05/10/2024 15:07

Los militares se caracterizan por poseer una capacidad de reacción rápida. Por vivir preparados para ser capaces de salir por la puerta en el momento preciso en que se les necesita. Sin excusas ni miedo, y frecuentemente con un entusiasmo y reservas de energía sin parangón. La Unidad Militar de Emergencias, es un grupo castrense español que se dedica a misiones urgentes, por lo tanto su capacidad de reacción es aún mayor que aquella del resto de grupos militares. Los miembros de la UME están formados en rescates, incendios y grandes catástrofes: cuando la Naturaleza demuestra que continuamos siendo vulnerables, sus súbditos, que la tecnología no logra convertirnos en omnipotentes, cuando el pánico y la desesperación rinden… llega la UME, con un plan inteligente, práctico y estratégico, con orden impecable, disciplina férrea, y una inquebrantable resistencia mental.

La Unidad Militar de Emergencias acostumbra a trabajar doce horas seguidas en la que cada segundo de las mismas, su vida y la de sus compañeros se encuentra en peligro, colgados de un cable, en el interior de una cueva, casi en obscuridad. Realizan el rescate, se duchan, y no esperan un aplauso. Porque nuestros militares, a diferencia de tantos compatriotas, conocen el concepto cumplir con el deber. Y entregarse sin reservas a la misión, dado que carecen de la mentalidad del mínimo esfuerzo. Tantos funcionarios españoles, que trabajan ocho horas al día, con calefacción, luz y silla ergonómica, arrastran los pies desde que comienza el turno, rezongan, tratan de zafarse de sus obligaciones, y para colmo disfrutan de derecho a huelga y manifestación. Mientras, los militares guardan silencio y aprietan los dientes, derramando en su quehacer los mismos centilitros de sudor y sangre, que si los políticos y ciudadanos comunes les valorasen en la medida que merecen. Tal vez ello es la causa de que no exista una auténtica movilización para mejorar las condiciones de trabajo y salud mental y física de los uniformados españoles: ellos siempre cumplen, ellos siempre aparecen puntuales, no importa los agravios recibidos. Parece que en España sólo empezamos a tratar con decencia a una persona (que no forme parte de un colectivo izquierdista) cuando ésta nos amenaza de alguna forma.

He escuchado recientemente a unos cuadrúpedos cuestionar la presencia en catástrofes y la propia existencia de la unidad. Ha dañado mis tímpanos y sensibilidad oír la expresión española “bah, eso también lo hago yo”. Qué atrevida es la ignorancia, qué límite puede alcanzar el engreimiento: si 8º de EGB o COU fue la última vez en que abriste un libro de Biología, cómo osas pretender mantener una conversación de tú a tú con el médico, que ha pasado una década en la facultad de Medicina. ¿Qué argumentos posees para cuestionarle? Los facultativos se equivocan como toda persona, y han matado pacientes. Aun así cuentan con muchas más posibilidades de encontrarse en el buen camino (no “acertar”, como si una profesión fuese la lotería) que quien no ha pisado la misma facultad que ellos. Si una persona ha pasado década y media estudiando una lengua, otros con un diccionario en una tarde, no está a su altura. Con semejante mentalidad soberbia, ubicua en nuestros días, se está eludiendo, subestimando el valor de décadas de esfuerzo y entrega a la construcción de un corpus de conocimiento, del desempeño competente de una profesión. Y ello es uno de los orígenes de la mediocridad que España padece.

La UME acudió en el otoño de 2021 a la cordillera de Cumbre Vieja (Canarias), a causa de la erupción de su volcán. Entre los cometidos que llevó a cabo, el más sencillo consistió en limpiar ceniza del tejado de las casas. Tal vez gracias al envanecimiento del “bah, eso también lo hago yo”, y al desdén por la formación, según el diario Canarias 7, en un artículo del 6 de noviembre de 2021, tres personas sufrieron politraumatismos al caer del tejado tratando de realizar dicha labor, y una de ellas acabó en cuidados intensivos. Todo apunta a que un ciudadano común no puede desempeñar el trabajo de la UME, porque apartar ceniza ardiendo de una cubierta elevada e inclinada, no es equiparable a barrer migas del suelo de la cocina. Para ejecutar cualquier tarea que desempeñe un militar, se requiere un proceso de aprendizaje, en ocasiones elitista (aunque esa palabra en España hoy día escueza). Un ignorante en asuntos castrenses como el abajo firmante, ni siquiera puede arañar la superficie de las implicaciones del trabajo de la UME, porque para ello, y sólo para comenzar, debería pasar nueve meses al año, durante un lustro, en una Academia Militar. Dado que no estoy dispuesta a entrar en la Academia, lo más útil y respetuoso que puedo hacer en presencia de un equipo de la UME trabajando, es apartarme y observar desde la ventana guardando silencio, para aprender sobre un mundo complejo e inmenso, desgraciadamente lejano a mí a diario. Les contemplo y escucho en la distancia, y me fascina su forma de comunicarse: el vocabulario técnico, la construcción de oraciones, el tono y volumen que utilizan en las distintas situaciones… También disfruto con su lenguaje no verbal: esa forma de palmearse el hombro, de compartir una risa grave, cómplice.

En ocasiones se diría que los militares son superhombres. No, son seres humanos de carne y hueso, que sudan, sangran y lloran. La explicación a su comportamiento se debe a algo más que la formación académica: cada persona está conformada de una pasta diferente. Algunos hemos nacido para amar y proteger el corazón de otra persona, otros para salir al campo de batalla a defender y salvar vidas. Es importante conocerse a uno mismo, y saber cuál es el lugar de uno en la sociedad, para no perder el tiempo propio y ajeno, para no ridiculizar la bandera, ni malgastar el dinero del contribuyente. Ser militar no es una ilusión infantil, es una profesión y un estilo de vida, que requiere, aparte de décadas de arduo esfuerzo intelectual y físico, entrar en la Academia siendo determinada clase de persona; por ejemplo, teniendo la sangre a cierta temperatura. También estando dispuesto a que los próximos treinta y cinco años de tu vida, si no te disparan o pisas una granada antes, estén gobernados por valores morales, que para la mayoría sólo son un barrunto en la lejanía: valor, espíritu de sacrificio y servicio, disciplina, y compañerismo.

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Por todo lo expuesto, ante una catástrofe natural la solución no está en lo que al español jactancioso (incluyendo la caterva de políticos, periodistas y pintamonas de internet) se le ocurra de repente. Es imperativa la presencia y acción de un militar español. Y que los demás nos apartemos, no molestemos, e intentemos ayudarles, siempre desde la humildad, siempre sometidos a su autoridad. Tratándoles de usted, por ser desconocidos, y porque se trata del requisito mínimo cuando uno dirige la palabra a una persona que está dispuesta a que le vuelen las pelotas para salvar a un desconocido, sólo por ser éste un compatriota. Recordando el lugar de cada uno, y que no todos somos iguales. Ni mucho menos.

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Amaya Guerra
Amaya Guerra: "Aprendiz de todo, maestra de nada".
Aprendiz de todo y maestra de nada. Ferviente creyente en las Humanidades, en las posibilidades del ser humano de superar la crueldad, la estupidez y la ineficiencia, de lograr el avance de la civilización, mediante el cultivo del intelecto y la sensibilidad, mediante el reconocimiento de la experiencia, y la transmisión de valores morales (esfuerzo, seriedad, exigencia y disciplina).

En la actualidad sufrimos la misma falta de libertad de expresión y respeto a la diversidad en el mundo que en 1950: se ataca a la disidencia por el hecho de ser (aunque su comportamiento sea pacífico y legal). En época de guerra y algunas dictaduras, se fusilaba en el paredón, hoy se aniquila en internet, maquillándolo con la expresión "cultura de la cancelación". Silenciar todo lo que contravenga e irrite a uno, al tiempo que se desgastan los términos "tolerencia" y "diversidad".
Existen pocas verdades universales, la visión propia suele depender de la perspectiva desde la que se mira; ésta es la mía. No necesito seguidores ni palmadas en el hombro, sólo argumentos y contraargumentos.

Aquellos que no nos doblegamos ante el totalitarismo del siglo XXI (fin de las libertades individuales, verdad oficial, vigilancia y control absolutos del individuo a través de la tecnología), aquellos que no cedemos ante la deshumanización, encarnamos la Resistencia. Por lo tanto, unámonos... y ejerzamos.
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