hogar, nuestra tierra y nuestra patria, y recuperando sin complejos la autoridad para hacerlo soberanamente. Si no, estamos definitivamente perdidos.

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José Papparelli