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En el año 1841, el Papa Pío IX (durante su Pontificado, los estados confederados de América y los estados italianos, sufrieron terribles ataques de la masonería bajo la espada del General Masón Giuseppe Garibaldi y del Pte. Masón Abraham Lincoln) por medio de la Sagrada Congregación para los Ritos, Declaró a San José Patriarca de Toda la Iglesia. El Decreto que constató acontecimiento tan trascendente fue llamado Inclytum Patriarcham.

Este año 2021, se cumplen 180 años de tal Evento y la Santa Sede (estructura administrativa visible de la Iglesia Católica compuesta por la Iglesia Militante o Terrenal y la Iglesia Triunfante o Celestial) ha Declarado, por mediación de la Sede de Pedro, el Vicario de Cristo, Año Jubilar el presente año.

Desde este Digital, hemos considerado que la presente Semana Pascual es el momento oportuno para dar comienzo a una Trilogía que trate en profundidad lo trascendente de este Acontecimiento y que nos dé además la oportunidad, personalmente a cada uno de nosotros, de hacer Votos de Consagración Privados al único Patriarca de la Iglesia, San José, que sostiene, como lo hizo en la Tierra, la labor de su esposa, Santa María, Virgen Inmaculada, para, por supuesto de forma complementaria con Ella, servir a la Causa del Reino de Dios y de Su Hijo, Capitán y Rey de la Iglesia, Jesucristo, que es, al mismo tiempo, Cordero y Sumo Sacerdote Mediador ante Dios Padre, Jahvé.

Cuando la Sagrada Escritura llama a alguien Patriarca, pretende unir en una misma persona las prerrogativas de un Padre y la grandeza de un Monarca:

Al igual que Adán, Noé, Abrahán, Isaac o Jacob, el Patriarca es, ante todo, el primero de un linaje.
Representa para los suyos la propia paternidad divina, y es capaz de dedicarse por entero a sus hijos para salvarlos, como Noé, que empleó su existencia en la construcción material del arca y preservó, en medio de las aguas purificadoras del diluvio, la vida de los escogidos de Dios.
La paternidad de San José dio comienzo cuando, al dar su consentimiento a la concepción del Hijo de Dios, en el seno de su esposa María, recibió a Jesús como hijo suyo; esa paternidad quedó sublimada al ser él quien impuso el nombre al niño.
Esta vinculación con el Verbo Encarnado, lo pone en una relación muy estrecha con la Iglesia, pues, por el hecho de ser padre de Cristo, San José también lo es de su Cuerpo Místico, ya que no se puede separar la cabeza de los miembros.
Es por este motivo que tiene, para cada uno de sus miembros “sus hijos”, los bautizados, una dedicación y desvelo paternal especial y muy intenso, intercediendo continuamente para que el soplo del Espíritu nos vivifique y nos lleve a la perfección.
Además, se preocupa, como buen padre, por las necesidades de todos nosotros, corrige nuestros defectos y pecados, y nos defiende de nuestros enemigos, sobre todo de Satanás y sus engaños e insidias.
El Patriarca no sólo es un mediador, sino también el arquetipo de la familia que gobierna.
Todo el esplendor, toda la santidad, toda la belleza de la Iglesia; la maravilla de todos los santos que hay, hubo y habrá están representados en San José. De lo contrario, no tendría la talla suficiente para ser el Patrón de la Iglesia Católica.
Dado este hecho incuestionable, podemos afirmar que, en todos los momentos graves para la Iglesia, de dificultades y persecuciones, allí estuvo su Santo Patriarca.
Como poderoso intercesor y singularísimo protector, estuvo San José, Patriarca, infundiendo ánimo, celo y ardor irresistibles a los Soldados de la Fe, para que se vencieran a sí mismos y derrotaran a los adversarios de su Hijo Jesucristo. Y este es el motivo por el que, hoy más que nunca, vuelve a ser esencial el Tesón, la Fuerza y la Sabiduría de nuestro Patriarca. Ser conscientes de ello es el motivo de este primer artículo.  

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Daniel Ponce Alegre
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