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El 6 de diciembre de 1978 los españoles aprobaron en referéndum el proyecto de la Constitución Española, la ley fundamental de la democracia. Nadie con sentido común pondría en tela de juicio el orden jurídico como uno de los pilares de la libertad ciudadana. Sin embargo, cuando este está en peligro por su falta de garantías e incumplimiento normativo, es lícito pensar en su reforma, modificación e inclusive su derogación y sustitución por otro más efectivo. Una Constitución no deja de ser más que una herramienta y cuando esta, como cualquier otra, no funciona, surge la necesidad remplazarla por una nueva. La Constitución no es un texto sagrado y su cuestionamiento no es una herejía.

Si España es una nación democrática y civilizada donde la libertad debe imperar amparada por igualdad ante la Ley con Justicia y dignidad, deberían compartirse principios y valores comunitarios. La historia de un pueblo, su tradición, su soberanía, su integridad territorial, su lengua y su cultura forman parte de esos principios perdurables que son mucho más importantes que un texto legal. Esos valores comunes podríamos decir que son parte sustancial de lo que consideramos la Patria, y es lo que debe ser defendida sin reparo alguno, no otra cosa.

España precede al Estado moderno y a las constituciones y ella ha sido, hasta el momento, lo que perdura en el tiempo y acoge verdaderamente a sus hijos. Surge así la pregunta que incomoda a algunos ¿Patriotismo o constitucionalismo? No existe un patriotismo fundado sobre el concepto de ciudadanía. El Motín de Aranjuez, el Levantamiento del 2 de Mayo, la Guerra de la Independencia contra las tropas invasoras napoleónicas o la lucha heroica de una mujer como Agustina de Aragón, no tuvieron como motivación la defensa de ninguna Constitución o de una ley civil plasmada en un papel, sino la lucha sin cuartel por la defensa de la Patria. La Historia demuestra que nadie daría su vida por un conjunto de normas y principios jurídicos temporales, pero si por la pervivencia de la sacralidad de la Patria.

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Las leyes y el orden jurídico son necesarios en la construcción de toda civilización, pero una Constitución no deja de ser un instrumento temporal viable mientas asegure el derecho, los deberes y las libertades de los ciudadanos. Cuando ella deja de ser eficaz y eficiente en la custodia de las garantías establecidas, no es pecado ni delito plantear su cambio por otra que sí lo sea, ya que el ordenamiento legal político de un Estado no es un dogma religioso.

En los últimos años se ha instalado una idea en la política española que vincula la cuestión del patriotismo con la Constitución. A su sombra ha nacido Unión 78, la plataforma, creada hace algo más de un año por Rosa Díez, Fernando Savater, y María San Gil. Sus fundadores han convocado una concentración y manifestación para el domingo 13 de junio a las 12.00 en la Plaza de Colón de Madrid para protestar “contra la concesión de indultos a los condenados por sedición en Cataluña y en apoyo al Poder Judicial, atacado por el Gobierno Sánchez”.

Según Unión 78, el objetivo es movilizar en las calles, al margen de los partidos, a los españoles en defensa de la Constitución, frente al intento del Gobierno de aplacar a los nacionalistas con más cesiones como los indultos para los golpistas catalanes. Y todo ello realizado “cuidadosamente y con todas las medidas anticovid, respetando la distancia social y portando mascarilla en todo momento”. No puede negarse la buena intencionalidad, como tampoco que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Cuando una ley civil de estas características es alabada y endiosada, da lugar al llamado patriotismo constitucional que nada tiene que ver con el auténtico patriotismo. De este modo nos encontramos ante una anomalía artificiosa y una falsedad que remplaza la verdadera identidad y soberanía de una nación. La defensa de una constitución no es la defensa de la Patria.

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La Constitución española en vigor en su artículo 2 dice: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Lamentablemente, esa es la única referencia a la patria y en minúsculas (ver artículo publicado en ECDE). La palabra Dios no se menciona ni siquiera una sola vez; familia solo dos veces y en minúsculas como una formalidad, y una sola en mayúsculas para referirse a la Familia Real. Tal vez estas ausencias y su ninguneo lexical a lo largo del conjunto del texto, y el mencionado derecho a las nacionalidades a las que hace referencia, sean el origen de la grave situación actual que se asemeja peligrosamente a la de un Estado fallido. Y el domingo, en Colón volverá a gritarse acríticamente vivas a la Constitución tropezando una vez más con la misma piedra.

A pesar de tanta infamia e hipocresía, la Patria y todo lo que ello encarna a través de los tiempos, se resistirá a morir o a ser remplazada por un sustituto sin espíritu, efímero y temporal usado a discreción por los mercaderes de lo sagrado o los falsos guardianes del patriotismo. La auténtica Patria no está en manos de nadie y se encuentra más allá de los discursos del 13 de junio, dispersa entre sus hijos esperando, silenciosamente aún, su momento.

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José Papparelli