
Dentro y fuera de la Iglesia se viven momentos de confusión. El pueblo de Dios está sufriendo lo que podríamos llamar una desorientación generalizada que afecta a la vida cristiana de los fieles, principalmente por lo que se refiere a las cuestiones familiares, políticas y sociales, siendo ello debido seguramente a que el magisterio eclesial de los últimos años no se corresponde con el lenguaje, claro y contundente, con que lo hicieron los papas de la Iglesia preconciliar, desde Pio IX a Pio XI, pasando por León XIII. A mí, al menos, no deja de sorprenderme el hecho de que estos papas hablaron hasta la saciedad de las cuestiones político-sociales y ahora en cambio se guarda un silencio sepulcral, en un momento en que el laicismo materialista parece invadirlo todo. Sin ánimo de ofender a nadie, he de decir que el magisterio social de la Iglesia, que de forma tan fulgurante se inicia con la encíclica “Quanta cura” de Pio IX y la “Rerum Novarum” de León XIII, ahora brilla por su ausencia. Los papas preconciliares adquirieron el sagrado compromiso de orientar a los fieles, señalándoles con pelos y señales a qué formaciones e ideologías políticas no sólo había que negarles el voto, sino que también era preciso combatirlas por ser contrarias al espíritu del evangelio; ahora, en cambio, Roma ha decidido no mojarse; esto de meterse en política se lo deja para los laicos; que sean ellos quienes saquen las castañas del fuego, a lo más se limita a decir que lo importante es votar, votar a quien sea, según el sentir de cada cuál, como si la sacrosanta democracia, fundamentada en un perverso relativismo y en el soberanismo popular, tuviera la virtud de blanquearlo todo, hasta el punto de ser considerada como dogma divino de obligado cumplimiento, incluso para aquellos católicos que por razones de conciencia no creen en ella. Semejante modo de pensar se ajusta a lo políticamente correcto, lo cual, cuando menos, lo convierte en sospechoso.
Es por esto por lo que un día, reflexionando sobre estos temas, decidí profundizar sobre los mismos y el resultado fue un libro titulado “HUMANISMO CRISTIANO EN EL CONTEXTO DEL HUMANISMO SOCIAL”, que recientemente ha sido publicado por “Última Línea”, demostrando, una vez más, ser una editorial independiente y respetuosa con la libertad de expresión, tal como debe ser.
Este ensayo, como hace notar el distinguido prologuista Gonzalo Sichard, aparece dividido en dos capítulos, bien diferenciados: uno dedicado al humanismo de corte filosófico y el otro reservado para el humanismo específicamente cristiano; entre ambos existe la posibilidad de tender un puente, sin que por ello tengamos que hacer concesiones al discurso dominante, que discurso es la trampa en la que se encuentra enredada la cultura de nuestro tiempo. Desde antiguo se ha dado por evidente que la misión de la Iglesia es mucho más amplia que la práctica del culto y la administración de los sacramentos. Deber de la Iglesia, sin duda, es abrirse al mundo, sin que para ello sea preciso edulcorar o cercenar el mensaje evangélico. Pareciera que vivimos tiempos de rebajas, en que las credenciales para ser cristiano se pueden adquirir a un bajo coste. La desorientación es tanta que no son pocos los que piensan que se puede ser cristiano en la vida privada y no serlo en la vida pública, ser cristiano de cintura para arriba y no serlo de cintura para abajo. Bien se ve que no se puede ser condescendiente con este tipo de creencias, igual que no podemos serlo con quienes colocan en el mismo plano al humanismo antropocéntrico y al teocéntrico, ni tampoco con los que creen que el poder civil está por encima del poder religioso. Deber de la Iglesia es salir al paso de tanto disparate y hablar con un lenguaje claro, que todo el mundo entienda, aunque ello sea motivo de represalias. Lo que no se puede hacer es tirar la piedra y esconder la mano, porque eso no va con el evangelio.
El mensaje cristiano es claro y contundente, Jesucristo y solo Él, es señor de la historia, ante el cual toda rodilla se postra. Fue Él mismo quien encomendó a sus seguidores ir por el mundo a evangelizar a las gentes, a los pueblos, los reinos, a los estados, a la Comunidad Europea, a las Naciones Unidas, a todas las instituciones y organismos públicos, sin arrugarse ante nada ni nadie, como lo hicieron los primeros cristianos, porque todo debe estar sometido a su potestad como Rey del universo que es.
La gran tentación para la Iglesia de nuestro tiempo es la de contemporizar con un neopaganismo de corte materialista, instalarse en un conformismo cómodo ante las legislaciones injustas y anticristianas, el gran peligro que se corre hoy día es dar por bueno el no intervencionismo, falsamente prudencial, pensando que la democracia nos protege y nos pone a salvo de cualquier contingencia, sin reparar siquiera en que la dictadura de la opinión pública puede ser la más peligrosa de las dictaduras.
Considero que ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre y no andarse con rodeos, de abandonar las posturas cómodas carentes de compromiso, de superar los neutralismos calculados y romper con los silencios cómplices. Ha llegado la hora de tomar en serio la defensa del humanismo cristiano y los valores por él representados, que un día lo fueron también de Europa y Occidente, porque si los cristianos no lo hacemos, no esperemos que alguien lo vaya a hacer por nosotros. No podemos por más tiempo seguir confundiendo la prudencia con la cobardía, la temperancia con la pusilanimidad. No nos engañemos. Para estar a la altura del gran desafío de la hora presente va a ser necesario armarse de coraje y audacia. ¡Basta ya de contemplaciones y dejarse de templar gaitas!
El humanismo cristiano lleva implícito el compromiso de servir al mudo, de esto no cabe la menor duda, lo que se olvida con frecuencia, es que este compromiso ha de estar supeditado al compromiso con Dios, según se desprende de la frase evangélica: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.” Impregnar de humanismo cristiano las estructuras del mundo civil forma parte de la vocación cristiana, mucho más en unos tiempos caracterizados por el laicismo, que quiere ganar la partida a la civilización cristiana. Y es aquí donde puede surgir el conflicto interno dentro de la iglesia institucionalizada, o para decirlo con otras palabras, existe la posibilidad de que surjan desavenencias entre unos fieles cristianos, que tratan de ser leales al evangelio y una iglesia oficialista, que se pliega a los dictámenes políticos para no tenerse que enfrentarse con el Estado. Seguramente Roma jamás hubiera tomado ciertas decisiones, de no haberse visto presionada por los poderes políticos. Grave asunto éste que puede poner en riesgo la libertad interior de los hijos de Dios.
Sabido es de todos que, la España reconciliada que heredamos de Franco, se ha vuelto a romper en dos mitades y sobre ella planea la sombra trágica de 1936, con la diferencia de que ahora los enemigos de Cristo ya no tienen que enfrentase a una Iglesia fuerte y cohesionada, con las ideas claras. Los enemigos de Cristo, para llevar a cabo sus siniestros propósitos, ya no necesitan incendiar templos, ni abrir checas, ni ir por ahí asesinando obispos, curas o monjitas, les resulta mucho más rentable, políticamente hablando, la vía de los pactos y acuerdos, más o menos ocultos, con las autoridades eclesiásticas y tener las manos libres para profanar lugares sagrados, socavar la fe y perpetrar las tropelías a las que nos tienen acostumbrados; todo esto y más sin tener que derribar puertas, ni ejercer ningún tipo de violencia física es suficiente con la astucia y los silencios cómplices.
¡Qué pena constatar que todo, incluso lo más sagrado, pueda ser objeto de politización! Lo estamos viendo con El Valle de los Caídos, símbolo cristiano de primera magnitud, bandera emblemática de reconciliación entre los españoles y que según hemos podido saber, va a ser “resignificado”, por mutuo acuerdo entre el gobierno socialista y Roma, sin que sepamos la dimensión y el recorrido que esto pueda tener. Vergonzoso caso de injerencia del poder civil en asuntos que exceden su competencia. Somos muchos los españoles que desconfiamos de ese pacto y seguiremos luchando para que “El Valle de los Caídos vuelva a ser aquello para lo que fue concebido y no se convierta en una enseña del odio, la venganza y el revanchismo. Dicha “resignificación”, resulta especialmente dolorosa para los católicos, dispuestos a dar la cara en defensa de su fe y de los valores cristianos, se trata de católicos consecuentes con su fe, que van a misa, frecuentan los sacramentos, visitan los templos, practican la limosna, ayudan a los necesitados, rezan por el mundo, saben lo que significa la palabra perdón y toman en serio sus deberes y compromisos cristianos. Estos cristianos que siguiendo el mandato de sus pastores se meten en política, animados por piadosos sentimientos y a veces corriendo graves riesgos personales, andan desorientados y se sienten abandonados. Aún con todo, les queda el consuelo de contar con la protección de un ejército de mártires y saber que la lealtad a Cristo habrá de ser la razón de su paz interior y de su gozo.
Autor

- Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, habiendo obtenido la máxima calificación de “Sobresaliente cum laude”. Catedrático de esta misma asignatura, actualmente jubilado. Ha simultaneado la docencia con trabajos de investigación, fruto de los cuales han sido la publicación de varios libros y numerosos artículos. Sigue comprometido con el mundo de la cultura a través de la publicación de sus escritos e impartiendo conferencias en foros de interés cultural, como puede ser el Ateneo de Madrid. Su próxima obra en la que lleva trabajando bastante tiempo será “El Humanismo cristiano en el contexto de una Antropología General".
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