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Castilla, cuna de sabios y héroes inmortales, cuenta entre sus glorias, también, el haber engendrado a quienes las cantaran. Azorín, Marceliano Santa María o Delibes, heraldos virtuosos de su tierra, son acaso los puntales más conocidos de una Cultura que es la nuestra.

Marceliano Santa María (1866-1952) nació en Burgos, descendiente de una saga de plateros, oribes, repujadores y orfebres –su abuelo y su padre Luciano eran todo lo dicho–; guardando paralelismo en este punto con su coetáneo Ignacio Zuloga (1870-1945), hijo de Plácido y nieto de Eusebio, así mismo exquisitos artistas del metal[1].

Marceliano dio sus primeros pasos formativos en la Academia Provincial de Dibujo de Burgos, ingresando como discípulo de Isidro Gil Gavilondo (1843-1917) y Evaristo Barrio y Sainz (1841-1924), medianos pintores pero cultos y buenos maestros.

En 1885, apoyado por su tío, el canónigo Ángel Sedano Espiga, Marceliano Santa María se trasladó a Madrid, asistiendo a la Escuela de San Fernando e ingresando como discípulo en el estudio del reputado pintor Manuel Domínguez (1840-1906)[2],  donde tuvo como compañeros a unos jovencísimos Fernando Álvarez de Sotomayor (1875-1960) y Eduardo Chicharro (1873-1949), que llegarían a ser también renombrados artistas[3].

En 1891 marchó a Roma pensionado por la Diputación de Burgos, pintando allí El triunfo de la Santa Cruz (1892), una obra extraordinaria que le valió los elogios de crítica y público y, muy temprano –apenas 26 años–, le otorgó un lugar en el parnaso de los elegidos –no sólo en el panorama nacional–, ya que por dicha obra recibió una “medalla única” en la Exposición Internacional de Chicago de 1893. En ella el pintor representó un momento decisivo de la Reconquista, durante la batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando el caballero castellano Álvaro Núñez de Lara superaba la barrera de esclavos que, encadenados, defendían la tienda del caudillo almohade Muhamad al-Nasir (el famoso y temible Miramamolín)[4]. La pericia que Santa María exhibe en la reproducción de la anatomía, rasgos y tonos de los guardianes negros del califa musulmán es digna de los orientalistas más especializados, como José Tapiró (1836-1913) o Charles Cordier (1827-1905), y comparable a la destreza que muestra curiosamente por las mismas fechas otro gran pintor, su coetáneo José Garnelo y Alda (1866-1944), en la representación de los indios americanos del Primer homenaje a Colón (1892) –sito en el Museo Naval de Madrid[5].

Santa María abordó todos o casi todos los géneros: retrato, pintura de historia y de costumbres, de temática religiosa, de tipos, paisajes y anécdotas. Realizó hasta dieciséis retratos del rey Alfonso XIII[6] y, entre muchos otros, inmortalizó a nuestro Premio Nobel José Echegaray (1902). De temática piadosa destacan Misa pontifical (1890) –en el Palacio de Riofrío, en Segovia– y San Felipe Neri (1930) –en Madrid–; y entre los anecdóticos, A la epístola (1894) –expuesto en la Embajada Española en Viena–, y la simpática escena titulada Límpiate, que estás de huevo (1906).

Algunas de sus obras, cargadas de humanidad y ternura, ilustran tiempos recios, en los que la muerte estaba muy presente, mas se afrontaba de cara. Así, en Entierro de una niña (1892) o en Viudedad y retiro (1899) –ambas hoy en paradero desconocido–, Santa María recoge la dureza de la vida y sus tristezas, pero sin sensiblerías. Otro ejemplo lo encontramos en ¿Será difteria? (1894), donde el médico del pueblo examina a una niña ante la mirada atenta y preocupada de su madre mientras otra joven mujer con su pequeño en brazos y algunos vecinos presentes permanecen en vilo temiendo acaso la extensión de un posible contagio.

Así mismo, las actividades del campo, tan propias de su tierra, siempre despertaron el interés y el cariño de Marceliano. A este género pertenece la que fue su pintura preferida[7], El esquileo (1897), Cosiendo (1898), pero también La trilla (1899), La vendimia (1924), Gavillas (1926), Lavanderas (1927), La vega (1932), Horno de pez (1934), El hato y el almiar[8] (1940); esa Joven castellana (1944) sosteniendo una hoz en el regazo, o Paz del campo (1946). Obras todas ellas preñadas de un hondo realismo que, en el caso citado de El esquileo remiten al mejor naturalismo de nuestra pintura decimonónica. Nos viene a la mente aquí La vendimia (1881) de Juan Planella y Rodríguez (1850-1910) y La siega en Andalucía (1894), de Gonzalo Bilbao (1860-1938), excelente pintor y amigo al que Santa María retrataría en 1938, poco antes de su fallecimiento ese mismo año.

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Por otro lado, Marceliano buscó a menudo en sus paisajes los reflejos del agua: Remanso (1927), Pescando cangrejos (1927), Arroyo de Gredos (1931), El Arlanza en Covarrubias (1932), Molinillo (1932), Vista de Uzquiza (1935), Sauces viejos (1939), Árbol caído (1940), Río Cardeña (1940), Río San Lesmes (1940), Huerta del Rey (1940), Presa del pontón (1941), Salceda del Arlanzón (1942-43), Lavadero de Cortes (1943), Puentedey (1949), Sólo el agua conserva su caudal (1946), Atalaya castellana (19), Alrededores de San Lesmes (1951). Pero siguiendo la rica orografía burgalesa, Santa María también nos ofrece vistas de la ancha llanura surcada por caminos, eras doradas –Campo de oro (1931)– y tierras rojas de arcilla –Páramo (1932)–, montes, quebradas y embreñadas cubiertas de arbustos y maleza; o terrazas de las salinas que dan su nombre a la ilustre villa de Poza de la Sal (1928)[9]. Veánse los cuadros dedicados a Villalvilla (1930), Sasamón (1933), Soto de Fuentes Blancas (1939), Valdecardeña (1941), Villayerno (1945), Quintanilla Vivar (1947), Cigüenza (1949), Villacienzo (1949) o Villatoro (1952).

Siendo ante todo pintor, Marceliano fue un artista polifacético, diseñador de vidrieras y tapices[10], excelente acuarelista y hasta escultor –véase el notable relieve dedicado a su mujer, Carmen Orán–, aunque estas facetas suyas apenas sean conocidas. De hecho, impulsó la creación de un museo dedicado a la imaginería española[11], poniendo la primera piedra del que sería el actual Museo Nacional de Escultura en Valladolid.

Recibió “medalla de primera clase” en 1910 por Angélica y Medoro y “medalla de honor” en 1934 por Figuras de romance, siendo el pintor más laureado –en cuanto a número de galardones– en toda la historia de las Nacionales de Bellas Artes[12]. Y en 1913 fue nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando[13]. Pero, sobre todo, fue muy apreciado por sus propios compañeros artistas[14] y por sus numerosos alumnos. Cabe recordar aquí que don Marceliano fue profesor de Dibujo de la Escuela de Artes y Oficios[15] desde el año 1900, y nombrado su director en 1934. Magnífico conferenciante y con fama de hombre justo, fue apreciado por el público, respetado por la crítica y requerido por sus compañeros en infinidad de ocasiones para presidir jurados –tanto de admisión como de calificación– en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Recordemos el elogio recibido de Valle Inclán por su pintura Las hijas del Cid (1908): “En este cuadro de Marceliano Santa María hay un gran fondo de sinceridad y de actualidad artística. […] El Cid es la tradición y la historia, y el poema y el cuento, y la piedra y el polvo y el alma toda en la vieja ciudad de Castilla. Yo saludo al que supo sentirla y expresarla en un lienzo bello, sereno y clásico […]”[16]. Y las palabras de Azorín: “Pocos pintores como éste habrán logrado adscribir un pedazo de tierra española a su persona […] El espíritu de Burgos está en sus cuadros […]”[17].

En Burgos se le guarda memoria en el museo que lleva su nombre, en el antiguo monasterio de San Juan Bautista; en Madrid, una calle entre el Paseo de la Habana y el Santiago Bernabéu le rinde cumplido homenaje, y, en el barrio de Cuatro Caminos, en el número 19 de la calle Abel, esquina con la calle Zamora, aún se conserva la casa levantada por su pupilo, el arquitecto Teodoro Anasagasti, donde el pintor tuvo su vivienda y estudio. Una lápida de piedra en el muro de ladrillo reza: “El Círculo de Bellas Artes a la memoria de su presidente honorario, el pintor don Marceliano Santa María 18/6/1866 – 12/10/1952, que vivió y murió en esta casa. Junio de 1966”.

 

[1] Las piezas de Plácido, famoso por sus damasquinados, siguen siendo cotizadísimas hoy en día.

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[2] Autor de El suicidio de Séneca (1871), expuesto en el Museo del Prado.

[3] Se da la curiosa circunstancia de que Santa María fue el encargado de responder a ambos en sus respectivos actos de recepción para el ingreso en la Academia, en el mismo año 1922.

[4] Crónica de Castilla (1295-1312): “Entonces Don Álvar Núñez de Lara, que tenía la seña del rey, cuando no pudo hallar lugar por do entrasen, volvió las riendas al caballo y diole en las espuelas a deshora y saltó dentro sobre los moros. Y los caballeros, cuando esto vieron, hicieron eso mismo; y de esta guisa fue el corral quebrantado […]”. Patricia Rochwert-Zuili, Crónica de España, VIII, “Alfonso VIII en Castilla, Alfonso IX en León. Batalla de las Navas de Tolosa”, Les livres d’e-Spania, Sorbonne, París, 2010, p. 288. Texto completo en: https://books.openedition.org/esb/187

[5] Por cierto, Santa María y Garnelo colaboraron más adelante en la decoración pictórica del Tribunal Supremo. El primero, con La Ley triunfando sobre el mal (1920) –tema también conocido como El vencimiento de los delitos y los vicios ante la aparición de la Justicia–, en El Salón del Pleno del Tribunal. Y José Garnelo, con La exaltación de la Justicia (1924), en la cúpula semiesférica del antedespacho del presidente. N. del A.

[6] Joaquín de la Puente, Marceliano Santa María, pintor de Castilla, Círculo Católico de Obreros, Burgos, 1976, p. 136.

[7] Ibíd.

[8] Hato: Conjunto de animales. Almiar: Montón de paja, heno o mies alrededor de un poste vertical.

[9] https://jaimeurcelay.me/2020/11/22/el-pintor-marceliano-santa-maria-1866-1952-y-poza-de-la-sal/

[10] Como pintor de vidrieras, Marceliano Santa María ejecutó diseños para la catedral de León y para la Casa Maumejean en Madrid. Además, trabajó para la Fábrica de Tapices de la Cartuja, en Burgos, así como para la Fábrica de Alfombras y Tapices Mariano Balboa & Co. de Madrid.

[11] Diario Informaciones, 17 de diciembre de 1924: “El pintor y académico don Marceliano Santa María hace más de dos años propuso la fundación de un Museo de Escultura policromada […] el pensamiento del señor Santa María quedó poco menos que olvidado, hasta hace pocos días […]”.

[12] Bernardino de Pantorba. Historia y crítica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, Ediciones Alcor, Madrid, 1948.

[13]https://www.realacademiabellasartessanfernando.com/assets/docs/discursos_ingreso/santa_maria_y%20_sedano_marcelino-1913.pdf

[14] Un dato: En el concurso por la “medalla de honor” de 1934, decidido por el voto de los artistas y no por jurado, Santa María obtuvo 156 votos frente a los 26 de su contrincante, José Gutiérrez-Solana.

[15] Fundada en 1871, renombrada Escuela Central de Artes y Oficios en 1886 y ubicada en el paseo de Atocha, sus distintas especialidades se distribuían en once secciones: “La sección 5ª era de Pintura Decorativa sobre Vidrio y Cerámica […] La sección 8ª de talleres de broncistas, plateros y repujado, incrustaciones sobre madera, tallistas de madera y torneros. […] La 10ª de Enseñanza Artística e Industrial de la Mujer. La sección 11ª de maquinistas terrestres […]”. Tras sucesivas reformas, aún queda rastro de aquellas secciones en las actuales Escuelas de Arte de Madrid, como de la calle La Palma, destinada a la formación en técnicas escultóricas; la Escuela Nº 10 –en la Avda. Ciudad de Barcelona– para la enseñanza de diseño gráfico; o la Escuela Nº 3 –en la calle Estudios–, en la que actualmente se imparten las especialidades de Joyería Artística, Orfebrería y Platería Artística.

[16] El Mundo, “Notas de la Exposición”, Madrid, 30 de junio de 1908.

[17] Azorín, La cabeza de Castilla (1950), Editorial Espasa Calpe, colección Austral, tercera edición, 1980. Capítulo V, “Marceliano Santamaría”, p. 56.

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