20/05/2024 15:12
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Por una vez, y sin que sirva de precedente (vaya tontería) me voy a desdecir de lo que dije cuando inicié la serie sobre los Borbones que han reinado en España ( y que ha publicado gentilmente «El Correo de España»)… sí, porque dije que sólo iba a escribir de los Reyes muertos (desde Felipe V a D. Alfonso XIII) y no de los vivos, y hoy, sin embargo, voy a escribir sobre D. Juan Carlos I. Aunque  lo incluiré en la serie sólo como estrambote. Por cierto, que esto del estrambote lo aprendí hace muchísimos años, cuando mi Doña Juana, nos obligó a aprendernos de memoria aquel famoso soneto de Cervantes, dedicado a Felipe II, que decía:  

  

   ¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza 
y que diera un doblón por describilla!, 
porque ¿a quién no sorprende y maravilla 
esta máquina insigne, esta riqueza? 
  

¡Por Jesucristo vivo, cada pieza 
vale más de un millón, y que es mancilla 
que esto no dure un siglo!, ¡oh gran Sevilla, 
Roma triunfante en ánimo y nobleza! 
  

Apostaré que el ánima del muerto 
por gozar este sitio hoy ha dejado 
la gloria, donde vive eternamente. 
  

Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto 
cuanto dice voacé, señor soldado, 
Y el que dijere lo contrario, miente.» 
  

Y luego, incontinente, 
caló el chapeo, requirió la espada 
miró al soslayo, fuese y no hubo nada.  

 
  

             y entonces, aprendí, aprendimos, lo que era un estrambote.  

Bueno, pues eso será este capítulo sobre D. Juan Carlos, un añadido a la serie de los nueve capítulos ya publicados.  

Aunque tengo que decir de entrada que yo no voy a hablar de las «Comisiones» ni de los millones legales o ilegales, ni tampoco de sus «líos» de faldas… y lo podía hacer, pues las conozco todas gracias a mi amigo Juan Luis Galiacho, que es el que más sabe en España del tema (1)  No, yo voy a hablar del Juan Carlos que yo conocí en persona y varias veces a solas, porque de eso nadie podrá decirme nada… Bueno, si voy a hablar de un caso, o suceso, que me contó un día  Don Sabino (y ya saben, Don Sabino Fernández Campo)…»Sí, Merino, ayer supe que de la Zarzuela habían salido 60 millones  de pesetas para la tal Bárbara Rey y me enfadé tanto que rápido me fui a ver a SM para saber algo más y aconsejarle lo perjudicial que podía ser para la Monarquía  algo así si llegaba a la Prensa… y sabes lo que me dijo, pues que eso no era asunto mío y que lo que sepa tu mano derecha no debe saberlo tu izquierda». Pero, ahí quedó la cosa.  

Y dicho esto pasen y lean este «estrambote» con el que cierro la serie sobre los Borbones: Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII… y ahora Juan Carlos I. 

Lo conocí en «Pueblo»  

Le conocí, por primera vez, siendo Príncipe de España (y no Príncipe de Asturias), cuando tan sólo hacía un año que había sido declarado heredero de Franco con el título de Rey (1969). Sucedió en el diario «Pueblo», en 1970, cuando yo ya era subdirector. Una tarde la eficiente secretaria de Don Emilio, Cristina, nos llamó por teléfono y nos dijo que subiéramos urgente al despacho del director, que estaba en la planta séptima, la Redacción estaba en la planta quinta, y allí estaba el Príncipe, que iba acompañado por el General Armada. Don Emilio nos fue presentando uno a uno y el Príncipe se mostró cariñoso y sonriente. Sólo dijo una cosa entre risas:  

 

 – — Así que estos son los culpables… Los culpables de que yo me beba el periódico todas las tardes.  

 
Acababa de cumplir 32 años y era la imagen perfecta de un atleta. Era algo más alto que todos los presentes y vestía un traje azul con una corbata roja y una camisa rosa.  

   

Don Emilio nos pasó a la pequeña sala de juntas que tenía en su propio despacho (aquella famosa mesa redonda de la calle Huertas en  la  que  diariamente nos sentábamos para configurar el periódico del día siguiente) y allí durante una hora larga pudimos hablar ampliamente con el que ya era segundo hombre de España. El director de «Pueblo», don Emilio Romero, que años antes ya había publicado su libro «Cartas a un Príncipe» (Premio Nacional de Literatura 1963), se explayó recordando los consejos que ya había expresado por escrito. El Príncipe, en realidad, intervino poco, por lo que deduje que era hombre de pocas palabras, pero que sabía escuchar.  

 Después bajamos a la Redacción y Don Emilio le fue presentando a los Redactores allí presentes. Fue una reunión amistosa y simpática y les aseguro que todos quedamos gratamente sorprendidos por la simpatía del ya Príncipe Heredero a título de Rey.  

  

Pasaron varios años antes de volver a verle y a hablar con él. Mi segundo encuentro con Don Juan Carlos fue cuando Franco ya había muerto y él ya era Juan Carlos I Rey de España. Sucedió a finales de junio de 1976 y cuando ya estaba cantada la salida de Carlos Arias como Presidente del Gobierno. Fueron aquellos días de rumores y correveidiles entre la clase política, porque ya se había convocado el Consejo del Reino y aunque no se dijo hasta última hora se sabía que era para elegir la terna que el Presidente Fernández Miranda le tenía que llevar a su Majestad el Rey. El viernes día 25 me llamó por teléfono Don Torcuato y me soltó de sopetón que el sábado tenía que ir a la Zarzuela porque el Rey quería hablar conmigo (yo ya sabía que el Rey llamaba con frecuencia a personas o personalidades fuera de la clase política e institucional para conocer mejor la opinión de la calle en los problemas de más relevancia). Y allí me presenté, vestido con el traje de rayas de las grandes ocasiones y algo inquieto por no saber para lo que se me requería.  

 (Al llegar aquí, no tengo más remedio que hacer un paréntesis para decir que no era la primera vez que yo entraba en el Palacio de La Zarzuela, porque la primera vez fue en 1971 con motivo de la publicación en España de las «Memorias de la Reina Federica». «Pueblo» había comprado a la editorial inglesa «MacMillan» los derechos de la edición española para prensa y libros y don Emilio me encargó a mí que redactara y supervisara los textos en español y las fotos. Los derechos de libro los revendimos a la «Editorial Gregorio del Toro». Una vez lista la edición la Reina Federica quiso supervisar lo que se iba a publicar y se trasladó a Madrid al Palacio de la Zarzuela y allí fuimos convocados el editor y yo para mostrarle la maqueta y las primeras pruebas de imprenta. Durante 8 ó 10 días fui leyéndole algunas páginas del libro, pero como la Reina no sabía español suficiente ni yo inglés nos sirvió de intérprete, la hija, doña Sofía, todavía Princesa de España. Ello nos hizo acudir esas mañanas al Palacio de La Zarzuela, hasta que tanto la madre como la hija le dieron el visto bueno definitivo a la edición española, incluso añadiendo algunas fotos familiares que no habían sido incluidas en la edición inglesa. La edición española se presentaría en octubre de 1971 en el Club del diario «Pueblo»).  

Primera entrevista en la Zarzuela 

 Y sigo con la entrevista con el Rey. Nada más entrar en su despacho, en la planta primera (un despacho que a mí me pareció modesto, pues sólo tenía una mesa pequeña donde se sentaba Su Majestad y una mesa de reuniones también pequeña en un ángulo de la habitación) don Juan Carlos dijo de entrada:  

–Amigo Merino, por Torcuato (se refería a don Torcuato Fernández Miranda, por entonces Presidente de las Cortes y del Consejo del Reino) sé que eres un periodista bien informado, independiente y que dices las verdades del barquero a quién se te ponga por delante. Y por eso he querido hablar contigo. Quiero que me digas con sinceridad tu opinión sobre algunos personajes de la vida política española actual.  

–Señor, no sé si estaré a la altura de las circunstancias, pero le aseguro que voy a ser todo lo sincero que pueda.  

–¿Qué opinión tienes de Manuel Fraga?  

–Majestad, don Manuel Fraga es un torbellino político, un hombre impredecible, con unas dotes de mando increíbles. Yo le conocí como Ministro de  Información  y  Turismo  y le aseguro que fue un grandísimo Ministro. Después le seguí su peripecia política y hasta su evolución. Le aseguro que el Fraga de hoy no es el Fraga de ayer. Tal vez su estancia como Embajador en Londres le sirviera para hacerse demócrata y suavizar sus formas y  maneras. En resumen creo que es uno de los activos más importantes del actual mapa político español.  

–¿Y tú crees que podría entenderse con la Izquierda?  

–No lo sé Señor, porque ya le digo que Fraga es impredecible y como Ministro del Interior lo está demostrando. Hoy dice la calle es mía y mañana se sienta a comer con Marcelino Camacho y Nicolás Redondo.  

–Bien, señor Merino, háblame de Areilza ¿qué opina la calle sobre Areilza?  

–Señor, sé que lo que le voy a decir acaso no sea políticamente correcto. Pero, si estoy aquí es para decirle mí verdad. Don José María de Areilza, en mi criterio, es uno de los políticos más cultos y más preparados  de  la  actual  clase política española… y a pesar de su viejo franquismo hoy se le reconoce como un gran demócrata. Sin embargo, hay algo que no se le perdona, ser un hombre de don Juan, su padre. La clase política actual piensa que don José María representa la Monarquía de don Juan, es decir la Monarquía que no acepta el Franquismo y mucho menos el Ejército.  

 

Y así fue interrogándome sobre otros políticos de renombre, entre ellos López Bravo, Federico Silva, Laureano López Rodó, Girón, Gutiérrez Mellado, Fernández de la Mora, etc.  

Y sólo al final cuando ya llevábamos casi una hora hablando, me sacó el nombre de Adolfo Suárez. 

 

–¿Y Adolfo Suárez? ¿qué opinión tienes del actual Ministro Secretario General del Movimiento?  

–Pues mire, Majestad, conozco muy bien a don Adolfo, entre otras cosas porque durante un tiempo, cuando yo fui director de «Pyresa» él era Vicesecretario General del Movimiento y por tanto casi Jefe mío. Además le tengo por amigo. Mire, Señor, Suárez es un político nato y muy ambicioso. Y además no tiene en su cabeza unos Principios Inmutables. Suárez es un hombre que quiere estar en la política a toda costa, pues como dice Torcuato no tiene «cuarteles de invierno».  

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–Pero, ¿qué opinión tienen de él la clase política actual y la calle?  

–Pues, si le digo la verdad Señor, la clase política, los hombres importantes, le miran por encima del hombro, no le consideran, mejor dicho le tienen encasillado como un político de segunda o tercera división, y un hombre inculto. Sin embargo, es un hombre que en la calle cae bien, es simpático, siempre con la sonrisa en la boca, abierto y capaz de conquistarse con un apretón de manos al portero o al pescadero de su barrio.  

–Cambiando de tema, amigo Merino, ¿conoces «El error Berenguer» de Ortega?  

–Por supuesto, Majestad, lo he leído muchas veces y lo he reproducido otras muchas en mis libros.  

–¿Y crees tú que Ortega llevaba razón?  

–Pues sí, Señor, fue un gran error de su abuelo nombrar a un general «de los de antes» y además implicado en el desastre de Annual.  

–Estoy de acuerdo contigo, mi abuelo, caída la Dictadura de Primo de Rivera, tuvo que nombrar a un hombre nuevo y joven. Tal vez así hubiera evitado la llegada de la Segunda República. ¿No lo crees tú así?  

–Pues, Majestad… yo creo que ni así. La Monarquía se había suicidado con la Dictadura.  

Entonces don Juan Carlos se levantó y dio por terminada la entrevista. Aunque ya de pie y en la puerta me dijo:  

–Pues, te aseguro querido Merino, que yo no cometeré «El error Berenguer».  
  

Lo cual, y cuando salía de La Zarzuela en mi coche, me hizo ver claro que Adolfo Suárez tenía todas las papeletas a su favor, como pocos días después se demostró.  

Adolfo Suárez fue elegido en la terna que el Presidente del Consejo del Reino le presentó al Rey («Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido») y fue nombrado Presidente del Gobierno la tarde del sábado día 3 de julio de 1976.
                                 

Segunda entrevista

Volví a ver al Rey tres años más tarde, concretamente el día 28 de abril de 1979. Y lo hice  de manos de Sabino Fernández Campo, a la sazón Secretario General de la Casa Real y el hombre que se había ganado la confianza plena de los Reyes. Aquella entrevista fue motivada por la difícil situación que pasaba España. Se acababan de celebrar las segundas elecciones generales de la Democracia y en realidad las primeras constitucionales, pues meses antes había entrado en vigor la Constitución de 1978. La Economía iba de mal en peor. El terrorismo aumentaba como una flecha (de los 12 atentados del año 1977 se había pasado a los 84 y de las 18 víctimas mortales a las   81, con más de 1.000 heridos graves). Lo que estaba creando un malestar general en las filas del ejército y de las Fuerzas de Seguridad del Estado (Guardia Civil y Policía Nacional).  

Y esos fueron los temas de los que hablé con Sabino Fernández Campo en la comida a la que me invitó en el restaurante «José Luis» del Bernabéu. Sabino estaba muy preocupado por el insistente «ruido de sables», que salía de la salas de armas de todos los cuarteles y de las diversas Divisiones Orgánicas del ejército. No hay que olvidar que ya se habían producido «El caso del General Prieto» en Salamanca, era jefe  de la IV zona de la Guardia Civil con sede en León, (sería cesado fulminantemente por su discurso contra la política militar del Gobierno) y «El caso del General Atarés», también de la Guardia Civil, en Cartagena (allí un grupo de generales y altos mandos se enfrentaron al General Gutiérrez Mellado, a la sazón Vicepresidente del Gobierno y Ministro de Defensa, con graves acusaciones e insultos de «traidor a la patria»). Más tarde sería absuelto por un Tribunal Militar.  

Sabino quería saber más sobre los «ruidos de sables» y sabía que «El Imparcial», el periódico que yo dirigía en esos momentos, tenía la mejor información militar de la prensa española. Al finalizar y después de darle un repaso a la situación estuvimos de acuerdo  en que si no se frenaba el terrorismo y los conatos ya importantes de independencia de Cataluña y del País Vasco, «aquello» podía terminar como el rosario de la Aurora.  

En un momento dado, me dijo:  

  

–Merino, ¿tú estarías dispuesto a decirle al Rey todo lo que me has contado a mí?  

–Por supuesto que sí, querido Sabino. Creo que el Rey debe conocer a fondo lo que está pasando para tomar las cautelas necesarias.  

–Bueno, pues te preparo una entrevista.  

–Sí, pero con dos condiciones: que no sea una audiencia de rutina y que no sea a las nueve de la mañana.  

–Vale, te llamo y te lo confirmo.  

Al día siguiente me llamó y me citó en La Zarzuela para el sábado 28 de abril. Sin protocolos y a las doce de la mañana.  

Pero, como dice el refrán, el hombre propone     y Dios dispone, porque cuando ya estaba fijada la audiencia-entrevista con Su Majestad sucedió algo que pudo costarme la vida de un infarto. Curiosamente el día 26 se celebraba el Día del Subnormal y ese mismo día el Rey acudía a la Escuela Superior del Ejército    a imponer los fajines de general a los miembros de una nueva promoción y pasó algo terrible. Por esos «duendes» de la imprenta  famosos,  en  las  páginas de «El Imparcial» del día siguiente hubo un trueque  en las informaciones de los dos actos  y  las  fotos  que acompañaban las informaciones se publicaron cambiadas: la foto del Rey salía  debajo  del  titular del Día del Subnormal y la foto de los actos del Día del Subnormal salía con los títulos dedicados al Rey.  

¡Tremendo! Porque Madrid, las radios, las televisiones y la clase política, estallaron y se produjo un verdadero terremoto, ya que algunos consideraron aquello como un atentado contra la figura del Rey. Tanto que a las nueve de la mañana se presentaron en la sede del periódico, San Romualdo s/n, unos cuantos jeeps de  la Policía con órdenes tajantes de secuestrar la edición (al parecer, y según me confirmaría horas más tarde  el propio Sabino, la orden había sido dada en directo por Adolfo Suárez, el Presidente del Gobierno). ¡De infarto!. Pero, rápidamente se comprobó que no había sido ningún atentado ni nada intencionado, sino una simple cadena de errores en los distintos departamentos del periódico… redactores, administrativos, técnicos reunidos con urgencia juraron y acabaron llorando de rabia por el garrafal fallo.  

Afortunadamente, y gracias a don Sabino ni siquiera se secuestro la edición, como quería el Gobierno, pues se consideró que eso aumentaría el escándalo, ya que los ciento y pico mil ejemplares que tiraba «El Imparcial» ya estaban distribuidos en Madrid y en todas las provincias.  

Eso se lo tuve que agradecer siempre a mi amigo Sabino, eso y el que desde la propia Zarzuela frenasen al Presidente Suárez, que en realidad lo que quería era cerrar el periódico que tanta «pupa» le estaba haciendo a él y a su Gobierno y llevarme a la cárcel como Director del periódico.  

Al final de la jornada don Sabino me confirmó que la audiencia del sábado seguía en pie y que me esperaban en La Zarzuela.  

Y así fue. A las once y media ya estaba yo tomando un café con don Sabino y con el Marqués de Mondéjar, el Jefe de la Casa Real desde la proclamación de Don Juan Carlos.  

Y a las doce en punto me subió hasta la primera planta, donde de pie me esperaba el Rey.  

Sin embargo, y antes de entrar de lleno en la conversación que entablé con Su Majestad, no tengo más remedio que hacer  referencia  a  la  «pillería»  que utilicé, como conocedor de todos los monarcas españoles de la Casa de Borbón (Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII y Alfonso XIII) para paliar los negativos efectos de «lo de los Subnormales». Porque sabido es que los Borbones y las Borbonas han tenido una «excesiva» inclinación por las mujeres y el sexo. Todos y todas tuvieron más de una mujer y más de un amante.  

Y explico mi «pillería».  

Aquella semana del mes de abril de 1976 «El Imparcial» estaba publicando un serial sobre la vida de Sofía Loren y por consejo del abogado del periódico no se habían publicado algunas fotos en las que la actriz italiana mostraba medio cuerpo al desnudo. Preocupado por el gran error de lo de los Subnormales, y temeroso de que eso me restara libertad para hablar con el Rey con toda franqueza del problema militar, se me ocurrió publicar en la portada del periódico del día 27 una foto de Sofía con los pechos al descubierto, aunque cruzados por una raya ancha y negra que cubria los pezones. Foto que repetía en la página del capítulo de ese día sin rayas negras.  

Pues bien, en cuanto entré en el despacho de Su Majestad y se cerró la puerta, el Rey me dijo con una gran sonrisa:  

  

– — ¡Vaya tetas que has publicado hoy, Señor Merino!  

– — Pues sí, Majestad, ya sabe que hay que vender ejemplares para subsistir.  

– –Sí, pero las has dado «censuradas».  

– –Bueno, Señor, es lo que obliga la Ley, pero dentro van sin censura.  

– –¡No me digas, ahora mismo pido el periódico! (y sin más se dirigió a la puerta con la intención de reclamar el periódico).  

– –No hace falta, Señor, tengo aquí un ejemplar (y abrí mi maletín de ejecutivo, saqué el periódico y busqué la página donde se veían en grande, a seis columnas, los pechos de Sofía Loren). Entonces el Rey se sentó, me cogió el periódico y se recreó mirando la foto.  

– ¡–Qué barbaridad! ¡Qué tetas!  

 

Y de las tetas y del cuerpo de la actriz italiana estuvimos hablando casi diez minutos.  

Pero, el Rey no pudo evitar una carcajada cuando le dije que el título del pie de foto que había puesto en un principio y que luego cambié era «¡LAS TETAS DE SOFIA!».  

 

– –¡Jo, macho! ¡Jo, macho! (esta exclamación la repetiría muchas veces durante la larga entrevista, como pudo comprobar era como un tic del monarca, que decía «Jo» cuando quería decir «joder»). Lo que se va a reír «la Griega» (así se refería a la Reina). 

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No olvides que soy el Jefe de las Fuerzas Armadas 

 

Naturalmente esa conversación y esos minutos distendieron el pesar que yo llevaba y hasta el perdón con el que entré en el despacho.   

Y ya en franca camaradería entramos en materia.  

 

–Señor –e inicié mis palabras- hace unos años usted me recordó «El error Berenguer» de Ortega y yo quiero recordarle hoy lo que le pasó a su abuelo (Don Alfonso XIII) cuando en 1923 España vivía una situación tan desastrosa como la de hoy.  

–Ni hablar, querido Merino. La situación de hoy es totalmente distinta a la de ayer. Vivimos una Democracia plena y en el mundo de hoy ya no hay espacios para las Dictaduras militares.  

–Señor, malo es pecar de pesimismo pero también lo es pecar de optimismo excesivo. Como usted debe saber ahora mismo hay un grandísimo malestar  entre  los altos mandos del ejército. La terrible escalada del terrorismo y los incipientes amagos independentistas de Cataluña y el País Vasco tienen a los generales inquietos, pues aunque han aceptado de lleno la Constitución aprobada el año pasado ponen sobre la mesa el artículo 8, el que les obliga por mandato expreso mantener la Unidad de España y defenderla de los enemigos externos o internos.  

–Sí, Señor Merino, pero es que aquí y ahora la Unidad de España no está ni mucho menos en peligro.  

–Majestad, pero ellos consideran que sí, si no se  ataja  desde  el  principio  los amagos de los nacionalistas por la independencia y además están que se suben por las paredes con el trato que el Gobierno Suárez les está dando a las víctimas del terrorismo. Señor, no entienden que los muertos, en su mayoría de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas de Seguridad del Estado, sean enterrados casi a escondidas.  

–Mira,  Merino,   yo   como   Rey y como Jefe del Estado soy también Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y  sé  y me consta que los militares españoles son fanáticos, como debe ser, de la DISCIPLINA.  

–Majestad, eso lo sabemos todos, pero ellos piensan que la disciplina no puede ser un dogma de fe cuando está en peligro la Unidad de la Patria y antecedentes hay en la Historia reciente.  

–¡»Aquello» a lo que tú te refieres fue totalmente distinto!.  

–Pues, Majestad, eso habría que explicárselo mejor que lo hizo Adolfo Suárez cuando la famosa reunión del 3 de septiembre del 1976 en la Presidencia del Gobierno. Usted sabe muy bien que aquel día Suárez, reunido con la Cúpula de todas las Fuerzas Armadas, se comprometió a no legalizar al Partido Comunista mientras él fuera Presidente del Gobierno… y ya sabe lo que pasó. «Aquello» no se lo perdonaron los generales a Suárez y siguen sin perdonárselo, porque –según ellos- el que les engaña una vez puede engañarles cientos. Y además  está lo del «Guti» (me refería a don Manuel Gutiérrez Mellado, a la sazón Vicepresidente Primero de Gobierno y Ministro de Defensa).  

–¿Y qué pasa con el «Guti»?  

–Señor, ¡qué lo odian!. Le consideran un traidor y están totalmente en contra de las Reformas que está haciendo  en el ejército y con sus modos y maneras. Muchos le comparan con el Azaña de la «trituración» del ejército. Le recuerdo «El caso Atarés» de Cartagena.  

–Vamos a ver, vamos a ver, querido Merino. Es verdad, y así se lo hice saber al propio Suárez en su momento, que en aquella reunión de la Presidencia Suárez fue más lejos de lo que debió ir e incluso le sugerí antes de la legalización del PC que volviera a reunirse con ellos para justificar su cambio de política. Pero, como sabes, la función del Rey, según la Constitución, artículo 56.11, no le permite ir más allá de lo que expresamente aprobaron las Cortes y el Pueblo español. En cuanto a lo del «Guti» creo que no tienen razón. El General Gutiérrez Mellado es un excelente militar que está entregado a España desde su juventud y que en estos momentos sólo desea readaptar las Fuerzas Armadas a la Democracia que vivimos.  

–Sí, Majestad, pero entre los generales se recuerda mucho aquello que dijo de él Franco: «A los espías se les paga, pero no se les condecora».  

–Eso fue una tontería. Porque el «Guti» sirvió a España durante la Guerra Civil como mejor pudo y supo.  

–Pues, Señor, a pesar de todo yo le digo, por la información que tengo, que en el Ejército hay un gran malestar y mucho me temo que ese malestar irrumpa incontrolado  

–No pasará nada. Te aseguro que todo está controlado y que de esta difícil situación también saldremos en paz y en libertad.  

–Esperemos que así sea, Majestad, por bien de todos y más que por nadie por España.  

–¿Y qué me dices de la República?  

 

¿Hay republicanos en los altos  mandos  y en el ejército de hoy? –preguntó el Rey cambiando de tercio.  

–Pues… si le digo la verdad yo creo que entre los generales NO, pues casi todos ellos tienen una imagen  desastrosa  de la República y aunque no todos sean monárquicos, están hoy con la Monarquía. Otra cosa sucede en los Mandos intermedios, como sucede tal vez en el campo civil. Los más jóvenes, los que nacieron  después  de la Guerra e incluso después ya no le tienen miedo a la palabra República. No sé qué pasará en el futuro, pero sí se oyen ya muchas voces que piden un Referéndum para elegir la forma de Estado. 
  

(En esos momentos, cuando ya eran casi la dos de la tarde, sonó el teléfono que tenía sobre su mesa   y el Rey se levantó para atender la llamada. Yo me quedé sin saber que hacer, si quedarme sentado o salir del despacho, pero el Rey me hizo un gesto de que  me quedase donde estaba y me quedé. Al volver su Majestad se limitó a decir, antes de sentarse de nuevo)  

   

–Era el pesado de mi cuñado (se refería a Constantino de Grecia, el hermano de su Majestad la Reina), quiere que juguemos un poco al tenis antes de comer. Que espere.

A mi PLIN. A mi PLIN, A mi PLIN
 

Y la conversación duró casi otra media hora más. Porque aquella mañana el Rey estaba muy hablador y hasta dicharachero. Cosa rara en él.  

En un momento dado el Rey se levantó y me estrechó la mano, y ya cuando nos dirigíamos a la puerta de salida, de pie, se volvió hacia mí y me dijo:  

  

–Pues, ¿sabes lo que te digo?, querido Merino, que si las cosas ocurriesen como tu temes a mí… ¡¡PLIM, PLIM, PLIM!!… porque yo cogería el primer avión y me marcharía con mi familia fuera de España. (Y mientras decía sus tres «plim»  se dio otros tantos golpes en el pecho con el dedo corazón)  

–Señor, -le respondí yo a bote  pronto y sin pensarlo- eso no sería de extrañar, pues en su familia hay antecedentes.  

–¡Cómo! ¿A qué antecedentes te refieres?  

–Señor, usted debe saber que su bisabuela o tatarabuela Isabel II se marchó al exilio, incluso sin maletas, en cuanto supo que una parte del ejército se había sublevado en Cádiz… y usted sabe que su abuelo, don Alfonso XIII, se marchó de España «antes de que se pusiera el sol» e incluso dejando atrás a su familia sin saber lo que les podía pasar aquella noche revolucionaria del 14 de abril de 1931.  

— ¡¡Jo, macho, tú disparas con balas!!.  

–No, Majestad, yo le recuerdo la Historia.
   

Y ahí terminó aquella entrevista. Pero, aquella noche me invitó a una copa Sabino Fernández Campo para decirme que al Rey le había encantado mi sinceridad y que acordase conmigo otras entrevistas.  

 Volví a verle la noche de San Juan, el 24 de junio, de ese mismo año, en el cóctel que ofreció en el Palacio de Oriente a todas las fuerzas vivas, incluida la prensa, con motivo de la celebración de su santo. Eso sí, al pasar por el corrillo donde yo estaba me saludó con gran afecto.  

  Después, justo cinco días después de San Juan, el 29 de junio, cesé como Director de «El Imparcial» y ya no volví, ni he vuelto a verle ni a hablar con él. Aunque tuve una relación indirecta a través de don Sabino en tres ocasiones: cuando dimitió Adolfo Suárez como Presidente y dejó de  ser Vicepresidente  y  Ministro el General Gutiérrez Mellado, tras el golpe del «23- F» y en 1983 cuando le envié el libro que escribí con Santiago Segura titulado «Jaque al Rey».  

  En las tres ocasiones Sabino Fernández Campo me dijo las mismas palabras:  

– –Merino me ha dicho el Rey que te diga «que tenías razón».  

 De todo aquello han pasado ya muchos años y don Juan Carlos ya no es Rey de España.
              

(1) Lista pública de las amantes y las «amigas entrañables» de «Juanito» de Borbón: 

              María Gabriela de Saboya,  Bárbara Rey,  Lady Di,  Marta Gayá, Lilianne Sadiau,  Sara Montiel,  Sol Bacharach,  Olghina de Robilant,  Raffaela Carrá,  Paloma San Basilio,  Carmen Díaz de Rivera, Pier Ángeli, Glais Zender… y la Princesa Corinna.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.