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Son interesantes los paralelismos históricos, especialmente cuando quienes hemos hecho alguna aproximación a la figura de Juan Carlos I sabemos que en su juventud estudió detenidamente las razones de la caída de la monarquía en 1931.

Todavía hoy persiste la interpretación de que, entre otras razones, Alfonso XIII abandonó España porque no quiso una guerra civil –versión defendida por los historiadores monárquicos posteriores para despegarse de la guerra–, prueba definitiva era que en su declaración al país se refería a que hubiera podido recurrir a la fuerza pero no quería lanzar a unos españoles contra otros (lo que no fue óbice para que desde Alfonso XIII hasta el último monárquico estuvieran dispuestos al retorno de la monarquía a través de las bayonetas). La realidad era algo distinta, porque muy pronto se conocieron todas las llamadas desde el Palacio de Oriente a diversos militares para pulsar el ambiente no encontrando apoyos para sostenerse.

Entonces Alfonso XIII suspendía deliberadamente su ejercicio del poder; hoy, salvando las distancias, el medido texto emitido por la Zarzuela viene a decir lo mismo. También Alfonso XIII pensaba en 1931 que se trataba de algo transitorio, tal y como se dimana del texto firmado por Juan Carlos I. Hoy sabemos que, en la línea de Amadeo I, cuando se hacía pública la carta enviada por Juan Carlos a su hijo, primer dato a tener en cuenta para su correcta interpretación, el firmante ya no estaba en territorio español. Amadeo andaba por los pasillos de la embajada italiana para volver a su país y Juan Carlos I ya había salido del país, probablemente vía Portugal, para dirigirse a la República Dominicana al lado de sus grandes amigos, los cubanos Fánjul, a donde llegaría el 4 o el 5 de agosto quizás en un vuelo privado que aterrizaría en el “privadísimo” aeropuerto de La Romana, propiedad del cantante Julio Iglesias.

La carta, que no está dirigida ni a los españoles ni al gobierno, que se ampara en un aire de relación familiar y no política, tiene, a mi juicio, tres ideas fundamentales: primera, Juan Carlos I se retira definitivamente de la escena pública, saliendo de España, prestando un servicio a la Corona y a su hijo; segunda, Juan Carlos I entiende necesario hacerlo para defender a la institución con el afán intentar cortar los ataques y la dañina campaña que sobre la opinión pública se está volcando; tercero, no se exilia –subrayémoslo– pues es algo transitorio, y tampoco implica su silencio/eclipse definitivo.

Hoy sabemos que, en realidad, Juan Carlos I, como en años anteriores, probablemente tenía previsto marchar de “largas vacaciones” a la República Dominicana, tras unos días en Galicia, y, en el “juego de tronos” en el que nos movemos, había que aprovechar la circunstancia y evitar, en una situación tan complicada como la actual, un nuevo problema a cuenta de las “vacaciones” reales; sobre todo teniendo presente lo que sucedió en 2012.

Hoy sabemos que, en realidad, la decisión estaba tomada hace días y que era fruto del “pacto” entre Pedro Sánchez y Felipe VI ultimado por Carmen Calvo. También en esto convendría mirar hacia la historia.

Cuando Juan Carlos I asumió todos los poderes durante la última enfermedad de Franco partía de la idea de hacer evolucionar el estado de las Leyes Fundamentales hacia un sistema de partidos en el que la hegemonía la tuvieran los herederos políticos de Franco. Así sucedió con la UCD. Fue el centro-derecha, con su nefasta gestión, el que hundió esa hegemonía y puso en peligro el proyecto.

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Juan Carlos I, tras el 23-F, estimó que para asegurar la Corona era fundamental apoyarse en el PSOE aproximándose a la izquierda y la izquierda necesitaba blanquearse/homologarse de la mano del rey. En este sentido nadie puede olvidar la proximidad/sintonía existente entre Juan Carlos I y Felipe González, prolongada hasta la actualidad. De hecho, hasta donde sabemos, ese ha sido el único movimiento realizado por Juan Carlos I en medio de la tormenta política en los últimos meses. No me cabe duda de que en Zarzuela, desde hace tiempo, se estima como más hábil para asegurar el trono la opción de restaurar la entente entre la Corona y el PSOE. También es posible que Felipe González haya podido horadar en este sentido la posición de Pedro Sánchez.

Atendiendo a las declaraciones de unos y otros al historiador le resulta evidente que todo lo apuntado está detrás de la “suspensión temporal de la presencia de Juan Carlos I” en España. Otra cosa es que el equipo de Zarzuela hace tiempo que, a mi juicio, vive a remolque de las circunstancias, que es incapaz de asumir que existe una intención, más que un plan cerrado, de acabar con la monarquía y proclamar la república (aunque no tengamos espacio para entrar en la concatenación de filtraciones para crear un estado de opinión contra Juan Carlos I pero también contra la Corona).

Los hombres de la Zarzuela llevan equivocándose reiteradamente desde hace años, porque ninguna de las decisiones tomadas en los últimos tiempos ha contribuido a reducir el ruido republicano que debiera ser lo fundamental en este “juego de tronos”. Ha sido así desde que obligaron a Juan Carlos I a salir a pedir perdón lastimeramente por lo del “elefantito” en 2012. Volvieron a equivocarse al aceptar una abdicación obligada (Juan Carlos I abdicó porque le obligaron y porque el PSOE, vía Rubalcaba, le planteó un plan de salida aparentemente beneficioso para la Corona), y se han equivocado al mantener durante mucho tiempo a Felipe VI en una especie de “torre de marfil” quebrada por los posados fotográficos o por los torpes intentos de disfrazar lujos, cirugía y vacaciones. Pero el máximo error y el máximo daño viene determinado por la admisión implícita de todo lo que se está publicando sin que se haya armado ninguna estrategia de contestación, sino más bien de condena, desde el momento que Felipe VI inició el llamado “proceso de desenganche” que ahora se presenta como el camino para salvar el trono.

La pregunta que flota en el aire es si hay un pacto tácito entre Zarzuela y Moncloa o es un pacto real, aunque siempre obligado por las circunstancias. En cierto modo, la estrategia ha sido repetir el modelo de la abdicación de 2014. Las palabras preparadas de antemano de Pedro Sánchez ratifican esta idea: se cierra un tiempo y estamos en un tiempo nuevo de la mano del ejemplar Felipe VI. Es lo que Sánchez, tras una presión indisimulada sobre Felipe VI, ha ofrecido a cambio de sacar a Juan Carlos de la Zarzuela. ¿Hasta cuándo se mantendrá o hasta cuándo lo mantendrá Pedro Sánchez?

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De momento, lo que a fecha de hoy y para los próximos meses podemos asumir es que esta situación táctica entra dentro de la idea de Pedro Sánchez, más allá del sueño de ser el presidente de la III República, de reconstruir la hegemonía socialista de los tiempos de Felipe González, soldada institucionalmente con la Corona. Eso sí, con una diferencia: que en 1982 Juan Carlos I tenía un poder personal y una capacidad de intervención que Felipe VI no tiene; por lo tanto, el actual rey queda encadenado/rehén de Moncloa. Además queda condicionado por una “espada de Damocles” que se puede prolongar cuanto se quiera: el desarrollo del proceso/campaña sobre los dineros/negocios. En lo único que no parece que haya cedido Zarzuela es en la retirada del tratamiento de “rey emérito” que estaba sobre la mesa, algo que no corresponde Felipe VI sino al gobierno (fue el gobierno de Mariano Rajoy quien se lo otorgó con el beneplácito del Parlamento).

Es conveniente no ignorar que, jurídicamente, todo lo referente a los posibles procesos judiciales de Juan Carlos I es muy complejo. Hasta tal punto que todo puede quedar en nada y que es muy dudoso que en España se pudiera producir una imputación a Juan Carlos I, salvo que sucediera en Suiza; lo que también, más allá de lo mediático, resulta difícil de prever en estos momentos.

Ahora bien, en todo esto hay implicaciones políticas de largo alcance. Conviene no obviar ni olvidar que  los “favores” internacionales, que en todos los países se producen y se organizan, tienen precios y regalos, pero también establecen relaciones personales muy poderosas.

Por otra parte, si seguimos lo que desde hace años se está publicando, si le damos valor y certeza, pronto se planteará la imposibilidad de borrar/ocultar la huella de la connivencia de todos los presidentes del gobierno español con el comportamiento de Juan Carlos I hasta como mínimo 2014. Y ahí estarían: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Por citar solo a la primera línea. Pero es más, ¿cómo va a conseguir Felipe VI alejar la sombra de la duda sobre el alcance de la ignorancia de todo cuanto acontecía a su alrededor en quien ya supera los cincuenta años?  

Queda para la especulación medir hasta qué punto Juan Carlos I ha decidido realmente poner fin a su vida pública, fiando –y es mucho fiar– en el pacto Zarzuela-Moncloa, y si en estos meses, hasta septiembre-octubre, acompañado por sus importantes amigos y contactos, Juan Carlos I no establecerá una estrategia destinada a salvar su figura histórica y también a la Corona o si se conformará simplemente con asegurar esa corona en las sienes de su hijo.

Autor

Francisco Torres