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Dios tuvo claro que no habría objeción alguna a la santísima doctrina cristiana ni a la Iglesia por Él fundada, por muy consciente que fuese que a lo largo de la historia iba a haber lobos con piel de oveja, traidora y cobarde.

Pero las excepciones nunca hicieron regla ni refutan los cimientos sólidos de una ideología.

Principios y personas son elementos bien dispares, donde quien no cumpla con los principios reconocidos, eso que se pierde, pero su mala conducta no puede refutar nada, como en nuestro psiquismo, inteligencia y voluntad son funciones irreductibles e independientes, de forma que del saber no se sigue necesariamente el obrar en consecuencia, y del obrar (por intuición, buena voluntad, sentido ético) no se sigue necesariamente el conocimiento técnico-académico de tales principios naturales, insertos en nuestra naturaleza innatamente.

Está claro que quien se escandaliza y desorienta ante conductas inmorales es por no saber distinguir entre principios y personas, entre lo que tiene que ser y lo que de hecho puede llegar a ser con mera libertad física, que no moral.

Pero el recurso más barato y demagógico es tratar de justificar los propios yerros, inmoralidades o falseamientos ideológicos, viendo la paja en el ojo ajeno, para no querer ver la viga en el propio.

Este es el deporte cotidiano de nuestra actual situación política, que incapacitada ideológicamente para dar respuesta objetiva y práctica a los problemas humanos, tiene que hacer ascos constantes al anterior sistema nacional-católico, para intentar justificar sus rastreras miras de corto alcance, retrotrayéndose a la anacrónica ley del más fuerte, la de la selva, donde perderá todas las batallas al confundir la fuerza de la razón con la razón de la fuerza; de ahí que se equivocó (entre otras muchas cosas) pactando con mafiosos terroristas. ¡Hace falta ser ingenuos…!

Otra técnica justificadora que ser la de desmemoriar y falsificar la historia, para ir abonando el campo de las nuevas generaciones con la semilla del materialismo liberal, que al igual que el marxista-socialista, impone que el fin justifica cualquier medio. Los dos son, ni que decir tiene, “los hijos de la Viuda”.

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Comunismo y Liberalismo están más que condenados en las encíclicas Libertad, Inmortale Dei, de León XIII; Quas Primas, de Pío XI; Pascendi, de San Pío X…, etc. De forma que si no volvemos a los conceptos sobrenaturales de un catolicismo reafirmado y redescubierto, los decretos y antidecretos políticos de unas Constituciones ateas, que buscan (diabólicamente) arrinconar a Dios al baúl de los recuerdos, la sociedad, lejos de progresar en la Verdad, la Justicia y la Paz, se autocondenará a la barbarie de la autodestrucción.

De Justicia sólo nos queda el nombre”, dijo un amigo mío, empleado en un Juzgado, a un alto magistrado, y estuvo una semana sin dormir, temiendo su destitución del cargo.

Sólo se alcanza dignidad humana cuando se sirve” –José Antonio-; no cuando se declara gratuitamente. “La interpretación católica de la vida es la única verdadera y secularmente española, en la que ha de inspirarse el Estado” –José Antonio-. “Sólo cuando no hay una misma fe, la Iglesia y Estado se separan” –Francisco Franco-. “Lo malo es si olvidan que mis enemigos son sus enemigos” –Francisco Franco-. Recomendación que nos hizo a los eclesiásticos este Caudillo providencial y desde entonces totalmente desoída.

Hemos de dar gracias a Dios, porque en esta hora de resentidos, oportunistas, ambiciosos y desleales, seguros de su impunidad, se han quitado la máscara de hipocresía dejando al descubierto los garbanzos negros del cocido.

No nos importa su bilis porque no han podido manchar la figura irrepetible de Franco, José Antonio y de nuestros gloriosos caídos, ni su limpieza de vida, ni su austeridad, ni menos aún su valentía heroica, ni su indiscutible prestigio internacional, ni su entrega a España, ni esa figura impoluta en su grandeza, que a medida que pasa el tiempo aflora con su muerte.

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Por eso sus enemigos, que son los de España, hasta para denigrarle, no pueden vivir sin él. Algo gigantesco tuvo que representar y ser, para citarle en referencias constantes a lo que han enaltecido con el concepto de “franquismo” –concepto inexistente antes de la muerte del Caudillo-.

No se tiende a recordar lo mediocre, pero sí a esconder las estatuas de lo victorioso, para esconder las vulgaridades de los ineptos y poder así sustituirlas por las idolatrías del libertinaje, la ceguera espiritual y la vergüenza de lo irracional.

Si los franceses, al saber del triunfo de Napoleón en Austerlitz, se enorgullecían de ser franceses, nosotros también podemos decir con orgullo: “Hemos tenido el honor de vivir en la España católica de Franco”.

Que la Virgen del Pilar suscite otro Santiago mataenemigos de Dios de las Patrias. Mientras tanto, amigos, en frase del apóstol Pedro, “resistamos firmes en la fe” (1ª. Pedro, 5). ¿Qué tiene que ver el incumplimiento de algunas personas contra la imbatibilidad de unos principios que están por encima de todos nosotros?

Que nuestros mártires, desde las estrellas y el Ángel de España (que nos pide la colaboración de nuestras oraciones) sigan velando por esta miedosa y anestesiada Patria y por toda la catolicidad.

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REDACCIÓN