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Políticamente, Almanzor fue un adelantado de su tiempo, porque hizo del califato una monarquía moderna
El Rey astur Alfonso III (866 – 910) aprovechó los problemas internos del Emirato de Córdoba para fomentar y apoyar sus rebeliones internas (principalmente en Mérida y Zaragoza) y utilizó su situación de debilidad para extender sus dominios por el noroeste peninsular, reconquistando Oporto y Coimbra, con lo que entró en la Meseta Norte y estableció una línea defensiva fortificada sobre el río Duero, apoyada en Zamora, Simancas, Toro, Osma y San Esteban de Gormaz.
La política expansionista del reino de Asturias se mantuvo en la primera mitad del siglo X, a pesar de los éxitos militares del califa Abderrahmán III (912 – 961), aunque refrenado después la batalla de Alhándega o del Barranco (939), donde el califa cordobés sufrió un duro revés.
La subida al trono del califa Hixam II (976 – 1009), menor de edad, supuso un período de inestabilidad y debilidad del Califato Córdoba, del que se sirvieron los cristianos para reiniciar una política militar agresiva y expandirse a costa del territorio musulmán. Los Reyes de León repoblaron y fortificaron los valles del Duero. La respuesta califal era muy tímida, hasta el punto de contemplar la posibilidad de abandonar el río Tajo, y establecer una nueva línea defensiva apoyada en el río Guadiana.
La expansión cristiana al sur del Duero, lenta pero progresiva, preocupaba a la corte califal de Córdoba, y terminó por provocar su reacción.
Almanzor (Muhammad ibn Abi Amir) fue un hombre de una ambición política desmesurada, con una gran inteligencia, astucia y valor para promocionar y sobrevivir en el nido de víboras letales que era la corte califal cordobesa. Una vez alcanzado un cierto estatus político era necesario, para sobrevivir, máxime siendo un advenedizo, poder anticiparse y eliminar despiadadamente a todos sus adversarios, reales o presumibles.
Hay que reconocer que, políticamente, Almanzor fue un adelantado de su tiempo, porque hizo del califato una monarquía moderna, sin atribuciones.
Almanzor sintió el compromiso de tener una brillante carrera militar para obtener el poder absoluto del Califato, porque su poder sólo se basaba en su trayectoria administrativa. Para ello, dirigió personalmente 56 campañas militares (aproximadamente dos campañas anuales). Estas campañas tuvieron los siguientes objetivos generales:
–Recuperar la iniciativa militar, perdida desde la batalla del Barranco.
–Unificar voluntades internas y encauzar el esfuerzo hacía enemigos exteriores: reinos cristianos al norte y tribus bereberes en el Magreb.
–Legitimar su mandato y arrinconar políticamente al califa Hixam II, erigiéndose en adalid de la guerra santa, para perpetuarse en el poder absoluto.
Las campañas de Almanzor
Las campañas fueron de tres tipos:
–Contra los reinos cristianos, con la finalidad de castigarlos y contenerlos al norte del río Duero. No hubo voluntad política de recuperación de territorios, al sur del Duero, seguramente por falta de recursos humanos para repoblar y cubrir guarniciones.
–Contra el expansionismo fatimí en el Magreb, glacis africano y protectorado del Califato. Almanzor, en las tres expediciones que se realizaron, se quedó prudentemente en Algeciras, mientras su ejército cruzaba el Estrecho.
–Contra su suegro Galib que, general de la frontera norte que, había pasado de aliado a enemigo mortal, porque éste era defensor de la legitimidad califal, y consideró que Almanzor había suplantado ilegítimamente al califa.
Las campañas militares de Almanzor fueron una formidable herramienta de propaganda política, independientemente de sus resultados, no siempre halagüeños:
–Las campañas se iniciaban desde la capital, Córdoba, con fastuosas ceremonias y lucidos desfiles. El regreso se hacía de forma similar, con exhibición del botín capturado (bienes materiales y esclavos).
–Sus campañas eran pregonadas por poetas y cronistas que narraban elogiosamente sus hazañas como el caudillo victorioso (al-Mansur).
Consecuencias de las campañas
Almanzor fue un buen político y estratega, pero no se le puede considerar militar ni buen táctico, aunque tuvo el acierto de delegar en guerreros profesionales. Primeramente, en su suegro Galib y después en Yafar.
Los ejércitos expedicionarios fueron siempre numerosos y bien dotados, porque al ser dirigidos personalmente por Almanzor, le hubiera sido fatal un descalabro como el de la batalla de Alhándega. Aunque no todas sus expediciones alcanzaron el éxito pretendido y tuvo alguna derrota, siempre silenciadas o enmascaradas.
Almanzor ha sido cuestionado porque los grandes esfuerzos económicos empeñados en sus campañas no eran compensados con las ganancias de los respectivos botines. Pero se debe tener en cuenta que las fronteras eran espacios muy inseguros, sujetos estacionalmente a depredaciones, saqueos, incendios y destrucciones, y estas campañas proporcionaron seguridad, nunca bien valorada, al castigar y debilitar al enemigo, y desalojarlo de las zonas fronterizas.
Supo ganarse, con su prodigalidad, muchas voluntades y, especialmente, en su ejército de mercenarios africanos, verdadera guardia pretoriana y contrapoder del ejército califal de Córdoba y de los ejércitos de las marcas fronterizas.
Almanzor falleció durante su última campaña militar (1002) de muerte natural y fue enterrado en Medinaceli. Su desaparición trajo consigo el colapso del Califato de Córdoba, porque entraron en confrontación las tensiones internas que él había incubado. Pero esa es otra historia.
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