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El pasado 24 de octubre, al cumplirse el primer aniversario de la profanación de la sepultura de Francisco Franco en el Valle de los Caídos, se propuso que a partir de tal fecha el día 24 de octubre pasara a rememorarse como “Día de la Gran Infamia” y como tal fuera recordado por los españoles.

Pues bien, en igual sentido, el día 7 de noviembre debe pasar a formar parte de la verdadera “memoria histórica” como “Día del Holocausto Rojo del Frente Popular”. Efectivamente, porque es preciso recordar que en tal fecha del aciago año 1936 comenzaron los asesinatos masivos en Madrid, en la llamada “zona republicana”, que desde el pucherazo de febrero de 1936 se había convertido en “zona roja”.

Un recordatorio a modo de prolegómeno

Desde el golpe de estado del 14 de abril de 1931, mediante el que se había proclamado la Segunda República, el caos y la anarquía se habían adueñado de las calles y los campos de España, con la comisión de todo tipo de desmanes. Contra la Iglesia, los bienes particulares y el patrimonio artístico de la Nación. Sin que los sucesivos Gobiernos supieran, pudieran o quisieran atajarlos. No olvidemos la famosa frase de Azaña en fecha tan temprana como el 11 de mayo, sin haber transcurrido ni un mes desde la proclamación de la República: «Todas las iglesias y conventos de España, no valen la vida de un republicano».

Como no podía ser de otro modo, esa dejación de autoridad dio lugar a que la anarquía fuera in crescendo. Por tal motivo el pueblo español, hastiado de tal estado de cosas, en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933 (primera vuelta) y 3 de diciembre la segunda, votó mayoritariamente a las candidaturas de las derechas que se presentaron en coalición y cuyo programa básico se resumía en “defensa del orden y la religión” obteniendo las derechas 197 escaños y 100 las izquierdas. Este resultado supuso la democrática victoria electoral de los españoles que preconizaban el respeto al orden y a las leyes de la propia República. Pero el PSOE no admitió la victoria democrática de esa “república burguesa” organizando y preparando, desde ese momento, una insurrección armada contra el Gobierno republicano.

Insurrección armada del PSOE, que tuvo lugar entre los días 5 y 19 del mes de octubre de 1934 y a la que quisieron sumarse –a río revuelto, ganancia de pescadores– las otras fuerzas disolventes de la Nación. Los separatistas. Con la Esquerra Catalana a la cabeza.

Dominada la insurrección por la República, a un elevado precio de destrucción y sangre –especialmente en Asturias feudo del PSOE– las fuerzas revolucionarias continuaron su imparable ascenso, y dejando a un lado las diferencias entre ellos, –porque los anarquistas se resistían a la hegemonía del PSOE– cristalizaron finalmente en febrero de 1936 en el llamado “Frente Popular” al que con propiedad llamaron sus oponentes Conjunción Rojo-Separatista. Donde bajo la batuta del PSOE formaron orquesta anarquistas, comunistas y separatistas, haciéndose con el poder mediante un “pucherazo” hoy suficientemente documentado en el reciente libro  «1936 FRAUDE Y VIOLENCIA delFrente Popular» (2017) de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García. Frente Popular, preciso es decirlo, actualmente reeditado en el Gobierno de España.

Este pequeño recordatorio es necesario para entender el cómo y el por qué esas bases del frente popular se desbordaron como un alud de fango sobre la sociedad española, en el momento en que la “presión popular” derribó los últimos diques de contención que suponían las propias leyes de la República. Y de los agentes de la autoridad encargados de hacerlas cumplir. Ante este proceso revolucionario imparable, cuyas consecuencias se habían hecho visibles tanto en la revolución de octubre de 1934, como en los desmanes y anarquía que asolaron toda España desde que los resortes del Poder quedaron en manos del Frente Popular (tras las elecciones fraudulentas de febrero del treinta y seis) darían lugar a que la media España que no se resignaba a morir se sumara a un Alzamiento Nacional iniciado por la parte sana del Ejército. Aquella parte en el que el patriotismo y la disciplina no estaba minada por las organizaciones marxistas y las logias masónicas que preparaban la revolución. Y como para muestra vale un botón, baste decir que a todos los Parques de Artillería de Madrid habían sido destinados coroneles afiliados a las diferentes logias masónicas. Para el previsto “reparto de armas al pueblo” en el momento que se iniciara la revolución. Y que esta “política de destinos” no se había sustanciado de un día para otro, sino que había formado parte de los que ahora llamaríamos “política de defensa” mediante la cual Azaña había ocupado los puestos claves del Ejército con cuadros de mando afines a sus designios. Alejando por el contrario a aquellos de los que sospechaba que, llegado el caso, se opondrían a su proyecto de “triturar el Ejército”

Comienza el terror rojo en Madrid

Frentepopulistas

Nada pues tiene de extraño que estas fuerzas revolucionarias, al producirse el Alzamiento Nacional –que “madrugó” a la revolución por semanas o meses– sembraran el caos y la anarquía. Y como las actuales generaciones, adoctrinadas por la parcial “memoria histórica” de la infame ley 52/2007 no pueden hacerse idea de aquellos acontecimientos, se les propone un ejemplo para que puedan entenderlo. Sólo tienen que imaginar lo que supondría hoy el que se vaciaran las cárceles, y a todos los presos se les proveyera de un mono, un fusil, un gorrillo… y un carnet de sindicatos y organizaciones políticas, que los convirtiese de facto en agentes de la autoridad. Siendo ellos, por delegación o inhibición de las autoridades, quienes impusieran la “ley y el orden” en las calles.

Desde el primer momento comenzaron las matanzas y los latrocinios, y lo que había sido frecuente desde el triunfo del Frente Popular en febrero de ese año, se convirtió en cotidiano. La primera gran matanza tiene lugar en el Cuartel de la Montaña, donde las fotos de los cadáveres hacinados en el patio, ponen en evidencia que los muertos no lo fueron en la lucha, sino que quienes habían pretendido sumarse al Alzamiento Nacional fueron asesinados tras rendirse.

Patio del Cuartel de la Montaña tras la rendición de los sublevados. La disposición de los cadáveres y la sangre manando de sus cabezas no deja lugar a dudas. Menos aún el testimonio del autor de tal masacre, Enrique Castro Delgado, que lo confiesa en la primera parte de su autobiografía «Hombres made in Moscú»

Puede decirse que a partir del 18 de julio, tras rendirse el Cuartel de la Montaña y ser reducidos los acuartelamientos que habían querido sumarse al Alzamiento, comienza el Terror Rojo en Madrid. La “Autoridad” pasa a partidos y sindicatos marxistas y anarquistas. Donde sus afiliados, que habían sido armados con fusiles e incluso ametralladoras detraídos de los parque de artillería de la capital, imponen su ley. Ya se ha dicho que tales parques estaban al mando de coroneles de artillería, oportunamente destinados a estos puestos en previsión del momento en que se fuera a armar al pueblo. Y así vemos que en uno de ellos, un comandante de infantería enseña a los milicianos a montar las ametralladoras, almacenadas todavía en los embalajes originales de las fábricas de armamento. No hace falta mucha imaginación para comprender lo que supuso esta chusma de milicianos socialistas, anarquistas y comunistas, unidos a simples delincuentes comunes, todos armados y bajo el mando de los más sanguinarios.

Automáticamente se vaciaron las cárceles, cuyos presos pasaron a engrosar las fuerzas de la revolución mientras las celdas se llenaron de “gente de orden” –muchos de ellos republicanos– pero que pertenecían a esa “república burguesa” a la que el dirigente del PSOE Largo Caballero, había prometido erradicar hasta que en los edificios oficiales ondeara, no la bandera tricolor de la República, sino la roja de la revolución

Terminaron en las cárceles, sacerdotes, militares, intelectuales, periodistas, miembros de profesiones liberales y pequeños propietarios de comercios. En general todo aquel del que se sospechara que no era afín, no ya a la República, sino al nuevo orden impuesto por la revolución desatada. La selección de quienes debían ser internados en las prisiones para ocupar las celdas de los delincuentes comunes excarcelados, fue relativamente sencilla. Pues las autoridades del Frente Popular se habían hecho con el censo electoral donde figuraban nombres y domicilios. Otra prueba más, junto a las prevenciones para el  “reparto de armas al pueblo” de que la revolución marxista estaba concienzudamente preparada. Y que si no triunfó, fue gracias a que se le adelantó el Alzamiento Nacional y se alzó con la victoria. Victoria que no obstante costó ingente cantidad de sangre y destrucción.

Curiosamente, y hasta las matanzas organizadas que comenzaron el 7 de noviembre de ese año 1936, donde estuvieron más seguros los presos fue en las cárceles –hecha excepción de algunos asaltos por parte de los milicianos para darles muerte– como  la sufrida por la Cárcel Modelo el día 23 de agosto. Ya se ha dicho que con el “orden público” en manos de los facinerosos, se desató el terror rojo en toda la población. Cada sindicato, cada partido político, cada “organización política” afín al Frente Popular constituyó su propia milicias, y sus cárceles particulares –las temibles chekas– donde torturaban y posteriormente ejecutaban a quienes consideraban “desafectos” tras detenciones arbitrarias en los domicilios, precedidas generalmente del robo de cuanto encontraran de valor en los registros de las viviendas de los “fascistas”

Recientemente Carlos Fernández Barallobre, en una serie de artículos publicados en El Correo de España, ha realizado un admirable trabajo de investigación, donde en sucesivos capítulos da cuenta de los asesinatos, torturas y latrocinios cometidos en las principales chekas de Madrid, con expresión de donde estaban ubicadas, a que partido político o central sindical pertenecían, quien o quienes eran sus responsables y la relación de muchas de sus víctimas. Meritoria labor, muy bien documentada y oportuna, ahora que el nuevo Frente Popular aprovechando que okupa el Gobierno de España pretende mediante la infame ley 52/2007 “de la memoria histórica” y su prevista ampliación que quiere titular “ley de memoria democrática”, tras haber falseado la historia haciendo pasar por víctimas a quienes fueron los verdugos, evitar que se pueda mediante investigación rigurosa en fuentes primarias –apartándose de las fuentes contaminadas con la que hace tiempo se está tergiversando la historia– ocultar la verdad: Que el Alzamiento Nacional fue, además de inevitable, providencial.

Celda de una cheka

De todas formas es preciso decir que el meritorio trabajo de Carlos Fernández Barallobre debe ser continuado. Pues las cerca de diez Chekas que documenta, son la punta del iceberg del terror rojo en Madrid. Ya que al finalizar la guerra en “La Causa General” se contabilizan 225 de estos “establecimientos” de detención y tortura. Pero el profesor Alfonso Bullón de Mendoza ha documentado  la existencia de 345. Lo que supone casi una por kilómetro cuadrado en Madrid. Pero que no fue privativo de la capital de España, pues las hubo en todas las ciudades. Y funcionaron a pleno rendimiento hasta que eran liberadas por las tropas nacionales. Así por ejemplo en Barcelona hubo más de 40, y 55 en la región de Valencia, con 35 en la capital, 12 en Alicante y 8 en Castellón. De todas formas debe tenerse en cuenta que dado su carácter de “cárcel secreta” no es posible determinar con exactitud cuántas hubo.

El terror rojo se había desatado en Madrid desde el mismo día 19 de julio, y continuó hasta que el 7 de diciembre, en que se transforma en un genocidio perfectamente organizado y ejecutado. Pero antes de centrarnos en el auténtico Holocausto Rojo del Frente Popular veamos como se vivieron aquellos meses previos al inicio de las matanzas programadas.

Un testimonio directo

Mis abuelos paternos pasaron la guerra en el Madrid Rojo. Yo le he oído contar a mi abuela, el terror que día tras día, a cualquier hora, pero especialmente a la caída de la tarde y al amanecer, sentían cuando se escuchaba el frenazo de los vehículos en la calle. El sonido de las portezuelas al cerrarse, y luego el ruido de las botas subiendo por las escaleras. Con el corazón encogido, y aguantando la respiración para mejor oír, escuchaban en que piso se habían parado. Luego golpes en la puerta, gritos, blasfemias, y las súplicas de alguna mujer pidiendo que no se llevaran al hijo o al marido. Los sollozos, o llantos y gritos desgarradores en el descansillo de las escaleras, cuando se los llevaban a los detenidos. Y de nuevo las pisadas y el sonido de los vehículos en la calle con el cerrar de las puertas y el arranque de los motores. Luego un silencio sepulcral. Y una sensación de alivio al saber que esta vez no les había tocado a ellos. Y entonces, muchas veces, continuaban el rezo del Santo Rosario interrumpido con la llegada de los milicianos.

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Leandro de Borbón

Otras veces el registro no era en la vivienda, pero sí el consabido ruido de los vehículos que ponía el corazón en un puño pensando si la visita sería en ese portal. Y mi abuela añadía: luego muchas veces oíamos las descargas con las que mataban a los pobres infelices en alguno de los solares próximos. Mis abuelos vivían entonces en la calle Reina Victoria, situada en aquellas fechas un poco en el extrarradio. Algo similar cuenta Leandro de Borbón en su libro “De Bastardo Real a Infante de España” (escrito cuando legalmente le fue reconocida la regia paternidad) pues era hijo bastardo de Alfonso XIII y la actriz Carmen Ruiz Moragas y por ello hasta su reconocimiento su nombre fue Leandro Ruiz Moragas. Cuenta en tal libro que vivía junto a su hermana, ya huérfanos, en un chalet en la calle Reina Victoria cuidados por unas criadas, pues la madre había hecho dinero con su profesión. Por las mañanas las “sirvientas” iban con él a los solares próximos para ver los cadáveres de los fusilados esa noche. Y no deja de sorprender lo referido, pues tenía tan solo siete años, ya que había nacido en 1929. Lo que no cabe duda es que esas visiones infantiles le habían quedado bien gravadas en el recuerdo.

También refería mi abuela que cuando estaba en la cola para conseguir los alimentos racionados, y pasaba la camioneta municipal que iba diariamente por los “fusiladeros” recogiendo los cadáveres de los asesinados esa noche, las milicianas comentaban jocosas ¡ahí va el carro de la carne! Esto pone en evidencia que las “autoridades” se preocupaban de recoger los cadáveres, pero no de evitar los asesinatos. Pues hubiera bastado con haber puesto vigilancia en los lugares donde todas las mañanas aparecían los cuerpos de los “paseados”.

Cuando los Nacionales consolidaron el frente en la Ciudad Universitaria, Franco comunicó a las autoridades del Frente Popular o Mando Rojo que aquel sector, próximo a la Ciudad Universitaria –como era el caso de la calle Reina Victoria– quedaba dentro de zona de guerra y que por ello debían evacuar a la población civil. Mis abuelos entonces se trasladaron a la otra punta de Madrid, al número 88 de la calle Jorge Juan. El traslado entrañó grave peligro, y no por la acción bélica de los Nacionales, sino porque escondían en su casa a un sacerdote, y aunque obviamente el cambio de vivienda lo hizo vestido de paisano, es fácil imaginar la zozobra de toda la familia. Es más, cuando mi abuela que en otro viaje le llevaba la sotana, fue detenida en un control por un miliciano y este comenzó a registrarle la bolsa donde llevaba las ropas del sacerdote, con energía y decisión le espetó ¡bruto! ¡que me vas a estropear las ropas de mi madre! Y el miliciano, viendo que la bolsa sólo contenía ropa, le dejó pasar sin sacar todo el contenido.

Cuando yo sorprendido le pregunté por qué había corrido ese riesgo, y no había quemado la sotana antes del traslado, ante mi sorpresa me dijo: D. Antonio lo hubiera considerado una apostasía.

Frentepopulistas «paseando» en la Casa de Campo madrileña a «derechista» (Octubre de 1936)

Y volviendo a los “paseos” y asesinatos del terror rojo en Madrid, decir que no sólo fueron cometidos en Paracuellos del Jarama. Aunque por su número, entre dos y cuatro mil, y el hecho de que las víctimas fueran desde ancianos a menores de edad, –muchas veces asesinados padres junto a sus hijos o varios miembros de una misma familia– tal masacre, de la que a continuación nos ocuparemos, ha pasado a ser el símbolo del terror del Frente Popular en el Madrid Rojo.

Porque además de en Paracuellos se asesinó en otros muchos lugares, como Torrejón de Ardoz, el cementerio de Aravaca, las tapias de las Casa de Campo, las riberas del Manzanares o las decenas –tal vez centenas– de “fusiladeros” repartidos por toda la ciudad. Como es el caso de las revueltas que descienden desde la Calle Mayor y la catedral de la Almudena a la ribera del Manzanares por la llamada “Cuesta de la Vega” donde hubo otro fusiladero o paredón, donde podía apreciarse el estigma –en su doble acepción– de grandes oquedades en las paredes de mampostería, donde yo de chaval, con la punta de una navaja, he sacado de entre la argamasa que unía los ladrillos, proyectiles de 7mm Máuser que se habían incrustado tras haber atravesado y dado muerte a los desdichados que habían sido asesinados contra tales paredones improvisados.

Sabiendo el efecto que hace un proyectil de fusil, en paredes de ladrillo macizo como aquellas, resulta abrumador pensar en cuanto cientos de asesinatos pudo haber en tal lugar, para que hubiera unas erosiones en los muros de tal extensión y profundidad.

Resulta bochornoso que al hacer ese adefesio de edificio construido para albergar las “colecciones reales” y arreglar esas paredes de contención que flanquean la Cuesta de la Vega, no solo se hayan hecho desaparecer estos vestigios de la verdadera memoria histórica, sino que ni tan siquiera se haya puesto una lápida conmemorativa con una cruz y una explicación de que en tal lugar cayeron asesinados cientos de españoles.

Lo que debería ser un obligado homenaje a las víctimas, teniendo en cuenta que bastantes de ellas fueron asesinadas por sus ideas monárquicas. Y que este “fusiladero” estaba situado precisamente en el costado del Campo del Moro. Los jardines del Palacio Real.

Sin duda la Casa de S.M. el Rey hubiera tenido algo que decir.

Del asesinato continuo al asesinato masivo

Miembros de una cheka

Ya hemos visto que desde el 19 de julio de 1936 hasta el 6 de noviembre de ese año, la represión, terror y muerte en el Madrid rojo, republicano, o con más propiedad del Frente Popular, fue una constante. Donde mes tras mes fueron asesinados centenares o miles de personas. Sin más razón que considerarlas “desafectas” o simplemente para robarles, saldar viejas rencillas, por ser “personas de orden”  o de convicciones religiosas. Una simple denuncia de que eran o habían sido lectores de ABC o practicantes de la religión católica, podía dar lugar a un registro domiciliario y una detención seguida de un interrogatorio en una cheka para terminar con un “paseo” a cualquier fusiladero. Por supuesto que el ser sacerdote, monja o fraile era motivo suficiente para ser ejecutado. Pero también podía serlo el llevar corbata, sombrero o ir arreglado “como un señorito”. Decía mi abuela que había que salir a la calle desgreñado, pues el ir aseado y arreglado era peligroso.

Decir finalmente que el término “dar un paseo” tenía su origen en que con la chulería propia de la chusma miliciana, al llevarse al detenido para matarlo, le decían en tono jocoso: venga que vamos a dar un paseo. De esta falta de respeto a unos hombres a los que iban a matar, hay testimonios por haberse jactado de ello los propios asesinos. Como es el caso de una víctima, que cuando por el propio miedo, o la necesidad de hablar en sus últimos momentos, dijo a quienes se disponían a matarlo; ¡que frío hace! tuvo por respuesta: ¡quéjate tu cabrón! pues mira nosotros que tenemos que volver.

Esto había sido lo cotidiano en el Madrid rojo desde que se produjo el Alzamiento Nacional, pero cuando las autoridades republicanas que habían sido incapaces de mantener el orden y evitar los asesinatos, huyen de Madrid el día 6 de noviembre ante la proximidad de las tropas Nacionales, tiene lugar el colapso definitivo. Ya han llegado a Madrid los “asesores soviéticos” y se crea una “Junta de Defensa” dentro de la cual se constituye una “Consejería de Orden Público” cuya misión es mantenerlo. Y como primera medida para evitar que los miles de presos recluidos en las cárceles, muchos de ellos desde antes de iniciarse el Alzamiento y otros desde los primeros días –y por lo tanto sin ninguna responsabilidad en la sublevación– puedan ser liberados por las tropas de Franco, se decide su exterminio. So pretexto de ser trasladados a otras prisiones fuera de Madrid, se organiza, perfectamente planificado y eficazmente ejecutado, el asesinato de esos miles de presos. Comenzaba un genocidio cuya máxima responsabilidad recae en un joven marxista. Santiago Carrillo Solares. Socialista en sus orígenes, pero travestido en comunista por ambición. Pues son ahora los comunistas, gracias a la ayuda que presta la Rusia Soviética de Stalin y a los múltiples “asesores” soviéticos que han llegado a Madrid controlando los resortes del poder, quienes “cortan el bacalao”

Félix Schlayer

También han llegado a Madrid las dos primeras Brigadas Internacionales, la XI y la XII reclutadas y pagadas por la Rusia Soviética. Que ya el mismo día seis, tras haber desfilado por Madrid,  rodean y “protegen” la Cárcel Modelo. Como así lo atestigua el cónsul de Noruega Félix Schlayer en su libro Diplomat im roten Madrid. Algunos de esos “internacionales” reclutados la mayor parte de ellos entre la hez comunista de Europa (con la excepción de los integrantes del batallón Abraham Lincoln de EE.UU) se ofrecieron voluntarios para tomar parte en las matanzas que comenzaron el día siete y se prolongaron hasta el tres de diciembre “evacuando”  los presos recluidos en la Cárcel Modelo y las de San Antón, Porlier y Ventas.

Día 7 de diciembre. Comienza el genocidio; Carrillo es culpable    

Santiago Carrillo en la época

Santiago Carrillo Solares (Gijón 18 de enero de 1915 – Madrid 18 de septiembre de 2012)  siempre ha negado su responsabilidad en el genocidio de Paracuellos del Jarama. Y lo ha hecho con la contumacia que caracteriza a los más avezados delincuentes. Porque su trayectoria vital siempre fue el tirar la piedra y esconder la mano. Haciendo aparecer a otros como responsables de sus crímenes. De nada sirvió que un historiador como Ricardo de la Cierva estableciera su culpabilidad en el libro Carrillo Miente, 156 documentos contra 103 falsedades (Editorial Fénix, Serie Máxima con primera edición en 1994) con el que pretendía –y consigue holgadamente– desmontar una por una las mentiras que, para justificarse, excreta Santiago Carrillo en sus memorias. Y Ricardo de la Cierva lo hace tanto en defensa de la verdad histórica, como para honrar la memoria de su padre, Ricardo de la Cierva Codorniú, asesinado el 7 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama.

Lo cuenta así para justificar el libro en la página 23:

Esta responsabilidad de Carrillo –y autoría personal en algunos crímenes como lo atestigua un testigo presencial del asesinato del Duque de Veragua– ha sido reconocida por sus propios correligionarios como es el caso de Carlos Semprún Maura, que en un artículo publicado en ABC el 19 de abril de 1994, como protesta por las memorias de Carrillo dice:

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Siendo consejero de Orden Público en la Junta de Defensa de Madrid, fue él quien ordenó la matanza de Paracuellos, cosa que ha reconocido off de record y no como escribe incontrolados probablemente de la FAI [1] 

Pero no solamente Ricardo de la Cierva desmonta, una a una, las falacias de Carrillo en sus memorias, donde trata de exculparse. Un testigo esencial de los hechos, al que su condición de inmunidad diplomática como cónsul de Noruega, le permitió moverse libremente por el Madrid rojo durante aquellos terribles sucesos, Félix Schlayer Gratwohl narra en su libro Diplomat im roten Madrid como visita personalmente al consejero de Orden Público en su despacho,  informándole de que tiene noticias de que los presos extraídos de la Cárcel Modelo en la mañana del día siete en número de 970, con el pretexto de trasladarlos a otras prisiones como el penal de Chinchilla o la prisión de San Miguel de los Reyes en Valencia, no han llegado a ellas. Según ha podido saber tras comunicación telefónica con sus directores. También le informa de que según parece han sido fusilados en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz  lugares que él ha visitado personalmente pudiendo encontrar grandes fosas donde en zanjas mal cubiertas sobresalen algunos cuerpos. Carrillo con cinismo inaudito se sorprende de la noticia y le promete que lo investigará… pero el hecho real es que las matanzas prosiguen en días siguientes y sucesivos, durante lo que resta de mes. Sin que el consejero de Orden Público de quien dependen las fuerzas que deben garantizarlo, corte estos asesinatos programados. Porque es preciso poner de manifiesto que el asesinato de tan elevado número de personas precisa de una compleja “infraestructura logística”. La movilización y requisa de los autobuses urbanos y camiones para el transporte de las víctimas. El cavar previamente las grandes fosas para enterrar a las víctimas y el reclutar a quienes debían ejecutarlas que dado el elevado número de los presos a ejecutar “no daban abasto” teniendo que organizar turnos y relevos.

De hecho el transporte de los presos sacados de las cárceles, se efectúa en veinte autobuses de dos pisos del servicio público urbano. Suben a cada vehículo sobre sesenta personas, mientras que en la plataforma trasera que da acceso al piso bajo y las escaleras que suben al superior se sitúan entre diez y doce milicianos armados en cada uno. Según el médico de la Cárcel Modelo el día siete por la mañana son “extraídos” 1.035 presos que no regresan. Los días 8 y 9 continúan las “sacas” y los asesinatos que con algunas fluctuaciones se prolongan hasta el 3 de diciembre.

Madrid prácticamente cercado: controles en todos sus accesos

LA MARCHA SOBRE MADRID (Servicio Histórico Militar. Monografías de la Guerra de España. Nº 1)

A primeros de noviembre, Madrid se encontraba parcialmente cercado por las Columnas Nacionales. Aunque ni el cerco ni las defensas eran continuas. Por el norte la línea de contacto eran las alturas de Guadarrama y Somosierra. Mientras que las columnas procedentes del sur ya se encontraban en la Casa de Campo. Por su parte las columnas procedentes de Zaragoza, muy débiles al haber tenido que hacer frente a las fuerzas enemigas procedentes de Cataluña, habían quedado detenidas en la línea Almadrones-San Andrés en la provincia de Guadalajara, cortando la carretera y el ferrocarril de Madrid a Zaragoza a unos cien kilómetros de la capital de España.

Desinformación histórica: Google Earth, sobre la fotografía del cementerio de Paracuellos dice lo que sigue: “Gran cruz que puede verse al llegar al aeropuerto de Barajas. Aquí se encuentran enterrados los cadáveres de víctimas del régimen de Franco, en cuyo honor, una vez descubiertos, se alzó dicha cruz”. Huelga cualquier comentario.

Así pues, a menos de cien kilómetros de Paracuellos del Jarama, cortando la carretera que procedente de Zaragoza entraba en Madrid, se encontraban los Nacionales. En tales condiciones todas las salidas de Madrid estaban controladas por destacamentos de milicianos, para evitar tanto posibles incursiones de los Nacionales, como impedir la salida de personas desafectas al Frente Popular con ánimo de “pasarse” a los Nacionales. Estos puestos de control (hoy llamados en terminología OTAN chek point) estaban custodiados por milicianos pertenecientes a la Consejería de Orden Público. Para poder cruzarlos, los autobuses que llevaban a los presos a Paracuellos debían mostrar los pertinentes “salvoconductos” firmados por las autoridades del Frente Popular, concretamente por la Consejería de Orden Público. Los milicianos encargados de estos puestos de control  subían a los vehículos para cerciorarse de que entre el “pasaje” no fueran personas sin autorización para salir de Madrid. O que pretendieran “pasarse” a los Nacionales. Podían comprobar entonces que los “pasajeros” iban atados y que a muchos se les había despojado de calzado y prendas de abrigo. Unas horas después, cuando cruzaban de regreso al puesto de control, los autobuses venían vacíos. Como esto se repitió en decenas de viajes el día 7 de noviembre y días sucesivos, no era extraño que algunos de esos milicianos de la Consejería de Orden Público, de paso que controlaban al pasaje, tomaran parte en el desvalijamiento de objetos que ya no iban a ser de utilidad a los presos. Pero Santiago Carrillo, el Consejero de Orden Público de quien dependían estos milicianos de los chek point, no sabía nada.

Sólo un sujeto despreciable como Santiago Carrillo, es capaz de negar las evidencias. E incluso escribir unas memorias intentando echar las culpas a otros, concretamente a los anarquistas, cuando las primeras matanzas se producen los días 7, 8 y 9 siendo él Consejero de Orden Público. Y cesan precisamente, o dicho con más propiedad se detienen, cuando el anarquista Melchor Rodríguez asume la responsabilidad de las prisiones. Pero al ser cesado en el cargo por la Junta de Defensa, se reanudan. Finalmente Melchor Rodríguez se va a Valencia, donde se encontraba el Gobierno y se entrevista con el ministro García Oliver. Cuando regresa a Madrid, investido nuevamente como “Responsable de Prisiones” el cuatro de diciembre emite una orden: A partir del día de la fecha, ningún preso saldrá de las cárceles sin mi autorización expresa”. Y así se acaban las “sacas” o asesinatos en masa. Aunque hasta la liberación de Madrid por las fuerzas de Franco prosiguieran los “paseos” seguidos del asesinato de los detenidos. Detenciones y asesinatos que las autoridades republicanas no quisieron o pudieron evitar.

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Y para finalizar esta referencia al heroico Santiago Carrillo –nunca pisó un frente de combate, siempre “manteniendo el orden público” en retaguardia– decir que el 16 de marzo del 2005 tuvo lugar una fiesta-homenaje en Madrid por su noventa cumpleaños que había sido el reciente 18 de enero. A tal fiesta asistieron políticos, periodistas, cantantes, amigos y correligionarios. Entre los asistentes estaba Sabino Fernández Campo, que no pudiendo ser considerado ni amigo ni correligionario, parecía evidente que ostentaba una alta representación. Como lo acreditaba una carta de S.M. el Rey que entregó al homenajeado en la que este le manifestaba su respeto y amistad fraguada durante muchos años. Respeto que sin duda era verdad, pues era el único español al que el Rey trataba de usted y de D. Santiago.

A los postres, otro preclaro invitado, Rodríguez Zapatero, ofreció a Carrillo su particular regalo. En ese preciso instante se estaba retirando, con alevosía y nocturnidad, la estatua de Franco que había en Los Nuevos Ministerios, próxima a las de Indalecio Prieto y Largo Caballero. Que obviamente permanecen en el lugar. No sabemos si los invitados, al tener conocimiento de tan emotivo regalo, prorrumpieron en un “aplauso en salva”… y si a tal aplauso se sumó Sabino Fernández Campo en virtud de su alta representación.

Respeto y amistad fraguada durante muchos años

Epílogo

El 7 de noviembre del 2020 se cumplen 84 años del inicio de las matanzas de presos en el Madrid rojo, que como ya se ha dicho, se prolongaron hasta el tres de diciembre con unos días de paréntesis, cuando el anarquista Melchor Rodríguez ejerció la función de responsable de prisiones. ¿Por qué fue cesado Melchor Rodríguez? ¿Por qué razón volvieron las sacas y asesinatos hasta que regresó de Valencia y se hizo nuevamente cargo del control de las prisiones? Resulta un sarcasmo que Santiago Carrillo en sus memorias quiera echar la culpa del genocidio a los anarquistas. Bien es verdad que muy astuto, nunca firmó las relaciones de presos que los jefes de las prisiones debían entregar a los encargados de asesinarlos. Consignaba que las órdenes debían darse “cubriendo responsabilidades” por lo que las relaciones las firmaban sus subalternos Cazorla y Serrano Poncela. En varios casos además las órdenes de entrega de presos no fueron nominales. Simplemente se especificaba el número de  presos que debía entregar el jefe de la prisión.

Pues bien, cuando se cumplen 84 años de la atrocidad, cuando la infame ley 52/ 2007 de de “La Memoria Histórica” quiere blanquear los hechos, derivando la responsabilidad de los asesinos en las víctimas. Cuando mediante una nueva ley de “Memoria Democrática” se pretende perseguir a quienes se atrevan a publicar la verdad de lo sucedido, parece conveniente establecer el día 7 de noviembre como Día del Holocausto Rojo del Frente Popular

Y mediante una Ley de Verdad Histórica, establecer una serie de medidas, como realizar un inventario exhaustivo de todos los lugares relacionados con el Terror Rojo, poniendo placas conmemorativas en los edificios donde hubo chekas y en los fusiladeros como por ejemplo el que existió en la Cuesta de la Vega, del que se han hecho desaparecer los vestigios. Debe exigirse también mediante ley, que la efeméride sea recordada obligatoriamente en todos los centros escolares, programando además recorridos en autobús para que los alumnos realicen un recorrido de verdad histórica de todos estos lugares. Recorrido histórico-cultural que deberá finalizar con un acto institucional en Paracuellos del Jarama.

Mons. Reig Plá, único obispo en toda la historia que ha visitado Paracuellos, celebrado Misa en su capilla y bendecido todas y cada una de las fosas… lo que además repite cada año desde hace casi una década

Alguien podrá decir que esto es una locura, que es volver a abrir heridas y desenterrar el hacha de guerra de las dos Españas…. Por supuesto, ¿pero no es eso precisamente lo que ha hecho la infame ley 52/2007 y lo que pretende ampliar el Proyecto de Ley de la Memoria Democrática?

La iniciativa de esta nueva Ley de la Verdad Histórica –que deberán apoyar en el Parlamento VOX y Ciudadanos– tiene que ser presentada precisamente por el Partido Popular. Para  mostrar a sus votantes que no es un partido feudatario de la izquierda. Y que definitivamente ha superado sus complejos históricos.

Pero mientras se consigue que el Parlamento apruebe esta ley, deben ser las familias las que expliquen a sus hijos y nietos estos hechos. Para que comprendan que el Alzamiento Nacional y la Guerra de Liberación, o Cruzada, fue inevitable. Y que la victoria de los Nacionales resultó providencial.

Alguien dirá que las líneas que anteceden son guerracivilistas… y tienen razón.

Pero han empezado ellos.

Y cuando el enemigo se ha propuesto aniquilarte, como es el caso en el que nos hallamos, todo debe aventurarse a un enérgico contraataque.

De eso se trata.

[1] Pag. 171 Carrillo miente de Ricardo de la Cierva

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REDACCIÓN