Hace unos días fue 1 de abril. Más que nunca, esta fecha se convierte ahora en un símbolo fundamental: el triunfo de España -la verdadera, la que no renuncia, la eterna- contra las fuerzas del mal, contra la felonía y la mentira; contra el progresismo soez, embaucador y destructivo, revestido de razón y de justicia.
Cuando un pueblo pierde el recto camino de la verdad y toma el de la sinrazón, cuando un pueblo degenera y renuncia a su sana tradición, Dios envía profetas, que advierten y señalan. Cuando el pueblo sigue el rumbo del desprecio y el ataque a los que con valiente honestidad se mantienen en la senda de la virtud y la propagan, se abre, espantoso, el camino de la destrucción. La nación, antigua, repleta de sabiduría, de arte, de espíritu, es inoculada con el veneno de la apatía y de la inmoralidad, que destruye su riqueza tantas veces secular; siguiendo la suerte de sus ideas, y en el declive y contaminación de su espíritu, es invadido su territorio por pueblos irrespetuosos, algunos llenos de odio, que van tomando, soberbios e impunes, casi sin resistencia, la nación del pueblo aborregado, del pueblo que, perdida su dignidad, desconocido de sí mismo, sumido en su chabacana sensualidad, incapacitado para la trascendencia y la grandeza, es incapaz para la autodefensa.
Ante la degradación generalizada, sólo la opción del aniquilamiento o la guerra. El aniquilamiento por la pasividad ciega de muchos, o el levantamiento heroico de un puñado de locos magníficos, de los mejores, de los más puros exponentes de las eternas ideas renovadas nuevamente por un espíritu inquebrantable, claro; de aquellos con los que no ha sido posible el inmoral adoctrinamiento. Un levantamiento violento y decidido de los leales, de los virtuosos; prudentes, pero decididos al sacrificio y a la acción ante tanto extremo; la sana, noble, y debida santa rebeldía, que volverá a triunfar de la falacia y la iniquidad, del despropósito y la cobardía.
Hoy el enemigo ha sido más sutil, utiliza otros medios, se universaliza, pero no es menos real; quizá, sí, por ello más peligroso que nunca, a veces da la impresión de ser intangible. Pero que no nos confundan, el enemigo es de carne y hueso, tiene varios frentes y se alía con otros para satisfacer sus perversos intereses, los une el odio fatal, la miserable ambición de poder, la falta de escrúpulos.
Los signos de los tiempos se repiten (con la presión de la manipulación de la desmemoria histórica, política, legal y social), la Historia ya no es maestra de nada. Pero que nadie se extrañe de lo que pueda venir, ni siquiera será nuevo.
Amadeo A. Valladares Álvarez
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Magnífico.
Le agradezco su gentil adjetivo, y le mando un sincero abrazo.