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La actual Secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género –nada menos–, conocida entre correligionarios y periodistas como “Pam”, es licenciada en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela. La chica no razona mucho y se expresa con dificultad, pero no por eso vamos a criticar el nivel de exigencia requerido en la mencionada Facultad para otorgar sus titulaciones, ni vamos a hablar mal de la Universidad. Ya lo hace ella misma a través de los productos que alumbra; esas hornadas de analfabetos con título.
Además, Pam hizo un “máster en Malos Tratos y Violencia de Género” en la UNED y otro “máster de Creación e Investigación en Arte Contemporáneo” en la Universidad de Vigo. Máster aún vigente cuyo temario ofrece un amplio repertorio de sandeces, trufado de palabros como “recursos cognitivos”, “narratividad”, “procesualidad” o “unicidad” para revestir su “vacuidad” bajo una falsa apariencia de “complejidad”. Un clásico.
Pero tampoco vamos a criticar aquí que las universidades oferten títulos de cualquier cosa. Es la pura verdad, pero, al fin y al cabo, es la oferta y la demanda… ¿Por qué vamos a molestarnos si en nuestras instituciones académicas prima el criterio económico sobre el estrictamente académico? Ya conocemos la cantinela excusativa: “No hay que ponerse puritanos”, “de algo tienen que vivir”, etc.
Dice ahora Pam que los miembros de la Real Academia son “dinosaurios” por no incluir “todes” en el Diccionario. Y es normal, lo dicta el Partido ¿Y acaso el Partido no representa a millones de ciudadanos “inclusivos” y “correctamente concienciados” que piensan igual? ¡Pues claro! El Partido marca las consignas y sus súbditos las siguen. Porque el Partido nunca se equivoca. Aunque la demagógica premisa para atacar a los académicos en virtud de un presunto inmovilismo no se sostenga. ¡Qué forma de ignorar los servicios prestados! Como si la larga y demostrada sumisión de la antaño respetable institución a los dictados de la corrección política no contase para nada. ¿O existe otro término distinto al de “sumisión” para consignar la postración de la Academia ante las directrices políticas? Sin ir más lejos, ahí está la montaña de despropósitos incorporada al DRAE en los últimos años; véase: “papichulo”, “asín”, “coach”, “papahuevos”, “meme”, “selfi”, “homoparental”, “escrache”, “coronaplauso”, “sororidad”, “brunch”, “container”, “feminicidio”, “amigovio”, “halal”, “chusmear” y un largo etcétera de términos tan aberrantes como disolventes, que traicionan y pisotean sin vergüenza y sin descanso el lema original de la Academia; recuérdese: ¡“Limpia, fija y da esplendor”!
Nada de eso; no se engañen. Las Academias, como las Universidades, son instituciones corrompidas hasta el tuétano por la política, y sometidas específicamente por el activismo agresivo de la izquierda y separatistas, que las consideran estratégicas para alcanzar el poder y perpetuarse en él. Instituciones que por la complicidad de unos, la cobardía y desidia de otros y la falta de conciencia nacional de todos ellos, se han convertido en partícipes de la destrucción del Orden, la Familia, la Cultura y la Nación. En una palabra, de la Civilización. Lo cual es dramática paradoja, pues fue en nombre de la Civilización que se crearon tales instituciones.
Sí, se queja Pam de que la Academia de la Lengua no incluya “todes” en el diccionario. Y, como de costumbre, los periodistas de la derecha liberal, centroderecha, centro centrado, centro liberal o como se quieran llamar, dirán que “más allá de lo exótico de la propuesta, semejante disparate no debe pasar de la categoría de anécdota”.
Por supuesto, habrá millones de perezosos e ingenuos que quieran creerlo por pura comodidad. Pero así hemos llegado a donde estamos. Porque esos liberales y demócrata-cristianos –por cierto, tan intolerantes como cualquiera cuando ven peligrar lo suyo o cuando alguien les retrata como les ve la izquierda, esto es, como sus “tontos útiles”–, jamás han sido capaces de enfrentar las amenazas del socialismo –contra la Libertad, la Constitución y la Nación de la que emana– ni frenar la deriva involucionista por él propiciada. Cuando lo cierto y evidente es que, esclavos de sus modales y ensimismados en sus nobles, relativos y suicidas principios, centristas y liberales nunca han sido rival para la izquierda totalitaria, valga la redundancia.
Lo del “todes” no es una simple anécdota que se deba pasar por alto. Desvela e ilustra un método, una dinámica, una pauta de acción que explica por qué para la izquierda ninguna cesión es suficiente. No lo es ni lo será; no pueden serlo. Para los abanderados del “progreso” nunca es suficiente porque el lenguaje es un arma política y su función, performativa; es decir, modeladora y constructora de realidad, como gusta decir a los pedagogos y sociólogos devotos del fantasmón comunista Enzo Traverso & Co.[1] Nada basta para contentarlos sino la obediencia instantánea. Porque nada les genera más placer que la sensación de poder; es decir, el ejercicio arbitrario, despótico, impune y sin freno de dicho poder. E infundir temor a los herejes, obligándolos a someterse. ¿Y qué mejor ejemplo de poder que ordenar y redefinir la realidad a su antojo y a su servicio? Recordemos la propensión de la izquierda a la adjetivación para la tergiversación perversa de conceptos: “Justicia transicional” para desamparar a las víctimas y premiar a los verdugos; “democracia plena” para cuestionar la democracia o justificar la dictadura; “democracia real” para aludir a la tiranía socialista; “igualdad de derechos” para legitimar la desigualdad; “igualdad de género” para describir y justificar la discriminación; condenar la “judicialización de la política” para actuar con impunidad contra la ley mientras se politiza la Justicia, etc., etc.
Decía la ministra Yoli el 17 de marzo de 2022 aquello de “los mejores y las mejoras”. La misma que perpetró lo de “autoridades y autoridadas” en la sede de CCOO –el 23 de octubre de 2021–, y la que, de nuevo, no hace tanto –el 21 de mayo de 2022– añadió “débiles y débilas” a su inmortal legado de atentados contra la razón y el diccionario.
Pam y Yoli son camaradas y feministas. Y aunque nos tememos que ni su idiotez ni su fealdad congénitas tengan arreglo, tal vez una dieta de buenos libros pueda paliar las taras adquiridas en su larga militancia en las hordas del mal y la ignorancia.
[1] Seguidores a su vez de la tesis defendida por Antonio Gramsci o Anatoly Lunacharsky, según la cual “la cultura es un arma de propaganda política”. Léase “La organización de la cultura” (1924) de Gramsci o “La revolución y el arte” (1920-1922) de Lunacharsky.
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Está muy bien cebada.
Presiento que es una experta en comida y bebida.
Pero ya sabemos que a todo cerdo le llega su San Martín…
(Su gordura nos cuesta unos 120.000 euros al año, directamente, más varias «asesoras», nombradas a dedo, que nos salenm a casi 100.000 euros al año cada una, entre sueldos, pagas extras, seguros sociales, etc. Obviamente, todas defienden el pesebre femihistérico).