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Hay una ley de Murphy que es el mejor axioma sociopolítico y que nos la tenemos que grabar a fuego: “ninguna situación es tan mala como parece, puede empeorar”. Ya no se trata de ver el vaso medio lleno o medio vacío, sino de asumir que no hay vaso. Pero lo hubo, por eso sabemos que ya no lo hay. Alguien lo rompió. ¿Quién fue? y, si lo sabemos… ¿quién le pone el cascabel al gato?

El sustantivo “paniaguado” significa:  “persona que servía en una casa y recibía del dueño de ella habitación, alimento y salario”. Antes del congojavirus, nadie en su sano juicio se conformaba con ser un paniaguado. Pero ahora, vista la pandemia de covidiotas que asola el mundo… ¡quién fuera paniaguado! precisamente ahora que nuestro futuro vislumbra que pasemos a vivir a pan y agua; y gracias. ¡Sí bwana! ¡a las órdenes de usía!

Una técnica comercial de primero de marketing rastrero es inflar los precios de algunos productos, provocando las quejas de los compradores. Tras las quejas, el producto baja su abusivo precio, pero se fija por encima del anterior a la abrumadora subida. De esta manera el sátrapa obtiene pingües beneficios y el cliente cree estar pagando un precio justo y haber ganado su particular batalla contra el todopoderoso comerciante. Pobres mentecatos, como entran al trapo y qué faenas tan magnas les hacen los poderosos. 2 orejas y el nabo, porque no hablo de toros, sino de humanos castrados y desorejados; y por la puerta grande, por supuesto a hombros del populacho.

Con el congojavirus, las élites y sus esbirros (que son muchos más de los que pensamos) han logrado que el vulgo anhele su miserable vida de hace, a penas, medio año. Poder vivir tan a (dis)gusto hipotecado hasta la boina y trabajando, precariamente, de sol a sol, por un miserable sueldo y unas misérrimas recompensas. Oropeles por doquier, esa es la vida de la mayoría de la peña. Tristes seres que ni comen trigo en un trigal. Lo pagan a precio de oro y creen ser gourmets. Un tal Ferran Adrià elaboró hace años un delicatessen colosal, que es la antesala de todas las falsas pandemias del mundo, viento en popa y a toda vela con gentuza de este tipo. La receta me la dijo un conocido, entusiasmado, con ella. Consistía en hacer una tortilla de patatas muy rica, fácil y económica (como si fuera cara una tortilla de papas…). El Adrià este remarcó que su excelsa receta era para elaborarla en el descanso de un partido de jurgol. Tal cual.  Lo juro por Arturo. Había que vaciar una bolsa de papas fritas sobre unos huevos batidos. Verter el contenido en una sartén con aceite. Vuelta y vuelta y ya tenemos la tortilla para ver la segunda parte del partidazo de jurgol, y nos sobra tiempo para ir al mingitorio.  Hay que tener los huevos de acero para vender esta receta y llamarse chef y estrellado Michelín (supongo, no he visto en mi vida a este notas, pero intuyo que lo será).

La tortilla de Ferran es a lo que estábamos acostumbrados en Espena. ¡Y toda la tropa tan contenta!.  Y, claro, de aquellos polvos estos lodos. Ahora que nos han quitado todo atisbo, todo espejismo, toda ínfula de libertad… echamos de menos poder salir a la calle sin bozal. Poder ir a nuestro trabajo precario, poder hacinarnos en carreteras o transportes públicos, poder dormirnos delante de la puta tele… y los covidiotas, que son (casi) todos, echan de menos no estar jugándose la vida cada vez que respiran. Con la de veces que respiramos al día, vivir con ese miedo es insoportable. Da igual que sea infundado, que sea de pusilánimes… da igual, pero es imposible vivir así. ¿Por qué no os suicidáis? Yo lo haría si creyera que mi vida corre peligro cada vez que respiro. Si no lo hacen… ¿será porque, realmente, saben que su vida no corre peligro, pero como no saben que hacer con su vida, necesitan el sentimiento de pertenencia a la manada, aunque sea como liberticidas y amargaos covidiotas?

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Patético ver como la gente es feliz si les consienten ir a comprar basura a precio de oro. Si les dejan ir a su trabajo de mierda. Si les permiten pasear por las infectas calles. Si les conceden pagar impuestos por doquier y sin reciprocidad de servicios. Si les consienten vivir muy por encima de sus posibilidades, pese a estar en el umbral de la pobreza.

Es encomiable como el humor negro es ahora aplicable en todo el orbe. ¿Cómo le darías más libertad a un negro? Alargándole la cadena. ¿Cómo le darías más libertad a una mujer? Agrandándole la cocina. Y así un sin fin de chistes que ya no hacen gracia porque los protagonistas somos todos. Y bien contentos de serlo que están la inmensa mayoría. Esa mayoría que ante la receta de Ferran Adrià no se indignó, sino que la hizo y la compartió con sus conocidos.  Pues ¡hala!, ahora ni eso: pan y agua. Y para las víctimas que les sufrimos, ajo (derse) y agua (antarse). Estamos a su merced. ¡A sus pies!

Qué difícil es vivir sin ser gilipollas.